Hace tiempo ya que gran parte del campo argentino entiende la necesidad de producir de manera sustentable y amigable con el medio ambiente y emprendió procesos revolucionarios, como lo es la siembra directa, para cuidar los suelos, al mismo tiempo que utiliza menos recursos para la implantación.
No obstante, en el ámbito internacional, sobre todo en Europa, cada vez con más fuerza se busca imponer condicionamientos ambientales para la compra de productos que no necesariamente corresponden al modelo productivo argentino.
Según la Asociación Argentina de Siembra Directa (Aapresid) las medidas de restricción dictaminadas en abril por la Comisión Europea a la importación de bienes cuyo origen provenga o esté relacionado con la deforestación es una lisa y llanamente “una arbitrariedad”.
Quién cuida mejor
La restricción afecta, por ejemplo, las exportaciones de soja, carnes vacunas, aceite de palma y café. Según la normativa, los importadores europeos deberán demostrar que los productos provenientes de países como la Argentina no han sido cultivados en tierras deforestadas desde el 31 de diciembre de 2020 en adelante y según Aaapresid “apunta a regiones como el Gran Chaco, que desde hace años están en el ojo de la tormenta”.
“Estas posiciones se plantean en un contexto donde la búsqueda de sustentabilidad se basa en abordajes incompletos, disposiciones arbitrarias, que terminan generando impactos negativos en el sector. Primero, porque no se promueve la sustentabilidad sacando un clavo con otro, pero además porque no ofrecen a los actores de la cadena herramientas para decidir mejor”, planteó María Beatriz “Pilu” Giraudo, productora de la Global Farmer Network, organización que nuclea productores de todo el mundo.
Según Giraudo, “la falta de políticas adecuadas, acompañamiento y estrategias integradoras que ayuden a los productores a lograr una producción sustentable es preocupante. En países de Europa, mientras una normativa los obliga a reducir hasta un 30% el uso de fertilizantes con el fin de bajar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), otras los conducen al uso intensivo de labranzas, hasta once por año, lo que lleva a la destrucción del suelo. En algunos años esos productores perderán el principal sustento de su actividad”.
De acuerdo a datos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Argentina produce menos del 1% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (siendo el 39% de ese valor proveniente de sectores de agricultura, ganadería, silvicultura y otros usos de la tierra), valor despreciable si se compara con las emisiones totales de los países del G20 que están en el orden del 75 a 80%”, dijeron desde Aapresid, adelantando una de las temáticas que se tratarán en el Congreso que llevará adelante la entidad en Rosario del 9 al 11 de agosto.
De acuerdo a datos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Argentina produce menos del 1% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero
Por eso la Asociación considera que los desafíos que enfrentan los sistemas agroalimentarios en términos de responder a las necesidades crecientes de alimentos y reducir al mismo tiempo los impactos en el ambiente requieren “políticas y estrategias serias e integradoras”.
Políticas e historia
Tras la participación de Aapresid en el Bonn Policy Dialogue Luncheon, un evento en el marco de la Bonn Climate Change Conference, donde se debatieron los ejes y políticas para el sector agroalimentario a incluir en la agenda de la próxima Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP28, que tendrá lugar a fin de año en Dubai, la entidad marcó la necesidad de que la sustentabilidad de los sistemas alimentarios se enfoquen desde “una mirada seria”.
En esa línea, los principales puntos que se marcaron fueron “la necesidad de incluir indicadores productivos, ambientales y sociales para medir la sustentabilidad. Huella de carbono, huella hídrica, cuidado del suelo, el desarrollo local, impactos sobre la contaminación y la biodiversidad deberían incorporarse a la discusión”.
Además, se subrayó la necesidad de “traspasar los límites de cada campo”, ya que “un enfoque sustentable no puede terminar en la tranquera. Esta mirada innovadora ya se aplica en proyectos concretos, como es aquel en Gran Chaco liderado por ONGs de productores, fondos de financiación y organismos de cuidado ambiental como Proyungas, que trabaja en el diseño de paisajes que integren la agricultura sustentable y cuidado de áreas naturales vulnerables”.
También, se planteó ‘incorporar a los productores como actores de cambio y traccionadores de los nuevos modelos de producción”, como así también “apoyarse en la ciencia”, ya que “un debate tan serio no puede fundarse en opiniones, necesita datos, información y metodología” y “comprometer a los consumidores” para que “la ciudadanía tome conciencia de que sus prácticas de consumo modelan los modos de producción, la gestión de los recursos y los impactos sobre el ambiente”.
Por cierto, la Unión Europea no tiene en principio autoridad histórica para erigirse en el gran árbitro internacional acerca del cuidado y conservación del suelo. Las imágenes de arriba, del Global Land Cover, muestran la evolución de distintas coberturas y usos de la tierra en el viejo continente, de cómo, en base a estudios históricos, se supone que eran en la etapa previa a la civilización a cómo son ahora, en términos de áreas de bosque y áreas de cultivo. Varios siglos después, la siembra directa sirve al menos para atenuar los impactos de siglos de descuido del suelo, y en lo posible regenerar su aptitud productiva.
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