Cada guerra encuentra a sus propias voces para ser contada a su manera, tan precisa o mitificada como la situación parece demandar. La Primera Guerra Mundial –se cumplen este sábado 99 años de su final-, es una de las que más cronistas produjo y tantos otro deglutió en sus cuatro años de trincheras podridas, mares llenos de acero y aire denso cruzado por los primeros aeroplanos.
Millones de hombres, de todos los estratos sociales y todos los credos, fueron primero tentados en 1914 a una aventura que terminaría pronto con honor y gloria para todos, y luego, cuando ese primer mito de la guerra se derrumbó, forzados a calzarse los uniformes que por primera vez en la historia estaban teñidos de colores opacos, más concentrados en esconder que en mostrar, y llenar los pesados cascos de acero hasta 1918.
Millones de mujeres y trabajadores no aptos para el combate entraron en las fábricas para seguir produciendo ametralladoras, cañones, dirigibles, gases tóxicos y explosivos que mantuvieran el conflicto industrial vivo, y en el proceso dieron pasos hacia la emancipación que de otra forma hubiera podido tomarles siglos.
Estas son tres de las voces más elocuentes que creyeron en ideas, pelearon, sufrieron, mataron y vivieron, de uno y otro lado de la trinchera en la guerra que iba a terminar con todas las guerras.
El Fuego: diario de una escuadra, Henri Barbusse
Henri Barbusse nació en Asnières-sur-Seine, en las afueras de París en 1873, y cuando la Guerra comenzó en 1914 él ya tenía 41 años, había publicado una novela naturalista y se desempeñaba como periodista.
A pesar de su edad, su experiencia y sus ideas pacifistas, se ofreció como voluntario y acabó en una unidad de asalto, el regimiento de infantería 231. En sus filas participó de los primeros combates, contribuyó a cavar el complejo sistema de trincheras que avanzaba en los alrededores de la frontera entre Francia y Alemania, desde Suiza hasta el mar, y tuvo su cuota de muerte hasta ser transferido a la retaguardia en 1916.
Barbusse no perdió el tiempo, tomó sus notas personales y las transformó en una novela que publicó ese mismo año, serializada en el periódico L'Oeuvre. Le Feu: Journal d'une escouade (El Fuego: diario de una escuadra) se convirtió así en ser una de las pocas representaciones divulgadas en medio de la guerra y sin estar atravesadas por la higiene de la censura o la propaganda, y ganó el prestigioso premio Goncourt.
Su novela está dividida en 24 capítulos cortos y sigue la estructura de una crónica o diario de un narrador sin nombre y que forma parte de un pelotón. Casi como génesis del género bélico que sería alimentado luego por el cine, el texto establece como personajes a un grupo de soldados de diferentes extracciones, y avanza rápidamente en el desarrollo de su camaradería.
"No son soldados, ni aventureros, ni guerreros, ni carniceros, ni ganado. Esperan la señal para la muerte o el asesinato; pero puedes ver en sus miradas, entre los destellos verticales de las bayonetas, que son simplemente hombres", describe Barbusse.
Y estos hombres conviven en la suciedad enferma de las trincheras, temen sufrir una mutilación en los constantes bombardeos y rememoran su vida como civiles, hasta que en el último tercio del libro se lanzan, en el mismo lenguaje influenciado por el maestro del naturalismo Émile Zola, al dramático asalto de las trincheras alemanas.
"De ese momento retengo la visión de una trinchera fantástica cubierta con trapos y jirones de todos los colores. Para hacer sus bolsas de arena los alemanes habían usado relleno de algodón y lana saqueados de una mueblería; y esta mezcla de restos de colores destrozados y deshilachados, flota y aletea y baila frente a nosotros."
El fuego fue traducido al inglés en 1917, lo que aumentó su circulación y lo convirtió en un texto de referencia cuando aún quedaban dos años de los más duros combates que la guerra aún tenía para exigir.
Una trama secundaria deja la que es, quizás, la imagen más poderosa del libro. Lamuse, el gordo campesino de Poitou, está fascinado con Eudoxe, una muchacha refugiada que vive cerca de las trincheras. Lo que en un principio es apenas una búsqueda sexual, deviene luego en fantasías de matrimonio que se cortan definitivamente cuando Lamuse manifiesta su amor y Eudoxe lo rechaza con evidente desagrado.
Tiempo después, el soldado se ofrece como voluntario para ayudar a los zapadores a cavar una zanja, y en medio de los trabajos, cuando están moviendo una plancha de madera, el cadáver de Eudoxe, en un avanzado estado de descomposición, cae justo sobre los brazos de Lamuse.
"La reconocí por su cabello, porque no hay ninguno igual en el mundo, y después el resto de su rostro, derretido y mohoso, el cuello desarmado en una pulpa. Parecía querer decirme: '¿Querías besarme? Vamos, hazlo ahora'", relata un Lamuse conmocionado a sus compañeros, antes de derrumbarse.
Sin Novedad en el Frente, Erich Maria Remarque
"Los salvajes son primitivos de manera natural, pero nosotros somos primitivos en un sentido artificial y en virtud del mayor de los esfuerzos"
Esta novela de Erich Maria Remarque es quizás la más famosa de las surgidas en las trincheras del frente occidental, un testamento pacifista publicado por primera vez en 1929, 11 años después del fin de la guerra y en medio del violento proceso político que dio origen al nazismo.
A diferencia de Barbusse, Remarque, nacido en Osnabrück en 1898, tenía apenas 18 años cuando el ejército alemán lo convocó a sus filas en 1917. Y también a diferencia del autor francés, le tocó pelear en las batallas más grandes de la guerra y en el bando que comenzaba lentamente a derrumbarse frente a la presión aliada.
Tardó 9 años en comenzar a escribir Im Westen nicht neues (Sin Novedad en el Frente), y sólo lo hizo luego de publicar una primera novela y avanzar en su carrera como escritor. Cuando finalmente llegó a los lectores, el libro fue un éxito inmediato: su representación dura y realista del combate y las ansiedades de los jóvenes soldados forzados a matar a sus pares no pasó desapercibida entre ex combatientes y civiles alemanes que intentaban sobrellevar la crisis económica y la inestabilidad política de la República de Weimar.
La novela fue criticada intensamente por sectores nacionalistas y conservadores, que la consideraron derrotista y exagerada, y en 1933 los nazis la incluyeron en su lista de arte degenerado con un destino inapelable: el fuego.
Pero también fue elevado al nivel de manifiesto pacifista en una época donde el sentimiento era todavía muy fuerte, y se convirtió en un best seller ampliamente traducido e incluso llevado al cine en Hollywood, en 1930.
Sin novedad en el frente narra la historia Paul Bäumer, un joven alemán que corre a ofrecerse como voluntario para pelear en la guerra pocos días después de su inicio. Lo acompañan sus compañeros de escuela, todos motivados por el mismo profesor y sus ideales patrióticos.
Pronto la monotonía de la vida diaria en las trincheras sólo se ve quebrada por los ocasionales combates y bombardeos, donde vivir o morir parece depender apenas de la suerte y apenas un poco de la experiencia. El efecto de este monumental estrés y de la deshumanización se vuelve aún más fuerte cuando Paul tiene un breve descanso y visita a su familia. Para ese entonces ya se siente alienado en la vida civil y sólo espera poder volver a la guerra.
Una de las escenas más recordadas del libro ocurre durante una patrulla en la llamada "tierra de nadie", el espacio entre dos trincheras opuestas que ningún bando puede controlar y donde se producen los combates.
En medio de un cráter que podría estar en la luna, Paul se encuentra con un soldado francés y, sin pensarlo, se lanza sobre él y le entierra un cuchillo. El hombre queda herido e incapacitado, pero Paul no puede dejar el cráter ya que un bombardeo acaba de comenzar. Debe permanecer con el moribundo durante horas en las que la adrenalina finalmente desaparece; debe escuchar los últimos susurros del hombre, ya con poco aire, y estudiar las fotos de su familia; enfrentado con la intimidad del asesinato que acaba de cometer.
Adiós a las armas, Ernest Hemingway
1929 fue también el año de publicación de un clásico de la literatura estadounidense escrito por uno de sus más influyentes escritores: A farewell to arms (Adiós a las armas).
En la concepción de la obra, Hemingway comparte una característica de cada uno de sus pares en esta corta lista: se ofreció como voluntario para participar de la guerra (aunque lo hizo como conductor de ambulancias y a través de la Cruz Roja, ya que su país aún era parte), al igual que Barbusse, y lo hizo a sus 18 años, como Remarque.
Hemingway fue destinado al frente italiano, y si bien no portó armas ni combatió, experimentó la vida en las trincheras y resultó herido en las piernas por un ataque de mortero que lo envió seis meses al hospital.
Esta experiencia en el hospital, rodeado de heridos más graves que él, y su enamoramiento de la enfermera Agnes von Kurowsky, formaron la base sobre la cual construyó Adiós a las armas, escrita casi diez años después.
Dividida en cinco libros, la novela sigue la historia de Frederic Henry, un médico estadounidense al servicio de la Ejército Italiano en el frente alpino contra las tropas del Imperio Austrohúngaro.
Henry conduce un ambulancia y se enamora de una enfermera inglesa, Catherine Barkley, antes de participar como testigo del colapso de las líneas italianas en la Batalla de Caporetto, en 1917.
Tras observar la muerte y destrucción de la derrota y la ola de ejecuciones sumarias de oficiales italianos acusados de cobardía, Henry decide desertar con el objetivo de reencontrarse con Catherine y escapar juntos a Suiza, dando inicio a un dramático y desgarrador tercer acto.
Publicada en serie en la revista Scribner en 1928, Adiós a las armas fue editada un año después en formato libro y centró la atención en un frente olvidado de la Gran Guerra. El gobierno del dictador Benito Mussolini incluso prohibió su difusión en Italia, pero esto no impidió que se convirtiera en un éxito y fuera filmada en varias ocasiones.
La novela carece, a diferencia de El fuego y Sin novedad en el frente, de las descripciones descarnadas, el tono testimonial y el ambiente de opresión de las trincheras. Pero abunda también en el estilo característico de Hemingway, de oraciones cortas y contundentes que crean imágenes profundas.
Ese mismo estilo que Gore Vidal describió, con malicia, como un "cuidado, ingenioso e inmaculado tono de idiotez", pero que se ha convertido en uno de los más influyentes de la literatura anglosajona.
"El mundo mata a quienes no puede doblegar. Mata a los muy buenos y a los muy amables y a los muy valientes imparcialmente. Si no eres ninguno de estos también te matará, pero en tu caso no habrá ningún apuro", escribe Hemingway.
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