Oriunda de Buenos Aires, vive en la ciudad rionegrina de San Carlos de Bariloche desde 1994. Comenzó a dedicarse a los temas relacionados con la entonces llamada “defensa civil” en 1996, cuando durante el verano se desató un incendio incontrolable en el cerro Catedral y sus alrededores. “Si elijo un lugar para vivir, tengo la obligación de defenderlo”, afirma Díaz. Durante una década, fue bombera voluntaria y, de a poco, se fue capacitando en diversas áreas, como atención prehospitalaria, de trauma, gestión de riesgo, sistema de comando de incidentes, entre otras. Fue directora de la Secretaría de Gestión de Riesgo de la provincia de Río Negro y, desde 2015, es la responsable de la Subsecretaría de Protección Civil barilochense.
Entre bosques y montañas
-¿Cuáles son las principales vulnerabilidades de una ciudad enclavada en medio de la naturaleza como Bariloche?
-Entre las amenazas más fuertes, mencionaría los incendios, los deslaves, las inundaciones, los vientos fuertes, las nevadas, los accidentes vehiculares y las lluvias. Nosotros, desde Protección Civil, estamos realizando mapas técnicos de riesgo y ya tenemos terminados los de deslizamientos y los de incendios interfase (los que se desarrollan en áreas donde se mezcla vegetación con las estructuras edilicias), que son los más preocupantes. Y confeccionamos un plan de evacuación estructurado en 52 puntos de encuentro, adonde deben dirigirse los vecinos en caso de ser necesaria una evacuación.
-Bariloche cuenta con bomberos voluntarios y el Servicio de Prevención de Lucha contra los Incendios Forestales (SPLIF). Ante un evento de estas características en la ciudad, ¿quién debe actuar?
-El bombero está preparado y cuenta con los recursos para atender el fuego de estructura, mientras que los brigadistas son los responsables de los incendios forestales, que se apagan con herramientas de mano y requieren un equipo especial. Bariloche tiene la particularidad de tener incendios interfase, razón por la que establecimos que el primer auxilio debe ser dado por quien esté más cerca hasta que llegue el verdadero “dueño del fuego”.
-Antes mencionó el cambio de denominación de la organización a su cargo. ¿Defensa o Protección Civil?
-Se trata de un nuevo paradigma que se está dando a nivel internacional e implica, más allá de las palabras, un cambio de estrategia. La realidad es que no nos defendemos de nadie, sino que nos preparamos, trabajamos en la prevención y mitigación de riesgos para que los eventos tengan el menor impacto posible. Es una actitud proactiva que abarca todo lo relacionado a la seguridad ciudadana, y puedo decir que hoy contamos con una estructura organizativa que permite dar respuesta a cualquier desastre. También tenemos un plan de emergencia que incluye a todos los organismos, públicos y privados, de la ciudad.
-¿Qué es un plan de emergencia?
-Es un documento marco donde figuran las instituciones que pueden ser convocadas y donde se enumeran las contingencias posibles, que suman 30, desde la más sencilla (un accidente vehicular) hasta la más grave o improbable registrada. El concepto básico es que, si pasó una vez, puede volver a pasar. Ejemplo de ello es el tsunami de 1960, consecuencia del terremoto de Valdivia, Chile, uno de los de mayor magnitud registrados en el mundo (9,8) que generó una ola en el lago que se llevó el viejo puerto. De cada evento, se toma la referencia máxima. En 2014, hubo un viento sostenido de 150 kilómetros por hora con ráfagas de 250 kilómetros por hora; entonces, sobre esa máxima, se escribe el plan de contingencia: quiénes van a actuar, cómo, dónde, etc. Incluye también algún evento que no ha ocurrido –como un accidente en el Centro Atómico Bariloche–, aunque sabemos que es una posibilidad remota y que el material radiactivo es tan poco que no sería grave.
-¿Está hecho el ordenamiento territorial de la ciudad que determina dónde puede realizarse un emprendimiento inmobiliario o tala de árboles, por ejemplo?
-Hay un ordenamiento en el área oeste, llamado “Plan del Oeste”, donde se establece cuánto y dónde se puede construir.
-Si se respetó la planificación territorial, ¿cuáles fueron las causas del deslave que provocó el desmoronamiento en el Complejo Huinid, en junio de 2022, con muertos y heridos?
-La tragedia de Villa Huinid se produjo por un error de construcción y, de hecho, hay personas imputadas. Si bien este tipo de accidentes no es común, es cierto que hay edificaciones que no deberían realizarse, como, por ejemplo, arriba de la cota 900 del cerro Otto. Son temas complejos de manejar, porque se trata de terrenos que se vendieron en los años cincuenta, cuando no existía la gestión de riesgo ni nada parecido. Lo que sí está regulado bajo un sistema estricto es la tala de árboles, que los vecinos denuncian de inmediato cuando escuchan una motosierra.
-¿Este tipo de eventos están relacionados con el cambio climático?
-Sin dudas. Estamos viviendo situaciones atípicas, como el aumento de la temperatura, el viento y el cambio en el régimen de lluvias. Antes, por ejemplo, teníamos precipitaciones suaves y constantes, que se caracterizaban por penetrar en la tierra de a poco y permitían mantener el bosque húmedo. En la actualidad, las lluvias son rápidas y torrenciales, por lo cual generan erosión y otros problemas.
Tiempos de pandemia
-¿Cómo se vivó en una ciudad turística como Bariloche la emergencia sanitaria?
-Al arrancar la pandemia, formamos el Centro de Operaciones de Emergencias (COE), que se encargó de manejar los recursos y trabajar de manera coordinada con más de 30 organizaciones para responder a las necesidades que se presentaran. La dirección operativa estaba a cargo del director del hospital, el jefe de la Escuela Militar de Montaña y yo, como responsable de Protección Civil. Nuestra tarea abarcaba desde la apertura de los hoteles hasta la entrega de material o de comida a quienes estaban en sus viviendas o el control para que la gente no circulara. La planificación era diaria y, una vez a la semana, emitíamos un reporte de situación para informar de lo realizado a la comunidad. El COE estuvo abierto durante 562 días, y su centro operativo estaba en la Escuela Militar, lugar que nos permitía tener un espacio donde descansar, de ser necesario. Tuvimos, además, seis hoteles abiertos (cedidos por los dueños), uno para la gente que llegaba y tenía COVID-19, y el resto para los pobladores.
-¿Fue complejo manejar el turismo?
-Fue un trabajo del COE y Turismo que abarcó dos situaciones: por un lado, lograr que la gente pudiera regresar a sus lugares de origen y, por otro, recibir en Buenos Aires a barilochenses que venían del exterior y traerlos de regreso en micros a nuestra ciudad. Yo tenía que autorizar día a día el traslado de personas que necesitaban venir por algún motivo especial, asesorarlos y coordinar los traslados.
-Si era factible el tránsito de las personas de una provincia a otra, ¿por qué no se implementó en todo el país?
-La verdad es que no lo sé, porque era muy fácil. Toda la gente que quedó varada en Bariloche volvió a su casa. Hubo varios casos en nuestra ciudad, por ejemplo, un matrimonio de Córdoba vino a acompañar a su hija que estaba por parir y después regresó a su provincia sin problemas. También tuvimos la alegría de ser la primera ciudad que se reabrió, como prueba piloto y con éxito, al turismo.
Desempeño internacional
Desde 2006, Patricia Díaz forma parte de los cascos blancos, un organismo de la Cancillería dedicado a la asistencia humanitaria y la atención de catástrofes a nivel internacional. A partir de 2008, integra el Equipo de Evaluación y Coordinación en Casos de Desastres de la Organización de las Naciones Unidas (UNDAC), que está compuesto por más de 230 expertos en situaciones de emergencia de más de 80 países.
-¿Cómo se llega a integrar estos organismos?
-Los cascos blancos trabajan con el modelo de voluntariado. En el caso de UNDAC, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) solicita miembros, y el país presenta una terna, de la cual el organismo de Naciones Unidas elige uno. Cuando hay una emergencia natural, ambiental o de desastres, se emite un aviso; quienes pueden se anotan y, sobre la base del perfil, eligen a las personas para esa misión.
-¿En qué tipo de eventos participaste y cuál es la tarea específica que llevan adelante?
-Participé en todo tipo de eventos, como inundaciones, huracanes, terremotos, la explosión de un arsenal, etc. Nuestra función es la coordinación de los equipos de respuesta que llegan al país afectado. Esta tarea dura entre tres y cuatro días, el lapso en el que pueden trabajar los equipos internacionales en el rescate de personas vivas. A partir de entonces, se retiran, y los rescatistas nacionales se abocan al rescate de cadáveres.
-¿Hay modo de prepararse psicológicamente para experiencias tan duras?
-Son situaciones muy fuertes, pero, a la vez, muy gratificantes a nivel humano, porque uno siente que puede incidir en la calidad de vida de las personas. Por otra parte, tenemos un gabinete de apoyo psicológico. En mi caso, la realidad es que mi contención son los amigos que, sin ser profesionales, conocen el trabajo y pueden entender lo que siento.
Nosotros y los miedos
-Si tuvieras que elegir algo que te haya impactado particularmente, ¿que sería?
-A nivel local, me impactó mucho el deslave en el hotel del complejo Villa Huinid, donde estuve desde el minuto 12 y participé de los primeros rescates. Fue un trabajo permanente desde las seis de la tarde hasta las tres de la mañana, y también muy peligroso, porque no paraba de llover. Cayeron 150 milímetros en tres horas. Al día siguiente, debía autorizar que ingresaran a buscar a las personas desaparecidas. Yo temía que siguieran ingresando tierra y piedras a la estructura del hotel mientras estaban trabajando, pero los especialistas concluyeron que era un riesgo manejable. Fue una tarea conjunta con distintas instituciones de la ciudad que duró cuatro días de altísimo estrés. Cuando pudieron rescatar los cuerpos que faltaban, lloré como una nena.
A nivel internación, fue muy difícil el terremoto de Ecuador de 2016. Estuvimos 21 días trabajando con el equipo de UNDAC sin parar, durmiendo en carpas tres horas por día. ¿Qué fue lo más conmovedor? La humanidad del ecuatoriano, su ternura. Era increíble que la gente que había perdido absolutamente todo no pidiera nada material, solo asistencia psicológica para sus hijos “porque tienen mucho miedo”.
-En tu caso particular, ¿alguna vez tenés miedo?
-La verdad es que lo que me da miedo es el viento. En 2004, hubo una especie de tormenta de viento y nosotros subimos al cerro Otto y nos pusimos espalda con espalda, viendo de qué lado se nos iba a caer un árbol en la cabeza. Desde entonces, siempre decimos: “Plata y miedo nunca tuve, excepto en 2004 cuando había tanto viento”. También en algunas circunstancias durante las misiones internacionales. Algo fuera de lo común me pasó durante una misión con los cascos blancos en Palestina, en 2019. Íbamos con dos cirujanos al hospital, y el agregado militar israelí nos autorizó telefónicamente, pero no quiso darnos el salvoconducto por escrito. Yo, entonces, me negué a ir y me asignaron un hospital en Ramalá. Un par de horas después, nos enteramos de que estaban bombardeando el centro de salud europeo de Khan Yunis, donde deberíamos haber estado nosotros. En ese momento, entendí la sensación de temor que había tenido el día anterior mientras me duchaba: era el miedo que me estaba diciendo que tuviera cuidado.
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