Luis Torales es un mozo criollo nacido en la villa del Luján hace veinte años. Es un soldado que pertenece a la 3ra Compañía del 1er Batallón de la Legión de Patricios de Buenos Ayres. El año pasado (1806), o sea, hace unos meses, ingresó como voluntario al cuerpo de vizcaínos y ahora es uno de los 1254 patricios que han sido posicionados para defender distintos puntos de la ciudad. Torales y algunos amigos de Luján, defienden el cuartel general del teniente coronel Cornelio Saavedra, o sea, el Real Colegio de San Carlos. Ellos no llegan a 400.
El Colegio de San Carlos, se levantaba en la calle de la Catedral (actual Bolívar) entre San Carlos (actual Alsina) y San Francisco (actual Moreno), a escasas cuadras del Río de La Plata cuya orilla oriental la constituía la actual calle Balcarce.
A pesar que la bandera del Reino Unido flamea en el Retiro, en la Residencia y en Miserere desde el 4 de julio, los patricios están muy confiados. Uno de los tres sargentos de la 3ra Compañía, muy aguerrido y serio, los mantiene despiertos. Va y viene con más patricios, trayendo munición. Es “mi sargento Gómez” pero muchos dudan que ese sea el apellido real y pocos le conocen el nombre. Todos están tiznados de tierra y pólvora y eso los enorgullece como soldados. Gómez también luce una trenza bien apretada y cuidada con un moño rojo, bigotes crecidos y todos tienen barba de cinco días. Además, los espanta con sus gritos arengándolos y propinando todo tipo de maldiciones a los ingleses. Quizás todos necesitan de Gómez, lo piensan, lo respetan. Lo quieren.
El 2do Jefe de la Legión de Patricios, sargento mayor Juan José Viamonte, especialista en entrenamiento militar, les ha encargado a los efectivos, algo sabio: “quiero que maten tres ingleses cada uno, si llegáis a cinco, vais a ser condecorados, pero… si en una esquina quedan detenidos más de una hora, seréis premiados por el virrey mismo, en persona”. A nadie le importa mucho el premio, pero, sí les encanta cumplir con esa consigna. Todo Buenos Aires la cumple, porque todos han entendido que no tienen suficientes reemplazos en Montevideo y nosotros, todavía no movilizamos el campo, ni las ciudades del interior.
Luis Torales a diferencia de otros soldados, tiene experiencia en la reconquista del año pasado. Entonces combate con otro temple. Gómez lo premia tratándolo con mayor respeto y asignándole acciones peligrosas como auxiliar heridos, casi muy cerca del enemigo. El sargento conduce casi treinta hombres: trepa azoteas, balcones, escaleras y luego todos tratan de emularlo. Va y viene con tres o cuatro fusiles (de chispas españoles o Tower ingleses).
La noche del 4 al 5 de julio, es muy fría. Son casi las diez de la noche. Viento del río con más frío. Aparece una carretilla (carreta chica) empujada por sirvientes y sus señoras, con mantas y ponchos. -Estas mujeres no saben del peligro que corren-, les comentan a Luis, con una sonrisa sus amigos de Luján. Las mujeres, con acento español, prefieren sonreír y hacerse las sordas. Luis ha visto a estas mujeres enardecidas defendiendo casa por casa, a los gritos, rivalizando con los milicianos cuando Buenos Aires fue reconquistada a sangre y fuego. Emponchados y con varios mates calientes lavados están mucho mejor. Gómez muestra un lado humano y señoril agradeciendo este gesto, se quita la galera de pluma blanca como gesto de caballero, que las damas responden con una sonrisa respetuosa. Gómez que no se quita la galera de patricio ni para descansar, cuida impolutas, dos cosas: su pluma blanca y su trenza. Luis Torales cree que en unos meses más, -si salen de esta con vida-, ya podrá llegar a trenzar algo de su cabello castaño oscuro.
La 3ra compañía de patricios despide a las mujeres desde las barricadas de la esquina de (Bolívar y Alsina), desde dos azoteas de tres casonas y la torre del colegio. Pero una fuerte explosión de un cañón británico sumerge a los soldados a cubierto. Gritos, sangre y cuerpos mutilados, mantas y ponchos. Sirvientes llorando a sus amas. Pero no hay tiempo de nada, tambores enardecidos avanzan por calle Alsina, como abriéndose paso y causando terror después del cañonazo. Se nota que los tipos estaban escondidos en la oscuridad a unas cuadras. De noche, todos los ruidos y explosiones parecen ensordecedores.
Se ha desatado un ataque general en toda la ciudad. Los británicos a órdenes del general Withelocke, buscan rodear el fuerte (hoy casa de gobierno) de oeste a este. Gómez grita y maldice, se escuchan las órdenes del capitán Josef Agustín de Aguirre; el teniente Vizente López y el alférez Ferreyra Igarzábal forman otro piquete en la esquina. Esto no es buena señal. Tanta gente amiga con oficiales, señal que muchos ingleses se vienen para acá (piensa para sus adentros el soldado de infantería).
Tal como lo ha previsto Viamonte, los ingleses tratan de forzar la resistencia en un desesperado asalto. Es ahora, la madrugada del 5 de julio de 1807, cuando los británicos empeñan hasta el último hombre. Muchos ruidos de fusilería en la ciudad. Parece que se ha desatado el infierno. Los patricios, conservan la calma. Eso preocupa a los británicos del 95th Rifles, no esperaban tamaña resistencia en esta pobre aldea española. Aguirre carga por calle Alsina, con un solo objetivo: silenciar el cañón y si es posible dejarlo fuera de servicio. A los pocos minutos regresa con la misión cumplida. Granadas, fuego de fusilería, milicianos desde ventanas y techos de calle Perú se dieron cita para acabar con los sirvientes y destruir en parte el cañón. No era muy grande. No regresan todos…
Esta acción enloquece a un mayor británico que gritando en un inglés incomprensible, ordena avanzar al paso de los tambores. Los defensores denotan que está cargado de ira y rencor. Los tambores meten miedo, pero los patricios los reciben con un nutrido fuego. Caen de a decenas. Una corneta desafinada y una bandera retroceden en confusión en la noche, el humo y el polvo. Los patricios gritan el característico ¡¡Hurraaaa!! y sonríen. ¡¡Urracaa!! grita Gómez (cuando se produce el silencio), a propósito, para sacar otra sonrisa a la tropa…
Ya no siente frío el patricio Torales. El mayor inglés y otros ingleses que lograron cruzar la barricada yacen muertos, otros heridos son tomados prisioneros. El mayor tiene la mitad del rostro quemado y el uniforme salpicado de agua hirviendo. Todo esto es ya demasiado para los británicos. La moral está por el piso. Sólo atacan para adelante, con intentos desesperados de abandonar las estrechas calles de Buenos Aires. Todo Buenos Aires, es una emboscada.
Resulta curioso, no llevan el característico “uniforme de casacas rojas” del año anterior. Pertenecen al 95° Batallón de Rifles, con uniforme verde, bien del tipo de los cazadores modernos, con un casco negro con una corneta chica dorada en el centro.
“Vemos desde temprano al Jefe de la Legión, el teniente coronel Saavedra, contento y arengándonos a viva voz con su sable. Esta es una mejor señal. Amanece. Muchísimo frío. Los ingleses deben estar peor que nosotros y eso nos alegra”. El sargento Gómez consigue mate caliente y una botellita de aguardiente; por momentos parece un actor de la plaza Mayor, un mago que hace aparecer cosas y no se ríe…
Con las primeras luces, se inicia el ataque por las calles. Los tambores de los patricios suenan más fuerte que los tambores ingleses de anoche. Torales no puede creer la cantidad de soldados enemigos muertos en las calles. Es una alfombra de cadáveres sobre la casa de la Virreina Viuda. Luego de cercar y llenar de tiros la casa de don Medrano, se rinden 200 ingleses. 35 muertos quedan adentro.
“Los conducimos al colegio San Carlos. El sargento mayor Viamonte aparece con la 2da Compañía y la 1ra con el teniente coronel Saavedra, no están mejor nosotros, parecen más cansados y gastados. Withelocke no olvidará jamás ese 5 de julio en esta Buenos Aires fría y gris”. Ya suman 3.000 los prisioneros con los generales Crawfurd y Pack. Un tiempo después nos enteraremos que a Pack lo herimos nosotros, cerca del cuartel de San Carlos. Pero sin duda, todos creeremos que ha sido el fusil del sargento Pedro Rudecindo Gómez.
Los hechos acaecidos entre el 4 y el 7 de julio de 1807, finalizaron con la derrota y la capitulación del ejército y la marina británica. El coraje, el valor y el heroísmo que plasmaron los “Patricios de Buenos Ayres” constituyó el principal muro de contención del avance inglés. Muchos hombres y mujeres, con y sin uniforme, contribuyeron a esta resonante victoria que se esparció por América y Europa.
El principal responsable de estas gloriosas jornadas es el teniente coronel Cornelio Saavedra; quien se multiplicó en acciones heroicas liderando a sus hombres, impulsando a todos y convenciéndolos de la victoria. Recorrió noche y día las posiciones y avanzadas, dispuestas en toda la capital. Aceptó y compartió las medidas impartidas, por su segundo jefe, el sargento mayor Viamonte. Apoyándolas y reconociendo en ellas, la llave de la victoria. Humildad y confianza que construyeron el liderazgo, del que años más tarde sería el presidente de la Primera Junta patria.
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