Las cuentas pendientes de Daniel Scioli ya cumplieron veinte años. El 19 de agosto de 2003, tres meses después de asumir en la Casa Rosada, el entonces presidente Néstor Kirchner decidió cortarle las alas a quien entonces era su vicepresidente. Nacido y criado en el menemismo, Scioli era mirado por desconfianza en la casa de Néstor y Cristina. Un par de declaraciones disonantes sobre derechos humanos y suba de tarifas sellaron su destino.
En el acto, Kirchner echó de la secretaría de Turismo y Deportes a Germán Pérez (un empresario del área de confianza de Scioli) y a otros once funcionarios leales al Vicepresidente. El encargado de transmitirle la mala noticia fue el jefe de gabinete y encargado solícito de las operaciones desagradables: Alberto Fernández.
– Pero Alberto, para asumir en el Gobierno dejé mi trabajo en el sector privado-, se quejó el sorprendido Germán Pérez.
– La política es así…-, fue la escueta respuesta del hombre que hoy es presidente. De inmediato, cortó el teléfono.
La venganza contra Scioli fue la primera conmoción política interna del gobierno de Kirchner. El enojo había llegado hasta el entonces poderoso ex presidente, Eduardo Duhalde, y la versión de la renuncia de Scioli a la Vicepresidencia recorría los pasillos del poder. Como nadie podía encontrarlo en ningún teléfono celular, este periodista llamó al interno de Scioli en la Casa Rosada. Y, después de un par de minutos de consultas en varios despachos, el Vicepresidente apareció al otro lado del auricular.
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– Hola Daniel. ¿Es cierto que vas a renunciar a la Vicepresidencia? Está muy mal tu situación con Kirchner.
– Gracias por la consulta. De ninguna manera voy a renunciar. Y te respondo que no estoy mal para nada. Mal estaba cuando buscaba mi brazo en el río…
En forma descarnada, Scioli aludía así al tremendo accidente que sufrió en el río Paraná cuando competía en motonáutica clase off shore. El 4 de diciembre de 1989, embistió una ola dejada por un barco petrolero y salió despedido de su lancha. La hélice le cortó el brazo derecho y estuvo a punto de perder la vida. Scioli describió esa circunstancia para referirse a su endeble situación política en el gobierno de Kirchner. “Mal estaba cuando buscaba el brazo en el río”. Era la primera vez que utilizaba aquella frase, pero no sería la última. Nacía un estilo de resistencia gandhiana.
Dos décadas después de aquel episodio, Cristina vuelve a encontrarse con la misma piedra. Pasó todo el fin de semana en Santa Cruz terminando de definir quien será su candidato a presidente. Si será Sergio Massa, como cree la mayoría. O será Eduardo De Pedro, como quiere algún sector del kirchnerismo más ideológico. O si será Axel Kicillof, como evalúa en ciertos momentos y vuelve a descartarlo porque, en una elección tan desfavorable para el gobierno como esta, Cristina prefiere aferrase a lo seguro y tratar de conservar las cajas bonaerenses.
Cristina ha hecho suya la idea de Sergio Massa y comparte el temor de que, en caso de el peronismo vaya a las PASO, es muy probable que el mejor de sus candidatos termine en el cuarto lugar. Por eso, ha intentado convencer a ministros, gobernadores e intendentes peronistas de que lo mejor es ir a las elecciones con una fórmula única. Una candidatura que pueda meterse entre Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y Javier Milei. Un último esfuerzo para no quedarse afuera del ballotage.
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Si como dice Nassim Nicholas Taleb, “el cisne negro es una rareza porque está fuera de las expectativas normales”, a seis días del cierre de candidaturas para las elecciones hay que decir que Daniel Scioli se ha convertido en el cisne negro del peronismo.
El embrión de la candidatura presidencial de Scioli se gestó en Brasil. Sobre todo durante las charlas que el embajador argentino en Brasilia mantuvo con Inacio Lula da Silva. El presidente brasileño le contó sobre las cuatro oportunidades en la que fue candidato y los detalles del plan para volver al poder luego de estar preso casi dos años. El “Pichichi” Scioli (como le gustan que lo llamen) se fue entusiasmando y comenzó a preparar la posibilidad de ser candidato en cada viaje a Buenos Aires. Al principio, sus colaboradores lo miraban con desdén. Pero tuvieron, finalmente, que comenzar a tomarlo en serio.
En la candidatura presidencial de Scioli hay tres elementos fundamentales que se deben tomar en cuenta.
1.- En la mayoría de las encuestas Scioli conserva buena imagen. Tiene 100% de grado de conocimiento en todos los sondeos y el antecedente de haber sido candidato en 2015, siendo derrotado en el ballotage por Mauricio Macri por apenas 2,5 puntos.
2.- Cuando hizo pública su candidatura, se le unió rápidamente Victoria Tolosa Paz, quien lanzó su postulación a gobernadora y que también se mostró resistente a bajarse como le pidió el kirchnerismo desde el primer momento. Fue un apoyo clave.
3.- La candidatura de Scioli contó con el apoyo discreto, pero permanente de Alberto Fernández. Al presidente lo anima, sobre todo, su ánimo de venganza contra Cristina Kirchner y contra Sergio Massa. A los dirigentes kirchneristas, les jura que intentó convencerlo a Scioli de que se baje pero que no lo consiguió. Nadie le cree. A Alberto no le queda capacidad de construcción política, pero conserva eso sí una notable capacidad de daño.
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En las últimas semanas, tanto Cristina (a través de su hijo, Máximo Kirchner) como Massa, a través de los gobernadores, intendentes y hasta algunos empresarios, intentaron convencer a Scioli de que baje su candidatura. Entre los ofrecimientos más consistentes, estuvo el de encabezar la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires e, incluso, el de ser el candidato único del peronismo a jefe de gobierno porteño. Scioli rechazó hasta ahora todas esas ofertas e insiste en competir.
La última maniobra de presión fue la conformación del reglamento interno del Partido Justicialista bonaerense, que dirige Máximo en nombre de Cristina, para la interna peronista en la provincia. La letra oficial exige al que pierda las elecciones obtener un piso del 30% de los votos y, ese caso, le darían por ejemplo el lugar 6º y el 11º en la lista de candidatos a diputados nacionales en vez del tercio que se acostumbra para la primer minoría en las internas partidarias. Scioli y sus aliados se ríen.
“Si insisten con ese reglamento trucho, vamos a salir a denunciar la proscripción de Daniel”, explican sus colaboradores, apelando con picardía al argumento preferido de Cristina en sus flancos judiciales. La Vicepresidenta suele utilizar la excusa de la proscripción para contraponerla a los malos números que le señalan las encuestas a su eventual candidatura presidencial, y para eludir la sombra de la condena a seis años de presión que tiene pendiente por fraude al Estado en la causa Vialidad.
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Esta semana será un prueba de fuego para Scioli. Desde el kirchnerismo harán todo lo posible para lograr que se baje de su postulación. Pero, al menos hasta ahora, el embajador en Brasilia se mantiene inflexible y jura que competirá en las PASO.
En su objetivo ha sido muy importante el aporte de Victoria Tolosa Paz. La ministra de Desarrollo Social, quien desde su ingreso al Gobierno en 2021 ha mostrado su intención de competir contra Cristina y el kirchnerismo, comenzó a avanzar en el armado de estructuras políticas en todo el país desde hace más de un año. Su foco, de todos modos, siempre estuvo ubicado en la provincia de Buenos Aires. Sobre todo en la primera y en la tercera sección electoral, las decisivas del Gran Buenos Aires.
“Ella tiene muchas ganas, tiene energía y tiene respaldo económico”, explica un dirigente bonaerense que la acompaña desde sus comienzos. Tolosa Paz conforma un tándem con su marido, el publicista peronista José “Pepe” Albistur, quien debe hacer equilibrio en estos tiempos entre su relación amistosa con Cristina Kirchner y la candidatura de Victoria. Si la cuestión termina con internas, la lógica es que la tensión entre ambas dirigentes estalle por los aires. De nada servirá incluso el vínculo que Tolosa Paz viene tejiendo con Máximo Kirchner. “Si hay PASO, no hay neutrales”, es la consigna que se repite en el peronismo.
La cartelería de Scioli y Tolosa Paz en las calles bonaerenses tiene el estilo histórico de Albistur. “El peronismo vuelve a enamorar” es la frase para provocar al kirchnerismo y recoger a la mayor cantidad de heridos posibles que ha dejado Cristina en todos estos años. Por si queda alguna duda, “Unidos Triunfaremos” es el nombre de la lista que encabeza Scioli. Toda la estrategia está orientada a rescatar a los desamparados políticos que deambulan en un peronismo con veinte años de Síndrome de Estocolmo. “Al fin nos toca cobrar a nosotros”, sonríe uno de los que prefirió quedarse al margen de la eterna fiesta kirchnerista.
A Scioli también lo están ayudando los Moyano, sobre todo Hugo padre, Pablo y Hugo Junior. El gremio de los camioneros lo viene haciendo con discreción, pero sin pausa. Y hay otra veintena de gremios menores que también le están dando una mano al candidato. Scioli se las venía arreglando por toda base de campaña con una pequeña oficina céntrica en la calle San Martín, pero desde que la cosa va en serio el abogado de los Moyano, Daniel Llermanos, le ha facilitado un centro de operaciones más amplio en la calle Balcarce, a solo dos cuadras de la Casa Rosada.
Desde el principio del intento de Scioli, lo han acompañado el canciller Santiago Cafiero, y otros dirigentes del Gobierno que lo hacen con perfil más bajo. Cafiero libra, junto al candidato a intendente peronista, Hugo Azerrat, una batalla local en el partido de San Isidro, donde también tallan fuerte la senadora kirchnerista Teresa García y el dirigente Sebastián Galmarini, aliado previsible de Sergio Massa. Además, ha sido residente del distrito Pepe Albistur por lo que la confrontación en San Isidro es casi una radiografía del fantasma que atraviesa al peronismo.
Blindado con su crema protectora de fe y optimismo, Scioli viene manteniendo conversaciones con el ex ministro de Economía, Martín Guzmán, quien hace tiempo quiere descender de la academia al barro de la política electoral. Lo mismo hizo con el ex ministro kirchnerista, Sergio Berni, a quien le ofreció la candidatura a jefe de gobierno de la Ciudad, y hasta con el ex jefe de gabinete Juan Manzur, quien viene de ser impedido como candidato a vicegobernador en Tucumán por decisión judicial.
Pero el tucumano Manzur mantiene su propio proyecto presidencial (aquel de Juan XXII) y parece que no lo ha dado de baja. El domingo se mostró junto a Sergio Uñac, otro candidato a gobernador por San Juan que también dio de baja la Corte Suprema, y asegura que quiere sumarse a la competencia del peronismo en las PASO. Nadie piensa en los nervios de Cristina.
Si algo le faltaba a la Vicepresidenta era que uno de sus gobernadores peronistas preferidos, el chaqueño Jorge Milton Capitanich, tuviera que atravesar las PASO de su provincia este domingo con la desaparición de una joven (Cecilia Strzyzowski) en un presunto femicidio que complica al piquetero Emerenciano Sena, a su esposa y a su hijo. Es el dirigente al que benefició con subsidios millonarios y quien construyó una organización de militancia rentada mediante un sistema de coerción y violencia similar al que armó la activista Milagro Sala en Jujuy.
Cuando era jefe de gabinete de Cristina, Capitanich rompió durante una conferencia de prensa inolvidable las páginas de un ejemplar del diario Clarín solo para congraciarse con su jefa política. Era su manera de menospreciar la libertad de expresión y hacerle un homenaje improvisado a la alcahuetería política.
El resultado es una derrota provisoria pero inesperada de Capitanich, obtenida con una cantidad de votantes apenas superior al 50%. La soberbia y la impunidad conducen al desinterés de una sociedad cada vez más peligrosamente desencantada de sus gobernantes.
Son las misma razones por las que se le complican los caminos a Cristina y al kirchnerismo. Todo lo que se necesitaba era un cisne negro que se le plantara enfrente para probar la fragilidad de un sistema perverso y diseñado para durar eternamente.
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