El miedo vende. Lo saben los “epidemiólogos”, que nos tuvieron en vilo por más de dos años. Lo saben los economistas, quienes tienen más clics si dicen que el dólar va a subir que si dicen que va a seguir estable. Y también lo saben los ambientalistas.
Una charla Ted de una activista ambiental argentina siempre me impactó por cómo demuestra este punto. Comienza así: “Imaginen la película más apocalíptica que hayan visto. La primera escena es una vista aérea de la tierra arrasada y el mar renegrido. La mitad de la población mundial lucha contra la otra mitad por falta de comida, en un lugar desértico…”.
A los pocos minutos, advierte: “Esto no es ciencia ficción. Es el mundo de los próximos diez años”.
En el mismo sentido va el libro “Re Calientes”, de las Periodistas por el Planeta Marina Aizen, Pilar Assefh y Laura Rocha. Allí se plantea que la crisis climática es el problema más urgente de nuestro tiempo y que, de no encararse con decisión, sobrevendrán desastres incalculables. Se habla de cómo el calentamiento global hará que suba del nivel del mar, generará la extinción de ecosistemas y pondrá, finalmente, en peligro la supervivencia de la vida en la tierra.
La suba del nivel del mar
En cuanto al aumento de los niveles de los océanos, en el texto puede leerse la historia de James Black, un asesor científico de Exxon que en 1978 alertó que: “Una duplicación de los niveles de CO2 podía elevar la temperatura promedio de la tierra entre 2 y 3°, un punto a partir del cual los glaciares de la Antártida Occidental podrían volverse inestables”.
Shellenberger explica que un organismo de la ONU, estima que el nivel del mar podría subir solamente 0,66 metros, recién para el año 2100
A continuación, decía que “si esto se consumaba, el nivel del mar podía aumentar en 7 metros”. Los diez años ya pasaron y los niveles del mar no aumentaron ni remotamente cerca de lo planteado por Black. De acuerdo con la obra “No hay Apocalipsis”, del periodista norteamericano Michael Shellenberger, “el nivel del mar aumentó 0,19 metros entre 1901 y 2010″. No 7 metros, sino 0,19 (19 centímetros), y en un período de 109 años.
Shellenberger también explica que el IPCC (el Panel Internacional para el Cambio Climático), un organismo de la ONU, estima que el nivel del mar podría subir solamente 0,66 metros, recién para el año 2100, o 0,83 metros si la temperatura de la tierra aumenta hasta 2 grados.
Frente a estos datos, sostiene que: “Incluso si estas predicciones demostraran ser subestimaciones significativas, el ritmo lento del aumento de nivel del mar probablemente dará a las sociedades un amplio período de tiempo para su adaptación”.
Pero en “Re Calientes” insisten y afirman que producto del aumento del nivel del mar “países enteros, como Bangladesh, donde viven cientos de millones de personas, iban a tener que ser abandonados”. Esta afirmación tampoco tiene sustento empírico.
En el año 1980, China consumió 1.643 barriles de petróleo. En 2021, esa cifra se había multiplicado por 9. En el mismo período, el PBI per cápita de China aumentó un impresionante 2.500%
Volviendo a Shellenberger, según el IPCC: “Existe evidencia sólida de los desastres que desplazan a las personas alrededor de todo el mundo, pero evidencia limitada de que el cambio climático o el aumento del nivel del mar sea la causa directa”.
Como ejemplo, podemos ver que las recientes migraciones masivas, según CNN, se han dado en Venezuela, Ucrania y Siria, países devastados por el colapso económico o las guerras, que nada tienen que ver con la suba en la temperatura promedio o en los niveles oceánicos.
El ataque al petróleo
Uno de los blancos preferidos del alarmismo climático es la industria petrolera. Las autoras de “Re Calientes” sostienen que los medios y la industria “quieren convencernos de que vamos a combatir la pobreza y superar todos los problemas si extraemos más petróleo y más gas de donde sea: el mar, la selva o el desierto. Como si transformar nuestro planeta en invivible no fuera un problema en sí mismo”.
Acto seguido, citan a una experta en biología marina, quien argumenta que hay que hacer una transición energética para salvar a los arrecifes de coral.
En sus palabras: “… el cambio climático está causado principalmente por la quema de combustibles fósiles, que ahora representa el 86% de las emisiones de dióxido de carbono (…) a menos que hagamos una rápida transición a la energía limpia, todos los demás esfuerzos para salvar a los corales no servirán de nada”.
Estas ideas presentan múltiples problemas.
Según Our World in Data, las muertes relacionadas con desastres ambientales como terremotos, volcanes, tormentas, inundaciones y sequías se han reducido de forma dramática en el último siglo
En primer lugar, y siguiendo lo que escribe Alex Epstein, en La cuestión moral de los combustibles fósiles: “…los expertos llevan haciendo las mismas predicciones desde hace más de 30 años (…) pero ha ocurrido precisamente lo contrario. En vez de usar menos combustibles fósiles los hemos usado más aún, pero en vez de una catástrofe, hemos sido testigos de una mejora espectacular y permanente en todos los ámbitos de nuestras vidas”.
Esta afirmación se sostiene con los datos. En el año 1980, China consumió 1.643 barriles de petróleo. En 2021, esa cifra se había multiplicado por 9. En el mismo período, el PBI per cápita de China aumentó un impresionante 2.500%. En el caso de la India, mientras el consumo de petróleo se multiplicó por 8, el producto bruto per cápita aumentó 450%. Más energía es más producción y conlleva un desplome de los niveles de pobreza.
¿Vida humana o vida animal?
Otro problema es que, si bien los científicos pueden encontrar efectos sobre la biodiversidad o la supervivencia de ciertas especies, Shellenberger cita a expertos que consideran que “a pesar de que muchas especies están en peligro de extinción, el cambio climático no amenaza la extinción humana”.
Además, según datos objetivos divulgados por Our World in Data, las muertes relacionadas con desastres ambientales como terremotos, volcanes, tormentas, inundaciones y sequías se han reducido de forma dramática en el último siglo.
En la década de 1920 se registraron más de 500.000 muertes anuales relacionadas con desastres ambientales, pero esa cifra fue decreciendo década a década, a pesar del crecimiento de la población, para finalizar en la década del 2010 en 45.000 muertes anuales, lo que representa una espectacular caída de 91% en todo el período.
Frente a estos datos, uno se pregunta de qué catástrofe nos están hablando… O bien, ¿a quién afectará dicha catástrofe? Parece entonces que ciertos ambientalistas nos están poniendo frente a la disyuntiva de hacer el mejor uso de los recursos disponibles para mejorar la vida en la tierra para los humanos (esto es, conseguir mejor y más alimento, mejor y más electricidad, mejor y más medicinas), o no hacerlo en aras de evitar el daño que pueda originarse a otras formas de vida, como la fauna y la flora del mundo.
En 1980, China consumió 1.643 barriles de petróleo. En 2021, esa cifra se había multiplicado por 9. En el mismo período, el PBI per cápita de China aumentó 2.500%
Ahora bien, puestos a elegir entre la mejora de la vida de las personas y la caída de la pobreza, que depende de la producción de alimentos y del uso de combustibles fósiles, y la supervivencia de ciertas especies animales y vegetales, es razonable ponerse del lado los seres humanos y dejar en un segundo plano lo demás.
Obviamente, en un sistema capitalista de propiedad privada, todos son libres de adquirir grandes extensiones de terreno y proteger o cuidar allí las especies que deseen, pero esa preferencia de ciertos grupos no puede legítimamente imponerse sobre toda la sociedad, en perjuicio de su mejor desarrollo.
Conclusión
Para ir cerrando, el libro “Re Calientes” es un buen ejemplo de lo que hablamos cuando nos referimos al catastrofismo climático. Sin embargo, las autoras no logran probar su punto, y existen múltiples motivos para creer el clima no es un tema urgente, y que las exageraciones de los catastrofistas no deberían ser la guía para limitar o regular, aún más, el sistema capitalista en que intentamos vivir.
El autor es Profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y Profesor e Investigador Asociado del Centro Faro de la Universidad del Desarrollo, Chile
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