La palabra "socialismo" es evidente por su ausencia en gran parte de la cobertura noticiosa de la crisis política de Venezuela. Sí, todo observador sensato está de acuerdo en que el país más rico de América Latina, situado en la cima de las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, es un caso de desastre económico, un desastre humanitario y una dictadura cuya desaparición no puede llegar lo suficientemente pronto.
Pero… ¿socialista? ¡Ni pensarlo!.
O eso dice una línea argumental que insiste en que el buen nombre del socialismo no debe ser empañado por los resultados de la experiencia. Sobre Venezuela, lo que es más probable que se lea es que la crisis es producto de la corrupción, el amiguismo, el populismo, el autoritarismo, la dependencia de los recursos, las sanciones y los engaños de Estados Unidos, e incluso los residuos del capitalismo mismo. No menciones la palabra con "S" porque, ya sabes, está funcionando muy bien en Dinamarca.
Curiosamente, no es así como los admiradores del régimen venezolano solían hablar del "socialismo del siglo XXI", como lo apodó Hugo Chávez. El difunto presidente venezolano, dijo el británico Jeremy Corbyn, "nos mostró que hay una forma diferente y mejor de hacer las cosas. Se llama socialismo, se llama justicia social, y es algo hacia lo que Venezuela ha dado un gran paso". Noam Chomsky se mostró igualmente entusiasmado cuando elogió a Chávez en 2009. "Lo que es tan emocionante de visitar por fin Venezuela", dijo el lingüista, es que "puedo ver cómo se está creando un mundo mejor y puedo hablar con la persona que lo ha inspirado".
Tampoco muchos de los admiradores de Chávez estaban demasiado preocupados por los lados más tenebrosos de su régimen. Chomsky se retractó de algunos de sus elogios a medida que Venezuela se volvía más abiertamente dictatorial, pero otros en la izquierda no eran tan aprensivos. En un largo obituario en The Nation, el profesor de la Universidad de Nueva York Greg Grandin opinó que “el mayor problema que enfrentó Venezuela durante su gobierno no fue que Chávez fuera autoritario, sino que no lo fue lo suficiente”.
Por lo menos Grandin admitió implícitamente que el socialismo en última instancia requiere coerción para lograr sus objetivos políticos; de lo contrario, forma parte de la naturaleza humana que la gente encuentre escapatorias y soluciones para mantener como puedan la mayor parte de sus propiedades.
Eso es más de lo que se puede decir de algunos de los antiguos defensores de Chávez, que preferirían olvidar cuán cerca estaba Venezuela de la escritura socialista ortodoxa. ¿Gasto gubernamental en programas sociales? Verificado: De 2000 a 2013, el gasto aumentó al 40 por ciento del P.I.B., desde el 28 por ciento. ¿Aumentar el salario mínimo? Verificado. Nicolás Maduro, el actual presidente, lo hizo no menos de seis veces el año pasado (aunque no hace ninguna diferencia frente a la hiperinflación). ¿Una economía basada en cooperativas, no en corporaciones? Verificado de nuevo. Como Naomi Klein escribió en su adulador libro de 2007, "La Doctrina del Choque", "Chávez ha hecho de las cooperativas una prioridad política máxima… Para el 2006, había aproximadamente 100.000 cooperativas en el país, empleando a más de 700.000 trabajadores".
Y, para que no se nos olvide, todo esto se hizo cuando Chávez ganó una elección tras otra durante los años de auge petrolero. De hecho, uno de los principales puntos de venta del chavismo a sus seguidores occidentales no era sólo que era un ejemplo de socialismo, sino también de socialismo democrático.
Si las prescripciones en materia de políticas públicas eran familiares, las consecuencias fueron asimismo predecibles.
El exceso de gastos del gobierno creó déficits catastróficos cuando los precios del petróleo cayeron en picado. Las cooperativas de trabajadores terminaron en manos de compinches políticos incompetentes y corruptos. El gobierno respondió a sus problemas presupuestarios imprimiendo dinero, lo que provocó la inflación. La inflación llevó a controles de precios, lo que provocó escasez. La escasez provocó protestas, represión y destrucción de la democracia. De ahí la hambruna generalizada, la escasez crítica de médicos, una explosión en la criminalidad y una crisis de refugiados que rivaliza con la de Siria.
Todo esto solía ser bastante obvio, pero en la época de Alexandria Ocasio-Cortez hay que explicarlo todo de nuevo. ¿Por qué el socialismo nunca funciona? Porque, como Margaret Thatcher explicó, "al final el dinero de los demás se agota".
¿Y ahora qué? La administración Trump dio exactamente el paso correcto al reconocer al líder de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como el presidente constitucional legítimo de Venezuela. Puede reforzar su seguridad personal al advertir a los generales venezolanos que si Guaidó sufre algún daño ellos sufrirán también. Puede mejorar la posición política del nuevo presidente al proporcionarle acceso a fondos que pueden ayudarle a establecer un gobierno alternativo y atraer a figuras vacilantes en el grupo de Maduro para que cambien de bando. Puede poner a Venezuela en la lista de estados patrocinadores del terrorismo, y advertir a Cuba que volverá a la lista si continúa ayudando al aparato de inteligencia de Caracas.
Y puede ayudar a preparar inmunidad legal y un avión para Maduro, su familia y otros miembros destacados del régimen si aceptan renunciar ahora. Seguramente hay un recinto en La Habana donde esa banda pueda pasar sus días sin tiranizar a una nación.
Mientras tanto, la lección más grande de la catástrofe de Venezuela debe ser aprendida. Veinte años de socialismo, animados por Corbyn, Klein, Chomsky y compañía, llevaron a la ruina de una nación. Puede que ellos no se sientan muy avergonzados, y mucho menos perjudicados personalmente, por lo que ayudaron a hacer. Ahora bien, el resto de nosotros debemos ocuparnos de que nunca nos pase esa tragedia.
Copyright: 2019 New York Times News Service.
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