“Un día llamé por teléfono al Ministerio de Educación de la Nación y dije: ‘Quiero hablar con el ministro’. Así, directamente: ‘Hola, qué tal, quiero hablar con el ministro, soy la directora de Canales’. Al final conseguí que me atendiera el viceministro, Juan Carlos Tedesco”. Silvana Veinberg llevaba ya una larga trayectoria en la lucha por los derechos y la educación de las personas sordas; y, con la fortaleza de quienes están acostumbrados a dar una pelea desigual, emprendió una nueva campaña por la implementación en el país de la enseñanza de la lengua de señas.
La conversación fue breve, no debió haber durado más de quince o veinte minutos. Pero Veinberg sabía qué tenía que decir y cómo: lo que ella pedía eran escuelas especiales para chicos sordos. “Tedesco me dijo que no, que eso era plantear que escuelas, que eso era ponerlos como en un gueto”. Pero ella fue persistente: “Los chicos sordos necesitan un ambiente lingüístico de lengua de señas y las escuelas apropiadas para ellos son las escuelas de sordos, donde los maestros —algunos sordos, otros no—, hablan la lengua de señas y donde sus compañeros hablan la lengua de señas y donde los materiales educativos son materiales bilingües”.
Veinberg dice que Tedesco la invitó al Ministerio, donde hablaron más largamente y ella logró demostrar que no hay integración posible para esos chicos si, antes del español, no aprenden antes la lengua de señas. “Muchas veces lo comparo con las comunidades indígenas”, dice Veinberg ahora, “que también aprenden en un contexto bilingüe”. La diferencia está en que aquellos otros chicos, cuando vuelven a su casa, pueden hablar con sus padres, mientras que “los chicos sordos no entienden nada en la escuela y, cuando vuelven a la casa, tampoco”.
“O se ocupan ustedes o vamos a seguir ocupándonos nosotros, pero alguien tiene que hacerlo”, dice que le dijo a Tedesco. Y él, un tipo de educación y de acción, le dijo que se uniera al ministerio. Aquellos fueron años de un trabajo intenso de enseñanza y capacitación por todo el país: todavía hoy se mantienen.
Por una educación bilingüe
Silvana Veinberg no llegó a aquella llamada por casualidad. Desde hace casi cuarenta años que trabaja con personas sordas e hipoacúsicas. Ya desde muy joven había conocido de cerca los problemas de las personas sordas de cerca: un primo suyo tenía una discapacidad auditiva y ella pudo ver las dificultades que solían presentársele.
Durante sus años de estudio en Estados Unidos, Veinberg se dedicó al estudio de la lingüística de señas y, al regresar a la Argentina, investigó en CONICET sobre las implicancias de la lengua de señas argentina, convencida de que el acceso a una educación de calidad para los chicos sordos debía pasar por el reconocimiento y la promoción de esa lengua. “La primera lengua es la lengua de señas, que es la única accesible de manera natural para las personas sordas”, dice, “y la segunda es el español”.
Con esta convicción, hace veintiún años fundó la Asociación Civil Canales, que trabaja para garantizar el acceso a la educación en lengua de señas para personas con discapacidad auditiva. Canales nació como un espacio de convivencia entre sordos y oyentes, focalizado en la educación de niños, niñas y adolescentes sordos bajo una concepción multicultural y multilingüe.
Además de su labor en la ONG, Veinberg ha sido docente en la cátedra Educación del Niño Sordo en la carrera de Fonoaudiología de la Universidad del Museo Social Argentino y ha colaborado con UNICEF en la elaboración de materiales educativos para niños con discapacidad a nivel global. También fue consultora del Ministerio de Educación de Argentina y jefa técnica en escuelas de sordos e hipoacúsicos de la Provincia de Buenos Aires. Entre sus publicaciones se destacan Estrategias de prealfabetización para niños sordos y Necesidades especiales.
Hace ya tiempo que se alejó del Ministerio, pero sigue abogando por la implementación de una educación bilingüe para sordos en todo el país. Si bien existe una ley de 2008, “hay que ir a cada uno de los ministerios a ver cómo van a cumplir la ley”.
Una alianza para la inclusión educativa
Veinberg es, además, fellow de Ashoka, una organización global que promueve la innovación social y apoya a emprendedores que buscan generar un impacto positivo en sus comunidades. Desde su creación en 1980, Ashoka ha identificado y respaldado a líderes en diversos campos que, con sus proyectos, transforman realidades y promueven el cambio social. Ser fellow de Ashoka significa ser parte de una red internacional de innovadores que comparten el compromiso de construir un mundo más justo y equitativo.
Unas semanas atrás, Ashoka se unió a Ticmas para impactar en la educación en América Latina. Ticmas es una compañía educativa que busca facilitar la transformación de las escuelas hacia un entorno de aprendizaje digital y accesible. La colaboración entre ambas organizaciones se basa en un programa de desarrollo de contenidos inspiradores que puedan implementarse bajo la metodología del Aprendizaje Basado en Proyectos, creados a partir de las experiencias de los fellows de Ashoka, quienes han generado un impacto social concreto en áreas como la inclusión, la nutrición y el medioambiente.
Uno de esos contenidos desarrollados por Ticmas y Ashoka está justamente asociado al trabajo de Silvana Veinberg. Su experiencia se vuelve así un recurso fundamental para inspirar a estudiantes y docentes. Y su enfoque se suma al objetivo de Ashoka y Ticmas de formar una nueva generación comprometida con el cambio social.
No trates de hacer que tu hijo sea otro
“A las personas con una discapacidad en general y a las personas sordas en particular, siempre se las ve desde una mirada médica, como una mirada de rehabilitación, de reparación”, dice Veinberg. Es una postura, explica, que tiende a un discurso hegemónico y normalizador: todos deberíamos ser de una determinada forma para estar en el mundo. Es una forma de invisibilizar las necesidades y los deseos de los otros en tanto son y no en tanto deberían ser.
—¿Cómo se hace pedagogía sobre la gente? Uno puede ser abierto y progresista, pero el desconocimiento te lleva a no saber cómo actuar.
—Tenemos la posibilidad de concientizar y de abrir un poquito la cabeza. Por ejemplo: no se trata de “tolerar”. Con eso yo estaría diciendo que tengo el poder de decidir qué y a quién tolero. En lugar de “tolerancia” hay que hablar de “convivencia”. En la convivencia se da el aporte que cada uno puede hacer a la construcción social. Yo no construyo un lugar para que vos puedas ingresar, sino que lo construimos juntos: yo quiero saber qué pensás vos y vos querés saber qué pienso yo y entre los dos vamos a hacer un nuevo espacio accesible para todos.
—¿Por qué en la educación bilingüe primero hay que aprender la lengua de señas?
—La primera lengua de los niños sordos es la lengua de señas. Es la única lengua accesible para ellos porque es una lengua visual. La lengua auditiva no es accesible y no puede adquirirse naturalmente. Hay que enseñarla. La primera lengua es la lengua de señas y la segunda lengua, en nuestro caso, es el español. Nosotros trabajamos con sordos y sabemos que quieren aprender el español, pero se ingresa al mundo a través de una lengua natural.
—El saber arraigado decía que no convenía aprender la lengua de señas.
—La mirada médica aconseja a las familias alejarse de la lengua de señas porque si vos aprendés esa lengua no vas a aprender bien el español. Esa concepción, desde la ciencia, no tiene ningún sentido. De ningún modo se puede demostrar que aprender una lengua va a perjudicar aprender una segunda lengua. Nadie sería bilingüe, si fuera así. ¡Es al revés! Cuantas más lenguas uno aprende, más flexibilidad cerebral tenés para aprender otras. La mirada médica pretende curar al otro y aleja a los chicos sordos de una lengua que les hubiera permitido conocer el mundo y acceder a una segunda lengua.
—¿Cómo afecta la sordera a la lectoescritura?
—La sordera no trae como consecuencia un impedimento para acceder a la lengua escrita. La dificultad está en no ingresar a una lengua primera desde chiquitos, que es una lengua en otra modalidad, que tiene gramáticas diferentes. Y se da el obstáculo de que se les enseña con la misma metodología que se le enseña a un chico oyente. Los chicos sordos necesitan escuelas apropiadas para ellos, que son escuelas donde los maestros —algunos son sordos, otros no— hablan la lengua de señas, donde sus compañeros hablan la lengua de señas, donde los materiales educativos son materiales bilingües y no son materiales solamente en español. Y como en el 95% de los casos, los chicos sordos nacen en familias donde todos son oyentes y no conocen la lengua de señas, ellos adquieren la lengua de señas en las escuelas. Para eso tienen que ir a la escuela de sordos.
—¿Por qué el mensaje no tiene la fuerza del otro, el de la integración en las escuelas comunes?
—Es un mensaje complejo. Nos cuesta mucho bajarlo a algo que sea tan fácil como decir que si le pongo un implante coclear a un chico, el chico escucha, va a la escuela, es normal. Eso es mucho más fácil de entender. ¿Quién no va a querer que su hijo esté implantado, que oiga, que vaya a la escuela? Es como si te pusieran un brazo ortopédico. Pero no es eso. La lengua construye pensamiento, construye a un individuo. Es un problema mucho más complejo que ponerle un coso que empiece a interpretar algunos movimientos y ondas cerebrales. Y además se pierde todo el período crítico de adquisición de la lengua, que es de 0 a 5. Ves a los pibes como si fuesen robots tratando de repetir lo que tienen que decir, y, cuando fracasan, nuevamente la culpa es de ellos que no practican lo suficiente, de las familias que no hicieron lo que tenían que hacer o que no tenían plata para las pilas. ¿Querés implantar a tu hijo? Hacelo. Dale todas las herramientas que puedas. Pero él va a seguir siendo sordo. No trates de hacer que tu pibe sea otro.
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