Ya sea de manera presencial o virtual, los argentinos somos de los profesionales más valorados no solo en Latinoamérica sino en el mundo. ¿Por qué? Además de las aptitudes personales de cada uno, creo que en primera medida es porque la base de nuestro estudio universitario es alta: el nivel de nuestras universidades nos ubica en la cúspide de la pirámide en la región lo cual genera ya una visibilidad de excelencia para muchas empresas.
Además, porque el argentino tiende a seguir capacitándose, hacer postgrados, cursos o masters aún después de tener un trabajo exitoso, siempre busca evolucionar.
Y esto es porque para nosotros nunca nada es seguro. Estamos acostumbrados a vivir en un país en constante crisis y es parte de nuestro día a día no conformarnos, nunca bajar los brazos y relajarnos, porque todos vivimos estar en la cima y caer al abismo. Porque a algunas generaciones nuestros padres nos enseñaron que siempre hay que pelearla.
Tenemos en nuestro ADN no rendirnos, es un lujo que no podemos darnos. Y eso lo trasladamos a quienes somos como profesionales.
Después de tantas injusticias que hemos vivido en nuestra historia, todo lo que está en nuestras manos, lo buscamos y ese nivel de persistencia hace muy valioso a un recurso, más allá del nivel de estudios o experiencia, la resiliencia es uno de los valores más relevantes para una compañía.
La independencia en la forma de trabajar las tareas es otro valor importante ya que genera un menor período de adaptación en el comienzo y una menor supervisión en el día a día, especialmente cuando el trabajo es a distancia.
Lo que no sabemos, lo aprendemos. Y lo que no sabemos, no tenemos vergüenza en preguntarlo porque nosotros somos nuestro propio mundo.
No sé si todos se sientan identificados con mis palabras pero personalmente viví diferentes procesos en diferentes compañías y el nivel de sociabilidad que tenemos como argentinos es alto y eso en gran medida se debe a que no tememos lo que los demás piensen de nosotros. La gente siente empatía con los argentinos; nos ganamos a las personas más difíciles porque estamos seguros de quiénes somos.
Esto no es para creernos más ni para elevarnos sino para concientizarnos y entender cuáles son nuestras fortalezas que en muchos casos pueden ser nuestras debilidades y demonios al mismo tiempo.
Nos desafiamos porque necesitamos esa adrenalina de sentir que todo se cae a pedazos y podemos con todo. Ese sentimiento endiosado que genera tanto amor/odio en muchos países de la región es justamente nuestro diferencial. Porque las crisis no nos tumban. Nos quejamos pero vivimos en alegría. Y seguimos.
Resurgimos cada día cual ave fénix porque vivir en este país es hermoso y terriblemente espantoso al mismo tiempo; seguimos contra viento y marea. Otra no nos queda. El descreimiento nos gobierna.
Las películas y series más hilarantes de todos los tiempos suceden en la Argentina y son moneda corriente de las que nos hemos acostumbrado. Y son un realismo mágico espantoso del cual solo nos queda reírnos. La ironía constante que nos pisotea y nosotros seguimos.
El eterno Nirvana de Kurt Cobain, el baile pegaíto de Tini y el drama de Pimpinela y Sandro, todo al mismo tiempo, todo junto; eso somos, revolución y locura constante.
Y lo más loco es que los que todavía elegimos vivir acá y aún los que han decidido irse amamos a nuestro país, a pesar de todo. Es como un amor enfermizo que sentimos dentro, como dice la canción del Mundial: “No sabes lo que se siente”.
Así es como algunos nos adoran y otros no tanto pero es una realidad que nos eligen; porque nos adaptamos rápidamente, porque las situaciones más delirantes para nosotros son divertidas y porque no tenemos miedo a fracasar… ya lo hicimos varias veces… porque vivimos en la Argentina.
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