El 30 de mayo de 1984, la avenida Ezequiel Bustillo de la pintoresca ciudad patagónica de San Carlos de Bariloche se vio conmovida por el paso un grupo de camiones mosquito transportando una serie de once automóviles que parecían de ciencia ficción. El recorrido llevaba al convoy desde la concesionaria Ford del centro de la ciudad hasta el kilómetro 25, el punto final de esa ruta que bordea el lago Nahuel Huapi.
El otoño patagónico suele ofrecer una paleta de colores maravillosa que combina la luz del sol con las hojas amarillas y rojas de lengas, álamos y notros. Pero ese año, el invierno se adelantó y como presagio de la llegada de un manto blanco de nieve que un mes después aislaría a la ciudad por casi dos semanas, el cielo estaba cubierto y el frío era mayor al esperado. Sin embargo, el clima se apiadó de los organizadores del evento, para que en los alrededores del Hotel Llao Llao, que en ese tiempo estaba cerrado todavía, y Puerto Pañuelo, se pudieran presentar las dos primeras versiones de un modelo que comenzaría a reescribir la historia de los autos argentinos: el Ford Sierra.
El contexto del mercado era muy especial. Apenas un año y algunos meses antes se había empezado a vender en Argentina la coupé Renault Fuego, la versión deportiva del Renault 18, que todavía llegaba importada de Francia. A diferencia de sus competidores franceses, la “movida” de Ford Motor Argentina era mucho más audaz con los Sierra, porque no sólo fabricaban el auto en Pacheco, tras una inversión de 80 millones de dólares que modernizó completamente la planta con los primeros sistemas de robotización, sino que además la gama estaba compuesta por sedanes de dos diferentes equipamientos y motorizaciones.
Mientras el R18 era una berlina convencional de tres volúmenes, el Sierra L y el Sierra Ghia, eran autos de cuatro puertas (5 en realidad porque tenían el portón trasero), y no estaban destinados ser un auto deportivo como sí lo era la Fuego de Renault. Para eso llegaría poco después la fabulosa Sierra XR4. El auto de Ford tenía más que ver con los modernos Citroën CX Pallas que habían llegado en el inicio de los 80, que con el producto francés. Sin embargo, el hecho de ser importado en un país con épocas de libertades y épocas de restricciones, dejaba al Sierra prácticamente solo en esos años.
“Con esta nueva etapa que representa el Sierra, Ford sale de una siesta que de ninguna manera ha derivado en sueño, así que la competencia debe estar alerta”, dijo Juan María Courard, presidente de Ford Motor Argentina durante el desayuno con la prensa en el Hotel Catedral, donde se hospedaba el grupo de ejecutivos de Ford que había viajado a Bariloche, entre quienes estaba nada menos que Oscar Alfredo Gálvez.
Y tuvo razón el máximo directivo de Ford de ese momento. El usuario estaba acostumbrado al noble y voluminoso Falcon, y para quienes querían un auto más europeo y no tan americano estaba el Taunus, que para entonces ya había tenido su último restying. El Sierra llegaba con dos propuestas bien diferenciadas intentando seducir a ambos clientes del óvalo. El lujoso Ghia con motor 2.3 de 105 CV de potencia, el mismo que equipaba a la coupé Taunus SP5, que ofrecía una opción de caja manual de 5 marchas y otra automática de 3, pero que por sobre todas las cosas, tenía suspensión independiente en las cuatro ruedas como una verdadera novedad, y freno a disco en las ruedas delanteras y tambor en las posteriores.
Pero la gran novedad estaba en el equipamiento interior. Desde el diseño, con un tablero envolvente que se entornaba hacia el conductor en la zona central, hasta los accesorios de serie como levanta cristales eléctricos y el techo solar, tan común hoy, pero absolutamente novedoso a mediados de los años 80.
El Sierra L, en cambio, era un auto mucho más austero, su fuerte era la imagen de auto moderno, aunque en equipamiento no tenía comparación con el Ghia. El motor era un 4 cilindros de 1.6 litros y 75 CV de potencia, algo poco para un auto de 1.150 kg, y estaba asociado a una caja de velocidades manual de cuatro marchas con una opcional de quinta, que por entonces era todavía un plus que se pagaba aparte. Mientras el 2.3 alcanzaba los 181 km/h, el Sierra L apenas llegaba a unos discretos 165 km/h.
En ambos casos, sin embargo, el comportamiento dinámico del Sierra era suficientemente bueno para sorprender a los conductores, incluso a pesar de tener rodado chico, 165/70 R13 para el 1.6 y 185/70 R13 para el 2.3 litros. La suspensión independiente, la aerodinámica y un freno muy preciso que no cabeceaba ni siquiera ante una frenada muy fuerte, en ese tiempo no existía el ABS en Argentina, eran la verdadera revolución del mercado.
La publicidad con la que se lo presentó proponía “manejar el viento”.
En septiembre llegaría la coupé XR4, el auto que protagonizó otra gesta en Argentina, la de enfrentar a la Renault Fuego en las calles y en las pistas del TC2000. Entre ambos modelos, comenzó una era de transformaciones profundas que impulsaron a todas las marcas a dejar de ser tan conservadoras en sus propuestas, y subirse al primer mundo del auto para siempre.
Este jueves 30 de mayo, Ford Argentina celebró en planta Pacheco los 40 años del Sierra, acompañado del “Ford Sierra Fans Club” y otros orgullosos dueños de unidades en perfecto estado de conservación, en un encuentro que conmemoró la vida de este vehículo que marcó un antes y un después en la historia automotriz nacional. A lo largo de su producción en General Pacheco, que se extendió desde 1984 hasta 1993, se vendieron en Argentina un total de 73.024 unidades de Ford Sierra, en carrocería de 5 puertas, en versión coupé XR4 y en rural que también llegó al mercado un tiempo después.
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