Desde julio de 2022 -tras la salida de Martín Guzmán de Economía y la aceleración inflacionaria que siguió al desorden macroeconómico que prevalecía ya en la mitad de la gestión kirchnerista-, la actividad entró en una etapa de estancamiento y posterior caída, y con ello los salarios reales formales, medidos por el Ripte (Remuneración Imponible para el Trabajador Estable), cayeron mes tras mes en términos interanuales.
El máximo nivel del salario real privado se había alcanzado, tras caer durante la pandemia, en noviembre de 2021. Esa marca, sin embargo, estaba muy por debajo de los niveles de años previos (21% por debajo del nivel ya alcanzado a mediados de 2013). Pero la caída desde 2022 se fue profundizando junto con el deterioro de la actividad y la aceleración inflacionaria.
Para noviembre de 2023, la caída interanual era de 7% y en diciembre, llegaba a 20%. La misma caída del orden de 20% interanual probablemente se habrá registrado en enero y febrero de 2024, aunque en términos mensuales es probable que desde febrero -o al menos en marzo- la variación sea neutra o positiva.
La caída desde 2022 se fue profundizando junto con el deterioro de la actividad y la aceleración inflacionaria
Aun así, en términos del poder de compra de los ingresos, el primer semestre marcará seguramente un derrumbe importante de las remuneraciones formales privadas reales, siendo probable que promedie una caída algo mayor al 15% anual.
Segundo semestre
El segundo semestre podría ser otra historia, con salarios nominales recuperando algo mensualmente, en el escenario en que la inflación cae al rango intermedio de un digito mensual. Esto es lo que cabe esperar, aún con una modesta recuperación del nivel de actividad, ya que los salarios reales habrán quedado muy por debajo de un equilibrio de largo plazo, cayendo más que la productividad media.
De darse este escenario, estaremos viendo un rebote que no tiene nada que ver con políticas públicas de estímulo a la demanda (suba forzada de salarios mínimos, impulso a los salarios de empleados públicos, estímulo por vía de convenios colectivos), sino con el hecho de que el cambio de precios relativos en la economía está comenzando a tener efecto: básicamente, los precios mayoristas y de los productores están subiendo por sobre una parte de la suba de costos -en este caso los laborales-.
Aun con el fuerte receso económico que esperamos para estos meses, los costos laborales unitarios o CLU (es decir los costos laborales ajustados por el nivel de actividad) habrán caído en términos reales por la significativa licuación salarial que ya viene teniendo lugar desde hace más de 5 años (desde 2014 en adelante).
El salario real (costo laboral total), en enero de 2024 se ubicó 41% debajo de su promedio en 2013. Aun con una caída de actividad de 15% a 20% respecto de la base, ello proporciona un colchón por reducción de costos unitarios que permite sostener empleo en el corto plazo para, eventualmente, aprovechar un rebote de actividad que podría darse (o no) en el corto a mediano plazo.
Uso de capacidad ociosa
Esto que comentamos utiliza datos de la economía formal privada (Ripte y PBI sectoriales), pero presenta diferencias respecto del empleo informal ya que, en este caso, los ingresos cayeron con mayor virulencia (entre 55% y 60% real respecto de su nivel promedio 2014/2018), pero probablemente la demanda también cayó más que en el sector formal.
La pregunta relevante pasa a ser no la de si habrá alguna recuperación de corto plazo de estos niveles tan bajos de ingresos reales, pues todo indica que algo de ello ocurrirá a partir de una gradual estabilización en precios y tras el rebote desestacionalizado de la actividad económica.
Con una recuperación cíclica de la actividad económica también recupera la productividad –suponiendo lo demás constante- ya que se reduce la capacidad ociosa
La cuestión es cómo recuperar ingresos reales en el mediano plazo de modo sostenible. La respuesta pasa por preguntarse cuál será la evolución de la productividad laboral ya que, a la larga, determina los niveles que pueden tener los ingresos laborales.
Con una recuperación cíclica de la actividad económica también recupera la productividad -suponiendo lo demás constante- ya que se reduce la capacidad ociosa y se puede operar con el plantel laboral existente.
Pero sabemos que suponer “todo lo demás constante” es, en el mediano plazo, una hipótesis de ignorancia, y en los últimos 24 años -desde 2000 para aquí- las cosas no fueron constantes, y las políticas públicas contribuyeron a deteriorar la productividad total factorial y del empleo. Para que ello cambie, se necesita un cambio de régimen macro y microeconómico, es decir mucho más que “normalizar” la macro. Eso es lo que está en juego.
En suma, el mercado laboral y los salarios tendrán, tarde o temprano, un rebote cíclico, pero ello no será suficiente para mejorar significativamente los ingresos reales, a menos que cambien condiciones básicas con las que opera nuestra economía.
Las propuestas generales esbozadas por el presidente Javier Milei en el “Pacto del 25 Mayo” referidas a generar más competencia en el mercado de trabajo y la negociación colectiva van en el sentido apropiado.
De avanzar en esa dirección depende que aumente el trabajo formal privado y que las mejoras de productividad puedan trasladarse a mejores ingresos en forma estable, en lugar de repetir los ciclos de altas y bajas de ingresos que nos han caracterizado por tantos años.
El autor es Economista Jefe de FIEL. Esta nota es un anticipo de la publicación Indicadores de Coyuntura 661 de marzo que elabora FIEL
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