Para comenzar: antes de dolarizar deberíamos saber si EEUU -el dueño del dólar-está de acuerdo. Hasta hace muy poco tiempo y aun antes de la Convertibilidad, no estaba de acuerdo. He aquí la clave política de una decisión de tamaña envergadura. También tendríamos que conversar la estrategia con Brasil y el Mercosur. Somos miembros de agrupaciones de países y no podemos hacer cualquier cosa en cualquier momento, sin departir con nuestros socios de comercio exterior, principalmente Brasil, destino predominante de nuestras exportaciones.
Recordemos que la Argentina perdió el crédito internacional en enero de 2018 y desde entonces, no tiene fuentes de financiamiento externas, que no sean las de los organismos multilaterales de crédito, que, a la vez, nos están monitoreando de cerca. A ellos también habría que consultarlos como stakeholders.
En términos de política económica, lo más grave de la dolarización es su irreversibilidad. Dolarizar es como cerrar una puerta con siete candados y tirar lejos la única llave que abre de nuevo, si fuera menester. Una vez realizada, no hay salida. Se renuncia de una sola vez, a todos los instrumentos de política económica fiscal y monetaria para realizar políticas contracíclicas. Ya no se podrían enfrentar los ciclos con ahorros y desahorros ni con imprevisibles financiamientos transitorios. En otro orden de cosas, la cantidad de países que ha dolarizado es irrelevante, y las experiencias existentes tratan de países de menor tamaño que la Argentina: Panamá, Ecuador y El Salvador.
Lo más grave de la dolarización es su irreversibilidad. Una vez realizada, no hay salida. Se renuncia de una sola vez, a todos los instrumentos de política económica fiscal y monetaria para realizar políticas contracíclicas
Para regímenes de unificación, deberíamos incorporar la eurozona y la experiencia 2010, con la implosión de los PIIGS, que nos mostraron los problemas que concurren cuando países con distintos niveles de productividad, y por lo tanto de competitividad alcanzan el límite de su propia incompetencia.
En el aspecto monetario, la Argentina no tiene los dólares suficientes para implementar un plan que garantice el éxito de su aplicación. El tipo de cambio al cual serían convertibles los pasivos es demasiado alto, lo que nos habla a priori de una devaluación previa de magnitud, casi extravagante, que empobrecería a la Argentina y los argentinos más allá de lo imaginable. Se necesitaría cambiar los pesos en circulación y los pasivos remunerados como las Leliqs y los pases del BCRA por dólares efectivos, o reservas líquidas disponibles del BCRA. Dólares no hay. Es decir, nadie habla del ¿cómo? Pero no es casualidad, no lo hacen por razones políticas.
El tipo de cambio al cual serían convertibles los pasivos es demasiado alto, lo que nos habla a priori de una devaluación previa de magnitud, casi extravagante, que empobrecería a la Argentina y los argentinos más allá de lo imaginable
El marco en que podría realizarse este nuevo experimento, descuenta que el equilibrio fiscal se logra de una manera mágica. Y cuando hablamos de equilibrar el presupuesto, las propuestas son “pasar la motosierra”. Es decir, reforma laboral, previsional, ajuste feroz. En la Argentina hemos probado una Convertibilidad que nos hizo vulnerables a los shocks exógenos o el tipo de cambio de los EE.UU. con un final de 39 muertos en dos días. En diciembre 2001 finalizó la experiencia dolarizadora con resultados humanos irreversibles.
Los economistas garantes de objetividad y racionalidad, los expertos que antes y ahora emprendieron la función política en Argentina (technopols), pretenden ahora plantear la dolarización desde la racionalidad técnica. Pero los tecnócratas devenidos en políticos no podrían escapar de los costos en juego, ni de la construcción de significados o de la estructuración de la dinámica social; en el marco de una tensión que vendría a establecer este nuevo orden, que no va a carecer de errores por la vertiginosidad que requiere. Los promotores de estas propuestas, compuestos de cierta cientificidad, están insertos en una realidad que no sólo ayudan a conformar, sino que también los atrapa, una suerte de retroalimentación; la política de convertibilidad en Argentina fue ejemplo de ello, alzando su reputación primero y dejándolos caer después (Heredia).
El autor es director de Fundación Esperanza, Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros
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