Decir que Tom Waits es lo más parecido a Charles Bukowski o a Edward Hopper que existió en la música es quedarse corto. Este año se cumplen 50 años de su disco debut, Closing Time, de 1973, uno de esos discos cuya melancolía y tristeza es tan grande que es necesario escuchar bajo nuestro propio riesgo.
No hay canciones diurnas en el debut del oriundo de Pomona, California, quizás con la excepción de la que abre el disco, Ol’ 55, sobre un auto que lo lleva lejos de la cama de su chica recién entrada la mañana, quién sabe adónde. Después, el protagonista se adentra en la noche, en el ambiente de los bares y los extraños que nunca se conocen como en I Hope I Don’t Fall in Love With You, o, peor aún, viven toda su vida añorando un pasado que ya no volverá y oportunidades perdidas como en la bellísima y desoladora Martha.
Waits nació el mismo año, con apenas dos meses de diferencia, que Bruce Srpingsteen. Ambos basaron toda su obra en las grietas del sueño americano. Pero a diferencia del Jefe, el californiano prácticamente no creía en la redención, no hay promesa ni esperanza juvenil alguna en los discos que sacaba Waits por aquella época. La carrera de ambos se tocó cuando Springsteen grabó Jersey Girl como lado B del single de Cover Me en 1984. Publicada originalmente en Heartattack and Vine de 1980, era la típica canción “sha la la” (lo más típica que puede ser una canción de Waits) dedicada a su futura esposa.
Una actualización de la tradición de la torch song -ese subgénero de canción de desamor tortuosa popularizada por Billie Holliday, Sarah Vaughan o Frank Sinatra-, mezclada con el folk, el country y el blues junto a la poesía beat fue marca de Tom Waits durante los 70s, donde publicó 7 discos en 7 años. Waits compuso alguna de las mejores canciones al piano sobre corazones que se rompen o ya están rotos, sin redención posible, en medio de brumas de whisky y humo de cigarrillo. Personajes perdidos en el amplio sentido de la palabra, piratas nocturnos en búsqueda del último bar para perderse un poco más.
El mismo Waits fue uno de ellos durante la década de los 70, hasta que en 1978 conoció mientras trabajaba en la película Paradise Alley a quien es su esposa hasta el día de hoy, Kathleen Brennan, una editora de guiones que lo ayudó a hacer un cambio de vida y artístico radical. Dejó el alcohol desde entonces y experimentó un renacimiento artístico que lo alejó de las baladas de piano de la década anterior para acercarlo a canciones que parecen tocadas con huesos humanos sobre percusiones precarias, polkas espectrales, blues deformes, y canciones inspiradas en lo más variopinto de la cultura americana.
Si en la primera etapa, Waits se inspiraba en los crooners y la estética noir de los 50, desde entonces lo hace en los aullidos de Howlin’ Wolf o los rugidos vanguardistas de gente como Captain Beefheart, cuyo Trout Mask Replica de 1969 fue descrito por Waits como “el diamante más duro de la mina, sus inventos musicales están hechos de hueso y barro”, una descripción que bien aplica a discos del mismo Waits como Rain Dogs de 1985 o Bone Machine de 1992.
Tom Waits siempre fue consciente de su lugar en la cultura popular, o al menos, a quien quería homenajear. Ahí están The Heart of Saturday Night de 1974 con su portada que recuerda a esa obra maestra de los corazones rotos que es In the Wee Small Hours de Sinatra o Nighthawks at the Dinner de 1975, un divertidisimo disco en vivo con un nombre claramente inspirado en Nighthawks, la oda a los corazones solitarios de Hopper. Canciones como Frank’s Wild Years del disco Swormfishtrombones de 1983 directamente están inspiradas por Bukowski, dicho por el mismo Waits.
Hay pocos artistas tan auténticamente estadounidenses como Tom Waits. Siempre inspirado por el lado oscuro del sueño americano y los escritores de la generación beat, como su adorado Jack Kerouac, el californiano siempre fue más sórdido que sus contemporáneos y coterráneos de Los Ángeles. En pleno auge de la escena folk luminosa del Laurel Canyon, la sensibilidad de Waits iba más por el lado de las corbatas ligeramente desprolijas, los sombreros o las camperas de cuero que por las camisas coloridas y los jeans ligeros de sus compañeros de época. Si los otros eran el lujoso hotel Chateau Marmont, Waits era el motel Tropicana.
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Declarado fanático del cine, Waits también hizo sus incursiones en el séptimo arte, desde Paradise Alley en 1978, dirigida y protagonizada por Silvester Stallone, pasando por Down by law de 1986 hasta Licorice Pizza de 2021; las incursiones en el séptimo arte del músico fueron muchas, al punto de que también se lo puede calificar como un actor.
Un hombre de muchas facetas y contradicciones, él mismo las explicaba muy bien: “Acumulo influencias irreconciliables, lo sé bien, y pienso que eso es lo que a veces sale a flote en mis discos. Mira, al final me quedo con lo cubano y lo chino, pero nunca llega a convertirse en chino-cubano. He llegado casi a aceptarlo, que albergo distintas facetas. Me gustan Thelonious Monk y George Gershwin, Harper Lee y Charles Bukowski, Randy Newman y Frank Sinatra, Jack Kerouac y Eugene O’Neill, Rajmáninov y los Contortions”. Waits, el poeta musical etílico por excelencia, lleva desde principios de los 80 sin probar una gota de alcohol: “Claro que llevo sobrio tanto tiempo que ya ni me acuerdo de a qué sabe el licor.”
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A diferencia de otros contemporáneos, nunca estuvo particularmente obsesionado con la muerte, ni pareció demasiado apurado en que llegue la suya: “¿Qué será? ¿Un infarto en una sala de baile? ¿Un huevo tragado por el conducto equivocado? ¿Una bala perdida que llega desde un conflicto a dos millas de distancia, rebota en un poste, atraviesa el parabrisas y agujerea tu frente como un diamante? ¿Quién sabe? Fíjate en Robert Mitchum. Murió mientras dormía. Eso está bastante bien para un tipo como Robert Mitchum”.
Thomas Alan Waits nunca volvió a ser tan prolífico como en la década de los 70, y nunca tan experimental como en los 80 y 90, después de eso, su obra comenzó a espaciarse más y más. Su último disco de estudio es Bad As Me, del año 2011, recientemente publicó una reedición remasterizada de su debut aunque sin canciones inéditas ni ningún incentivo que haya excitado demasiado a los ya iniciados. Poco y nada se sabe de su presente más allá de algún que otro cameo cinematográfico y de que seguramente continúa disfrutando una vida familiar junto a Kathleen. El viejo lobo solitario de la noche hace tiempo que decidió dejar atrás sus andanzas por una vida más tranquila y doméstica.
En 2018 y 2019 dio entrevistas donde dejó entrever que estaba trabajando en nuevas canciones pero no mucho más. Ya hizo mucho, pero los fans siempre tenemos la esperanza de una última gran obra crepuscular al estilo del Dylan de los últimos años, que, paradójicamente, vocalmente recuerda mucho a Waits, quizás, por las influencias en común. El tipo que alguna vez dijo que “estaba destinado a ser una institución nacional o a ser encerrado en una” terminó convirtiéndose en una leyenda de la música americana, al nivel de pocos. Una raza de uno. Una garganta con arena que le canta a las ruinas.
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