En San Francisco, el puente Golden Gate. En París, el Arco de Triunfo. En Rio de Janeiro, el Corcovado. En Sydney, su Opera House. En Moscú, la Plaza Roja. Durante generaciones las personas han viajado a los puntos turísticos más atractivos del mundo, y durante generaciones han tomado las mismas fotos. "La fotografía siempre ha dado forma a la experiencia del viaje, para bien o para mal", escribió Simon Roberts en una columna de Wired.
El fenómeno es tan extraño como masivo, al punto que existe una aplicación, Explorest, que facilita las coordenadas de GPS de las fotos que el usuario quiera, e inclusive la configuración de la imagen que debería elegir en una cámara en el improbable caso de que no use un smartphone. "Dos de las preguntas más habituales en las redes sociales son '¿De dónde es esa foto?' y '¿Cómo se llega allí?'", dijo a la publicación el CEO de la empresa, Justin Myers.
"Explorest es sólo una versión con forma de app de algo que los turistas ya hacen: revolotear de una atracción a otra para sacar las mismas fotos que ya han visto del Palacio de Buckingham o del Manneken Pis de Bruselas". La cámara del pasado y el teléfono de hoy representan a la vez una apertura al mundo o una manera de forzar a que el mundo quepa dentro del propio marco, "casi literalmente", dijo a Roberts Peter D. Osborne, autor de Photography and the Contemporary Cultural Condition.
La estandarización del viaje comenzó antes que la fotografía, en el siglo XVIII, cuando surgieron las guías turísticas que dirigían a los viajeros hacia "sitios pintorescos", sitios con una belleza digna de pinturas. "Los registraban con los dispositivos del momento: el espejo de Claud reflejaba escenas polarizadas, en ojo de pez, que eran fáciles de bosquejar, mientras que la cámara lúcida literalmente la transponía sobre la página", recordó el artículo.
Luego siguió el daguerrotipo, que desde 1839 los viajeros más expertos comenzaron a transportar en sus recorridos por Grecia y Egipto. Y por fin, en 1888, llegó Kodak.
"La introducción de la cámara liviana y fácil de manejar de George Eastman implicó que hordas de turistas pudieran rápidamente apretar un botón para capturar sus experiencias individuales… que resultaron más o menos idénticas", observó Roberts.
¿La razón? Esas fotografías, en realidad, crearon las atracciones como tales.
Los paisajes, las grandes construcciones: todo había estado siempre ahí. Pero las imágenes los sacaron de la oscuridad de su significado ordinario para hacerlos especiales. A continuación los turistas salieron tras ellos. Y cada vez que los encontraron, a modo de prueba, tomaron una foto. En general, muy similar a la que habían visto antes de partir.
Esa práctica llevada al extremo llamó la atención de Osborne en el Gran Cañón, en la década de 1970, cuando vio a un grupo de personas esperando en fila para pasar a un punto especialmente marcado para sacar fotos. "La gente hacía cola, muy amablemente, esperando su turno. Pensé: '¿Por qué no se mueven tres o cuatro metros para un lado o para el otro?'".
Ni la democratización del turismo en el siglo XX ni la explosión de la fotografía digital y las redes sociales en el XXI cambiaron la práctica de imitación mansa. Con más turistas y más destinos que nunca, también aumentaron las fotos, siempre parecidas inclusive cuando lo ordinario se vuelve objeto, como las piscinas infinitas y el arte urbano.
Cuando Roberts se abrió paso dificultosamente ante la Mona Lisa, en el Louvre, para sacarse una foto con la misma perspectiva y la misma geolocalización que los demás visitantes, se preguntó por qué lo hacía. "Fotografiar algo es una manera de poseerlo", citó Sobre la fotografía, el libro de Susan Sontag. Como si la visita no hubiera estado completa sin la imagen.
"Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo", escribió la ensayista. Y, paradójicamente, también es rechazarlo: "Además de ser una manera de certificar la experiencia, tomar fotos es una forma de rechazarla al limitar la experiencia a la búsqueda de lo fotogénico, al convertir la experiencia en una imagen, un souvenir".
Es curioso que algunos estudios científicos confirmen la realidad psicológica de esa idea, observó Wired. Uno sugirió que tomar una foto de algo dificulta la operación de recordarlo. Otro descubrió que las personas que van a un museo tienden a recordar menos los objetos de los que sacaron fotos.
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