Las recientes palabras del presidente Javier Milei en Praga, al recibir el premio del Instituto Liberal de la República Checa “por contribuir a la proliferación del pensamiento liberal y hacer realidad las ideas de la libertad, propiedad privada, competencia y Estado de derecho”, de que está “reescribiendo gran parte de la teoría económica” fueron recibidas con escepticismo e incluso crítica por profesionales locales de la disciplina.
En su discurso, Milei habló de cómo ciertas empresas, a través de un proceso de “destrucción creativa” crean monopolios innovando y buscando capturar rendimientos crecientes que impulsan la productividad y la expansión de la economía.
“Son cuestiones importantes, medulares, a punto tal que con mi jefe de asesores, el doctor Demián Reidel, estamos reescribiendo gran parte de la teoría económica para poder derivar optimalidad de Pareto, tanto estática como intertemporal, teniendo funciones de producción no convexas”, explicó Milei. Y agregó: “si me termina de salir bien, probablemente me den el Nobel de Economía junto a Demián. Eso es parte de otra historia, porque desaparecería el conflicto entre la fábrica de alfileres y la mano invisible.”
El “óptimo de Pareto” refiere una situación de equilibrio distributivo a partir de la cual no se puede hacer que alguien esté mejor sin que algún otro esté peor. El concepto fue extendido a modelos competitivos que asumen que en una economía las funciones de producción tienen, a partir de cierto punto, “rendimientos decrecientes a escala” y las de consumo, también a partir de cierto punto, “utilidad decreciente a escala”.
En Caja
En los cursos de Economía, el “Óptimo de Pareto” es a menudo graficado en la llamada “Caja de Edgeworth”, por el economista británico Francis Ysidro Edgeworth, que presenta dos consumidores, A y B, ubicados en los vértices inferior derecho y superior izquierdo, cuyas “curvas de indiferencia” en materia de mezclas de consumo de dos bienes (1 y 2) se ajusta a una provisión determinada por el ancho y la altura de la caja y son convexas a los respectivos vértices. Cuando esas curvas se hacen tangentes (esto es, se tocan en un único punto común), se está en un óptimo, pues no se puede mejorar la situación de uno sin empeorar la del otro. La línea verde, que une los puntos posibles en el gráfico adjunto, extraido del “BlogSalmon”, es llamada “curva de contrato”. El punto exacto de contrato dependerá de la provisión de bienes y los ingresos de cada uno.
La admisión de “rendimientos crecientes” de modo indefinido tensiona con el principio de competencia, porque implica que las megafirmas pueden crecer sin límites y afirmarse como monopolios, algo negado por la historia económica, combatido por la legislación en la mayoría de los países desarrollados y contrario a la noción de mercados competitivos a la que adhiere la corriente principal de la teoría económica, aunque Milei es un admirador de Murray Rothbard, economista académicamente marginal que sí tenía una visión positiva de los monopolios.
“Milei nunca escribió nada académico original y ahora avisa que va a reescribir la ciencia económica, y a nivel del premio Nobel. Está simplemente divagando”, fue la reacción de Carlos Rodríguez, quien fue asesor del hoy presidente durante un tramo de su campaña electoral. Mariano Fernández, profesor de la Ucema, quien discutió papers de Milei, reconoció no entender a qué se refería. “Es una frase hecha para cautivar a un público que no entiende de matemáticas. Lo único que tengo cuando escucho eso son cortocircuitos. De ahí a inferir cosas hay un camino gigantesco. Si querés tomar un modelo de crecimiento endógeno, como el de Paul Romer o el de Paul Krugman … pero son cosas distintas, ¿y qué tienen que ver con la optimalidad de Pareto? Está mezclando todo”, dijo ante la consulta de Infobae.
Una posibilidad es que Milei, quien al igual que Reidel es un entusiasta de las grandes empresas de tecnología y de la Inteligencia Artificial, crea posible construir un modelo de “equilibrio general” a partir de monopolios con “rendimientos crecientes a escala”.
“Cuando menciona a Pareto habla de dinámica y estática, pero para la Escuela Austríaca, a la que dice pertenecer, el análisis de Pareto puede ser nada más que estático, nunca dinámico. Y otra cosa que me llama la atención es cuando mezcla la mano invisible con los alfileres de Adam Smith. Cuando habla de la fábrica de alfileres Smith lo hace en referencia a la división del trabajo (…) no sé por qué mezcla las dos cosas, me parece que el estrés de la presidencia le está afectando”, dijo Roberto Cachanosky, otro economista liberal y ortodoxo.
Más allá de cuestiones de teoría económica, la referencia de Milei a Pareto es llamativa y lo emparenta con Raúl Alfonsín, el único presidente argentino de la democracia recuperada que invocó en algunos discursos al economista y sociólogo italiano, aunque en su caso de modo crítico, por su “teoría de circulación de las elites”.
Trayectoria
Una investigación de Gonzalo Diez Álvarez, de la española “Universidad Francisco de Vitoria” analiza la trayectoria ideológica y académica de Vilfredo Pareto, que desde una inicial etapa liberal democrática, pasó a una de ortodoxia económica y remató en una de sociólogo conservador y combativo que en sus años finales incluso se entusiasmó con el ascenso político en Italia de Benito Mussolini.
Fue todo un recorrido político porque, como cuenta Diez Álvarez, Pareto, nacido en 1848 en París, donde su padre, un noble genovés involucrado en el partido de Giuseppe Mazzini, figura central del Risorgimento y el establecimiento de la República italiana, se había refugiado, para volver seis años después a establecerse en Florencia, donde Vilfredo se crió, estudió, se graduó de ingeniero y, como mazzinista convencido, fue director de la Sociedad de los Ferrocarriles Italianos, considerada un puntal de la modernización del país.
El inicial liberalismo de Pareto viró hacia el conservadurismo cuando Italia cayó en el proteccionismo económico y una serie de escándalos financieros hizo tambalear los cimientos de la economía y desacreditó a la clase política
Todo cambió con los gobiernos Depretis y Crispi (entre 1881 y 1997), cuando Italia cayó en el proteccionismo económico y una serie de escándalos financieros hizo tambalear los cimientos de la economía y desacreditó a la clase política. En esos años, cuenta el estudio sobre Pareto, “el transformismo quedó institucionalizado como práctica de un régimen parlamentario corrupto. Las diferencias programáticas, ideológicas y partidistas dieron lugar a las intrigas, los intereses y los favores, a una política clientelar de facciones y camarillas, a una praxis basada en el ejercicio ventajista del poder por parte de una clase política cohesionada, más allá de sus diferencias, por su interés en mantener el monopolio de dicho ejercicio”.
Para Pareto, el sistema parlamentario se había pervertido, sacrificando los intereses de la gran masa de la población a los intereses particulares y a las pasiones de un pequeño número de personas. El transformismo y el capitalismo de Estado, escribe su biógrafo, no serían más que las dos caras de un régimen plutocrático basado en la alianza entre la burguesía política y la económica. La “corrupción” de los valores patrióticos del Risorgimento había así generado “una ruptura en la cultura económica (…) que determinó su orientación (la de buena parte de aquellos liberales) hacia un socialismo genérico o hacia el marxismo doctrinal”.
La decadencia burguesa es el núcleo del diagnóstico histórico de Pareto, que achaca a la “cobardía política” de la burguesía y al “error sociológico del liberalismo” el avance del socialismo
A partir de entonces, Pareto derivó de la ortodoxia económica hacia la sociología conservadora y a una -dice Diez Álvarez- “virulenta reacción intelectual contra el mundo liberal-burgués de finales del XIX”. Esa reacción impregna su obra más importante, el “Tratado de Sociología General”, de 1816, en el que desarrolla la categoría de la “circulación de las elites” y se erige como exponente de un “conservadurismo radical”.
“Pareto se sirvió de la sociología para desacreditar política e intelectualmente a esa ‘burguesía ignorante y cobarde’ (sus palabras) que, como la nobleza francesa del XVIII, había sucumbido a la enfermedad del humanitarismo. La decadencia burguesa es el núcleo del diagnóstico histórico de Pareto, que achaca a la “cobardía política” de la burguesía y al “error sociológico del liberalismo” el avance del socialismo, en la creencia de que una política ilustrada (difusión del conocimiento, imperio de la ley, reconocimiento de derechos básicos) libraría a la sociedad del despotismo, la superstición y la violencia”.
Voluntad y Relato
Según Pareto, afirma Diez Álvarez, “siempre tendrá más influencia una opinión falsa, pero capaz de entusiasmar a las masas, que una verdadera, pero que no toque el alma religiosa de la muchedumbre”. En ese contexto, la única política científica digna de ese nombre “es la que sustituye la razón por la fuerza, el conocimiento por la manipulación, la verdad por la utilidad, la lógica por el mito”.
“El intelectual conservador -escribe Diez Álvarez- debe ceder al político fascista. Y cita que Pareto sobre el final de su vida dijo: “Mussolini se ha revelado ahora como el hombre que la Sociología puede invocar”. El discurso fascista, explica, “por su plasmación política en un discurso de regeneración nacional mucho menos materialista y estrecho de miras que el discurso socialista, está mucho más capacitado para despertar un nuevo entusiasmo entre la religiosa muchedumbre”.
En suma, la raíz de la decadencia liberal burguesa era el humanitarismo, que Pareto consideró “una enfermedad de los hombres que carecen de energía” y por tanto sensibles a las exigencias de los oprimidos. “En vez de ejercer la fuerza contra éstos, tanto nobles como burgueses se habrían dejado dominar por unos sentimientos filantrópicos que, en términos estrictamente políticos, sólo significan una cosa: cobardía. Una aristocracia políticamente cobarde es una aristocracia decadente”, describe el estudio biográfico de Pareto.
Retórica reaccionaria
Otra guía a la historia y personalidad del economista cuyo “óptimo” de distribución fue citado por Milei es el economista, cientista político e historiador alemán Albert Hirschman, quien a los 17 años huyó del nazismo, hizo carrera académica en EEUU e investigó y viajó mucho por América Latina.
En su último libro, “La retórica reaccionaria”, publicado en 1994, Hirschman ubica la obra de Pareto como clave en la tesis de la “futilidad” de los impulsos progresistas de su tiempo.
La lucha emprendida por algunos individuos para apropiarse de la riqueza producida por otros es el gran acontecimiento que domina toda la historia de la humanidad (Pareto)
Hirschman identifica 3 tipos de respuestas “de la reacción” a oleadas sucesivas de avances de derechos: civiles en el siglo XVIII, políticos en el XIX y económico-sociales en el XX y distingue entre quienes consideran que esos intentos son “perversos”, pues en vez de mejorar la situación la terminan empeorando (por caso, desincentivando el esfuerzo y “premiando” la vagancia), quienes los creen fútiles (inútiles), porque no cambian nada, y quienes advierten el “riesgo” de descontrol, anarquía y retroceso económico, político y social. E inscribe a Pareto, que nació en 1848 y murió en 1923, en los años de surgimiento del fascismo en Italia, con su frase sobre la historia como “un cementerio de aristocracias” y su teoría de la “circulación de las elites”, en la tesis de la “futilidad”.
“La lucha emprendida por algunos individuos para apropiarse de la riqueza producida por otros es el gran acontecimiento que domina toda la historia de la humanidad”, dice en un pasaje de su obra el propio Pareto.
Pero a diferencia del marxismo, del que era un declarado enemigo, el economista y sociólogo italiano no hablaba de “explotación” o “plusvalía”, sino que acusaba a quienes controlaban las palancas del Estado, que consideraba “una máquina de expoliación”. Según él, la democracia podía ser “expoliadora” como cualquier otro régimen, por lo que el sufragio universal y la democracia no podía traer ningún cambio político o social verdadero.
De hecho, su aporte empírico a la Economía, tras asumir su cátedra de Economía en la Universidad de Lausana (Suiza) en 1893, fue un estudio sobre la distribución de ingresos personales en distintos países y diferentes épocas históricas mostrando que seguían muy de cerca una distribución matemática. Estableció así un parámetro luego llamado “Alfa de Pareto”, que llamó “una ley natural”.
Ley natural
Si la distribución sigue una “ley natural”, es en vano que la democracia busque modificarla. Pareto mismo escribió: “los esfuerzos que hace el socialismo de Estado por cambiar artificialmente la distribución tienen como primer efecto la destrucción de la riqueza (…) el resultado es exactamente el opuesto del que se buscaba en un principio: se empeora la condición del pobre en vez de mejorarla”.
No cambiando la distribución, el énfasis debía estar en el crecimiento.
Hirschman explica que la tesis de la “futilidad” de Pareto y otro sociólogo italiano, Gaetano Mosca, incluso minimiza el efecto de acontecimientos históricos como la revolución francesa y el sufragio universal. Según el autor alemán, aunque la crítica de la “perversidad” del cambio luce a primera vista más fuerte, al menos reconoce alguna eficacia a la acción humana o social: “si una devaluación empeora la balanza de pagos, en vez de mejorarla, ¿por qué no probar con una apreciación del tipo de cambio”, explica.
En cambio, la tesis de la “futilidad” paretiana es desmoralizante y, en definitiva, demoledora. Así lo explica Hirschman: “Si se muestra que las políticas que pretenden dar poder a los impotentes (a través de elecciones democráticas) o enriquecer a los pobres (a través de los programas del Estado de Bienestar) no hacen nada de eso, sino que mantienen y consolidan la distribución de poder y riqueza existentes (… y que) los responsables de esas políticas están entre los beneficiarios, surge la suposición de que no son inocentes o bienintencionados, se cuestiona la buena fe y se sugiere que la justicia social y fines semejantes son solo una cortina de humo (… entonces); lejos de ser ingenuos o llenos de ilusiones, los creadores de las políticas ‘progresistas’ empiezan a ser percibidos como estafadores y sucios hipócritas”.
Hay allí, claramente, un aire de familia con la disputa que el gobierno mantiene con los llamados movimientos sociales y dirigentes como Juan Grabois, a quienes Milei califica de “gerentes de la pobreza” mientras sostiene a la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello.
En términos de Pareto, esos rivales de Milei serían simplemente “expoliadores”.
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