La sociedad argentina vive desde hace años un alto grado de angustia, que se manifiesta en los dolorosos datos que el Indec informa sobre la realidad socioeconómica: pobreza que afecta a más de 4 de cada 10 argentinos y a casi 6 de 10 niños que necesitan con urgencia una mano que no solo les dé de comer, sino también educación, vivienda y un horizonte.
Sin embargo, ese cuadro que no solo viene de arrastre, en particular desde la crisis de 2001, se fue agravando a ritmo acelerado, en particular en los pasados 15 meses, donde lejos de desacelerar el ritmo de inflación y reactivado la actividad economía, que posibilitaran la recuperación del poder de compra de trabajadores y jubilados, se fue agravando, y por tanto fue generando un creciente grado de angustia y hartazgo.
La expresión más contundente fue el pobre aumento anunciado para los jubilados, pensionados y perceptores de asignaciones familiares extraordinarias a partir de diciembre: 20,8% sin bono, en contraste con una tasa de inflación del trimestre de referencia de 35%, y otro tanto para el siguiente.
Un fenómeno similar se observó en el caso de los trabajadores, porque siempre los procesos de aceleración de la inflación golpea con dureza la capacidad de compra de los salarios que ajustan sobre la base del pasado donde los precios subían a menor intensidad que en el presente.
Sólo se sabe la férrea preocupación del presidente electo por domar la inflación, erradicar las políticas dirigistas y discrecionales que han mostrado favorecer a muy pocos y perjudicar muchos.
El desafío es no sólo pasar la transición hasta el 10 de diciembre sin que el cuadro socioeconómico se agrave, sino dar señales concretas con medidas instrumentales, y el equipo de colaboradores
Ahora, el desafío es no sólo pasar la transición hasta el 10 de diciembre sin que el cuadro socioeconómico se agrave, sino dar señales concretas con medidas instrumentales, y el equipo de colaboradores, que rápidamente conduzcan a recuperar la confianza que más de 55% del electorado le han depositado este domingo, sino también del “insensible” mundo de los mercados, que nunca responde a un gobierno con el corazón sino con el bolsillo.
Claramente, el discurso disruptivo, el más contundente en el plano económico el del cierre del Banco Central de la República Argentina, le sirvió a Milei para llegar a la presidencia, pero para sostenerse requerirá simplemente con cerrar la maquinita de la emisión monetaria para financiar al Tesoro deficitario, y comenzar a recuperar el valor del peso, a través de una férrea política fiscal que elimine el gasto innecesario y posibilite la reducción y eliminación de impuestos.
También pareciera que ayudó a mejorar el voto de confianza de parte del electorado que lo llevó a una gran elección en el balotaje, fue la baja del tono de la dolarización, aunque fue contundente en resaltar que “no hay lugar para el gradualismo”, para no caer en “la peor crisis de nuestra historia”.
Tampoco avanzó mucho Milei en lo referente a la política comercial con el resto del mundo, sólo que está a favor de desatar los nudos que no solo traban las importaciones por la falta de reservas internacionales, sino también las exportaciones, con retenciones y cupos, que terminan afectando a la producción nacional y el consumo.
Pareciera que gran parte de la sociedad “compró” el mensaje de que “comenzará la reconstrucción y transformación de la Argentina”
Pareciera que gran parte de la sociedad “compró” el mensaje de que “comenzará la reconstrucción y transformación de la Argentina”, pero ahora resta conocer el plan económico integral, y la búsqueda de consenso legislativo, para que rápidamente cuente con las leyes necesaria para plasmar el “cambio que la Argentina necesita”, como destacó en su primer discurso como presidente electo.
El desafío es enorme, porque los tiempos de ejecución del plan de estabilización y recuperación de la senda del crecimiento son largos, y las necesidades de gran parte de la población son urgentes, porque no tiene margen para soportar un deterioro mayor.
Es de esperar que cumpla con su compromiso: “dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”, empezando por la revalorización del rol de la República, con el respeto de la división de poderes.
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