La coyuntura tiene la particularidad de que es un ciclo largo de estancamiento, implicando una caída notable en la calidad de vida de sus ciudadanos y un desacople de la pujante economía global.
Tan solo para tener una idea, al tiempo que durante los últimos 10 años el mundo creció un 34%, la Argentina está congelada, y con una población 11% más grande.
La Argentina se está acercando a los meses más álgidos del calendario electoral. En la dialéctica electoralista predominan los clichés, las frases de propaganda, los discursos estratégicamente armados para acercarse o alejarse de otro candidato, y propuestas de políticas fundadas en diagnósticos realistas en algunos casos o infundados en otros, utilizando a la crisis para el marketing político.
Es un desafío distinguir en esa confusa maraña de declaraciones y avisos, ideas concretas y honestas que los políticos estarían efectivamente dispuestos a llevar adelante, de las puras declamaciones retóricas. Más difícil aún es descubrir los puntos de encuentro, los consensos, al menos en el terreno económico.
Preguntas que deben encontrar respuesta durante los próximos meses:
¿Qué hay que hacer?
Apreciando el contexto, la música de fondo, hay algunos conceptos que están presentes con mayor o menor disimulo en la agenda de los diferentes contendientes políticos y que podrían conformar eventualmente un núcleo duro de ideas consensuadas, a nivel superficial. La declaración de la vicepresidenta de la Nación en Río Negro a principios de marzo destacando “no quiero déficit fiscal, lo virtuoso es no gastar más de lo que ingresa…”, aunque de forma rebuscada está algo cercana a lo que viene pregonando la oposición y a lo que intenta con grandísimas dificultades la política fiscal reciente.
¿Hay alguna duda que existe una anuencia generalizada de que la inflación es uno de los principales problemas que aquejan a la economía y, esencialmente, a los estratos sociales más bajos? Por otro lado, los hechos, el tiempo y la política pública reciente mediante los compromisos asumidos con el FMI y las acciones concretas desterró de cuajo de la discusión pública ideas a todas luces absurdas, pero que sorprendentemente prendían en el pensamiento ciudadano. Algunos ejemplos notorios son que la emisión no genera inflación o que el sobre endeudamiento en pesos no es tan malo.
Los compromisos asumidos con el FMI y las acciones concretas desterró de cuajo de la discusión pública ideas a todas luces absurdas
La acción política del Ministerio de Desarrollo Social anunciando y concretando más de una vez la baja de beneficiarios de planes sociales en condiciones irregulares, o el recorte a los subsidios a la energía, son señales poco tímidas de que también hay consenso en el hecho de que los recursos fiscales son finitos y que del estancamiento se sale trabajando (como si hiciera falta decirlo…).
Los discursos de los precandidatos presidenciales, por lo menos en el área económica, tienen puntos de coincidencia y, de vez en cuando, anidan cerca de la sensatez. Este relativo consenso es toda una novedad en el concierto de la política argentina. De todas maneras, y lo más importante, estaría desligado a un vuelco hipotético hacia la racionalidad de los actores políticos, sino más bien a lo que la sociedad expresa y pretende recibir de ellos.
Así como a finales de los 90 la sociedad no quería saber nada de un sinceramiento vía salida de la convertibilidad y por lo tanto los candidatos juraban y perjuraban que no habría devaluación (con un resultado tan malo como archiconocido), hoy se percibe en la sociedad cierta conciencia de la necesidad de hacer cambios potentes en la macroeconomía.
Sea cual sea la fuerza política que lidere la gestión pública a partir de las nuevas elecciones, se impone (por acción u omisión) un plan de estabilización con políticas tendientes a contener los notables desequilibrios imperantes. Un plan que probablemente se dé luego de una transición política desordenada, y que será recesivo e inflacionario en su primera etapa, hasta cosechar los resultados positivo iniciales.
¿Cómo hacerlo?
Hablar del “cómo” es discurrir acerca de la profundidad y de la velocidad de las políticas a implementar. En definitiva, se trata de darle continuidad o no a la política macroeconómica de los últimos nueve meses, que ofreció en ocasiones medidas orientadas en la dirección correcta, pero en dosis homeopáticas que rozan la cosmética y con resultados que van de mediocres a malos.
Mucho más no se le puede pedir a una gestión macroeconómica que debe tomar decisiones de extrema complejidad en un contexto VUCA (Vulnerabilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad), fragilidad política inquietante y con limitada credibilidad.
Probablemente, hasta las elecciones la sociedad argentina conviva con esta realidad local, que se enmarca en un panorama global complejo.
La fragilidad macroeconómica extrema que dejará un limitado margen de maniobra a la nueva administración
Hay dos elementos contrapuestos que condicionarán la forma que tomará la política económica a partir de diciembre de 2023. Por un lado, la fragilidad macroeconómica extrema que dejará un limitado margen de maniobra a la nueva administración. En contraposición, toda nueva gestión suele ser beneficiaria de un voto de confianza de la sociedad y de los inversores. Con capital político y un plan creíble, la magia de la confianza amplía los márgenes de maniobra. Y la confianza, para generar resultados perdurables, debe refrendarse con hechos y compromiso, materias que la Argentina viene aplazando sistemáticamente.
En sentido contrario, también es válido preguntarse si el actual ministro de Economía, uno de los políticos mejor percibidos por los círculos de poder y con soporte del peronismo y del sindicalismo, no logra estabilizar medianamente la economía (no hablemos de generar cambios profundos), ¿Podrá hacerlo un político de la actual oposición?
Luego de las elecciones, ¿se podrá optar por seguir con un esquema similar al hoy prevaleciente, gradual y “aguantador” o irremediablemente habrá que ir a un esquema de política de shock? ¿o no habrá posibilidad de elegir?
¿Cuándo se debe hacer?
Aquí hay consenso. No hay espacio para los cambios trascendentales de cortísimo plazo, pero tampoco tiempo para dilaciones. La autoridad económica demostró no tener el caudal político ni la decisión para generar el cambio necesario en lo que queda de su gestión. El nuevo gobierno ya desde la transición deberá enviar los mensajes correctos, mostrar un plan contundente y comenzar a implementarlo.
El contexto macro local (vía sequía, entre otras cuestiones) e internacional (tensiones financieras) está empeorando, por lo que el plan de resistir hasta las elecciones por parte del Gobierno actual tendrá dificultades notorias. Nunca más justo el apelativo “piloto de tormentas” para describir a la actual gestión económica, que no podría aspirar a mucho más.
La autoridad de política económica entrante puede implementar políticas cuando ella misma lo resuelva, alineadas con un plan maestro. O puede esperar a que las cosas caigan por su propio peso, perdiendo capacidad real de decisión. Llegar a esta última instancia no es un escenario deseable, porque no hay planificación. La procrastinación viene en combo con efectos más severos y derivaciones menos identificables, cuantificables y apetecibles.
¿Quién lo debe hacer?
Además de las fuerzas políticas predominantes, hay nuevos jugadores en pugna que son de carácter disruptivo y que proponen políticas más extremas, siempre en dirección al cambio pero que le agregan (mucha) incertidumbre al proceso. En la medida que se profundice la tensión y el deterioro económico, esta tercera fuerza parece ganar terreno.
Lo que está en discusión no es precisamente si es el Gobierno actual o el próximo será quien va a impulsar los cambios necesarios. El real debate es si será la nueva gestión económica la que implementará un plan consensuado con el mercado y apoyado en su caudal político y en acuerdo con propios y ajenos, o será el mercado el que empujará el cambio y la política económica lo seguirá detrás.
El real debate es si será la nueva gestión económica la que implementará un plan consensuado con el mercado
Habrá que estar alertas a que las cosas sucedan entendiendo y distinguiendo el contexto de globalización acelerado en el que vivimos. Como sociedad, creando y potenciando iniciativas que nos permitan seguir desarrollándonos a partir de nuestra mejor versión y Argentina tiene los recursos, dispone de un gran potencial.
Embarrarnos haciendo, con el propósito de solucionar los problemas de fondo macro y políticos, permitirá atravesar las dificultades de fuste y aprovechar con fuerza, por ejemplo, un 2024 que habilita a esperanzarse (tan sólo por citar un ejemplo, la recuperación de los dólares del agro luego de la sequía, la mejora en el saldo comercial energético y los primeros dólares importantes del litio).
Dejar que las cosas pasen es en general mucho más caro que hacer que las cosas pasen. Está en nuestras manos. Si no es ahora, en este contexto de necesidad y oportunidad ¿cuándo?
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