En los momentos más álgidos de la discusión de la Ley Bases, muchos siguen defendiendo el RIGI sosteniendo que necesitamos grandes inversiones que traccionen la economía. ¿Necesitamos inversiones? Fundamental. Pero no a cambio de beneficios excesivos que además perjudican a las cadenas industriales, que ponen en riesgo la sostenibilidad macroeconómica y que nos acercan más a un modelo extractivista que a un modelo de país desarrollado: ¿buscamos ser Nigeria o Noruega? No es suficiente si no agregamos valor industrial a los recursos naturales. Agregar valor es trabajo argentino –oficios, profesionales, científicos– es la única forma de alcanzar un proceso virtuoso de crecimiento que logre sacar de la pobreza al 60% de los argentinos.
El Gobierno busca que estas inversiones se radiquen en sectores estratégicos como el energético o la minería. ¿Necesitamos grandes inversiones? Fundamental, la respuesta es un SÍ muy grande. Pero como país estamos discutiendo dar beneficios sin precedentes a sectores extractivos, dejando librado al azar la oportunidad de legislar para desarrollar proveedores industriales que generen empleo para todos. Vale remarcar que los sectores elegidos como la minería, petróleo y gas generan menos empleo por punto de crecimiento que la industria: 0,7 puestos de trabajo por cada punto de crecimiento de la actividad, mientras que la industria genera 1 puesto por cada punto. Para tomar dimensión, sólo la cadena textil-indumentaria-calzado genera más empleo registrado que energía y minería. ¿Imaginen si al crecimiento de estos sectores elegidos le sumamos procesos productivos industriales en nuestro territorio? Como país no nos sobra nada, la salida es sumar valor, sumar conocimiento, sumar tecnología.
A su vez, este debate se da en medio de una de las crisis más grandes de la industria, que se está dando de forma generalizada en todos los sectores. Ya son 11 meses consecutivos de caída de la actividad industrial y acumulamos una contracción del -15% en el primer cuatrimestre del año.
¿Necesitamos inversiones? Fundamental. Pero no a cambio de beneficios excesivos que además perjudican a las cadenas industriales
Sólo en el sector textil-indumentaria ya se perdieron más de 3.500 puestos de trabajo formal y hay más de 8.400 suspensiones, es decir, al menos 12 mil familias afectadas. También comienza a evidenciarse un proceso de informalización en la confección similar al vivido en la década del ‘90 pero a una velocidad mucho mayor. Esto significa la precarización de nuestro aparato productivo.
La cadena textil, indumentaria y calzado genera 540 mil empleos con presencia en 23 de las 24 provincias (10 canchas de Boca Juniors completas). Empleo federal y genuino, empleo con alta incidencia en las mujeres (70% en confección) y que ofrece en sus distintos segmentos empleos altamente calificados y empleos de rápida capacitación: 15 mil inscriptos a carreras de diseño e ingeniería textil en los últimos 10 años. Una cadena que tiene un potencial exportador con marcas y moda, que más eslabones productivos tiene, con inversiones récord, que impulsa a otros sectores industriales –como química y petroquímica- y también los abastece –como al sector agrícola, la minería, salud y defensa y con buenas perspectivas en términos de tendencias globales (relocalización de la producción en cercanía a los centros de consumo, sustentabilidad, entre otras).
Ya son 11 meses consecutivos de caída de la actividad industrial y acumulamos una contracción del -15% en el primer cuatrimestre del año
Y la cadena textil es también un termómetro de nuestro país. Nos adelanta qué va a pasar en la economía porque está directa y velozmente correlacionado con el poder de compra de la población. Hoy la cadena está atravesando una crisis marcada por la caída de las ventas y la consecuente caída de la producción. Estamos trabajando a un nivel de la capacidad instalada del 38% con costos fijos que se hacen insostenibles ante la pérdida de volumen. Con un mercado interno que se achica por la recesión y con un tipo de cambio oficial atrasado que genera mucho daño, abaratando las importaciones y encareciéndonos como país con la consiguiente dificultad de ganar mercados de exportación.
En un contexto muy parecido a una tormenta perfecta, entendemos que es nuestra responsabilidad como sector textil advertir sobre la relevancia que tenemos, tanto en el entramado industrial, como en el empleo y la educación, y fundamentalmente, sobre lo que está en juego: sin desarrollo industrial, no hay trabajo para todos.
El autor es Presidente de la Fundación Pro Tejer
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