Resulta muy curioso ver que hasta mediados de los años ‘40, incluso después de la creación de los primeros Bancos Centrales, la Argentina había demostrado disponer de una meritoria capacidad de administración de la estabilidad de sus precios domésticos.
La economía local entonces tuvo que atravesar importantes fluctuaciones de sus precios internos, causadas por los graves efectos de la 1a Guerra Mundial, de la inevitable crisis de post guerra; después de los efectos derivados de la recesión global de 1929/30 y, luego de la Segunda Guerra Mundial.
Pese a esta vorágine de “cisnes negros” (un homenaje a aquella política argentina) los precios internos de 1944 habían podido retornar casi a los niveles de 1917. Desde inicios del siglo XX hasta entonces la inflación promedio anual había resultado inferior a 1%. Inclusive durante la Segunda Guerra Mundial los precios internos se habían deslizado sólo al 2% anual promedio.
Hasta entonces se percibía muy claramente la importancia de tener un especial cuidado de preservar “sana” a la moneda nacional. El “desvío” comenzó a mediados de los años 40, con la decisión política de una inédita expansión monetaria, como una herramienta para “el despegue” de la economía argentina, descuidando excesivamente el esfuerzo necesario para que aquel “aparato productivo argentino” supere las importantes deficiencias estructurales, que ya entonces comenzaba a presentar.
El “desvío” comenzó a mediados de los años 40, con la decisión política de una inédita expansión monetaria, como una herramienta para “el despegue” de la economía
Hasta entonces, un “plus” de expansión de la oferta de dinero había sido usado en algunos países durante las crisis de post guerras. Pero, ello se había efectuado, especialmente en aquella Europa muy dañada por las guerras, solo como una política pública coyuntural y anticíclica; para atenuar aquellas recesiones y hasta depresión económica, pero nunca como un instrumento de crecimiento y, menos aún, de desarrollo sostenible de largo plazo.
La pérdida de la independencia del BCRA por ley; la excesiva emisión monetaria, sin la correlativa suficiente demanda de dinero y como un continuo mecanismo de financiamiento fiscal del Estado, también continuamente deficitario; la gradual divergencia de los salarios por encima de su productividad; los créditos públicos a los bancos para ser destinados al consumo; entre otras medidas expansivas simultáneas, resultaron muy gravosas para el futuro desempeño de la economía.
Especialmente gravoso fue el de incentivo que la creciente inflación resultante, y las expectativas negativas de su continuidad a futuro, produjo en el ahorro interno y en la inversión que se deriva de él, disminuyendo ambos y deteriorando muy seriamente la capitalización y la tasa de crecimiento económico de nuestro país.
También se dañó a la capacidad de generación de empleo productivo, que Argentina había exhibido hasta entonces. Muchas (no todas) de aquellas llamadas “conquistas sociales” y luego los denominados “derechos adquiridos”, que en otros países fueron compromisos condicionados a los simultáneos incrementos de la productividad, deterioraron el poder adquisitivo del peso.
Aquella coyuntural circunstancia de la bonanza, derivada de un país que no había participado en ambas Guerras Mundiales, habría obnubilado a la política en un proyecto de un crecimiento económico por encima de las reales posibilidades de la capacidad y productividad.
Sin inversión suficiente para incrementar la capacidad productiva instalada, aquello solo podía resultar en una recuperación económica, pero nunca en el inicio de un sendero de crecimiento económico sostenible en el largo plazo. Fue desde entonces cuando se pasó de una sociedad con una economía estable hacia otra con inflación.
Sendero creciente
Aquella inflexión coincide con las numerosas evidencias empíricas que varios autores, desde muy diversas preferencias ideológicas y pertenencias partidarias políticas, destacan como el inicio de la prolongada decadencia de casi 80 años, con muy alta volatilidad, que lleva el país.
La inflación anual promedio de la primera etapa del presidente Juan Domingo Perón (1945/55) fue de casi 20%; los golpes de Estado y los gobiernos siguientes (1956/72) la llevo al 30% anual; durante la muy corta segunda etapa del peronismo (1973/74) creció al 80% anual; el proceso militar (1976/83) resultó con 200% por año y la democracia actual, luego de atravesar una hiperinflación con un pico de 5.000% anual, alguna corta estabilidad y después una “inflación latina” (ya no lo es más) llevó nuevamente a más de 200% anual.
En los últimos 80 años el déficit fiscal fue la regla y la emisión monetaria, sin suficiente demanda de dinero, su más frecuente “solución”, como un impuesto no legislado
El objetivo de esta narrativa de casi 8 décadas es para reconocer la “histórica dependencia” del “prolongado sendero recorrido” en materia de procesos inflacionarios. Décadas en las que el déficit fiscal fue la regla y la emisión monetaria, sin suficiente demanda de dinero, su más frecuente “solución”, como un impuesto no legislado.
Con la inflación incorporada, la economía permanentemente indexada fue la norma y, a su vez, la fuente de los continuos conflictos de los precios y de los salarios, que solo hacían aún más complejos a los procesos políticos, que impactan en las tareas productivas, quitándoles competitividad.
El resultado fue una economía de escaso crecimiento y muy volátil. La baja inversión es una de sus causas más determinantes. Las frustraciones antiinflacionarias se remontan desde el mismo Plan Prebisch de los años 50, titulado proféticamente “Moneda sana o inflación incontrolable”. El combate a la inflación solo pareció haberse transformado en un activo político luego de la muy dolorosa experiencia, social y económica, de la referida hiperinflación.
Pero, bastó que emergiera una nueva generación que no la habían padecido, al menos en esa magnitud, para que resurgieran, incluso con éxito electoral, las equívocas expresiones de la dirigencia política oportunista, tales como que “un poco de inflación siempre sirve para dinamizar a una economía”, entre otras renovadas confusiones conceptuales similares.
Definiciones estándar
Existe algún básico consenso técnico que habría 3 tipos de inflación:
- De demanda: causada por un crecimiento relativo del consumo respecto de la oferta de bienes y servicios, incluyendo a los sometidos a estacionalidades. En las economías sanas, con competencia privada y regulación pública correctamente aplicada, este tipo de incremento de los precios resulta transitorio y es corregido por la reacción de un aumento relativo de la producción e importaciones;
- De costos, derivada del persistente aumento de los precios, generalmente mediante emisión monetaria y las expectativas negativas que ello genera, de las retribuciones al capital y al trabajo a una tasa mayor que la contribución que esos factores efectúan a la productividad global, con efectos inerciales; y
- Cambios de precios relativos, se genera cuando cambian las relaciones de los valores de algunos bienes y servicios, generalmente los regulados y “pisados como anclas”, respecto de otros; que en los contextos de inflexibilidades nominales a la baja arrastran a otros bienes y servicios.
Es muy probable que coexistan simultánea o sucesivamente los 3 tipos de inflación, porque no existe el suficiente ahorro disponible para la inversión interna y/o porque los mercados domésticos están todavía muy distorsionados, ya sea por las competencias muy limitadas por los lobbies, sea por las situaciones de monopolios no regulados o por la existencia de excesivas e incorrectas regulaciones públicas; por el arrastre un abultado déficit fiscal, y la desregulación de diversos precios.
En las muy delicadas circunstancias actuales es pertinente recordar a Julio H.G. Olivera, que recomendaba tratar de actuar simultáneamente sobre los tres tipos de inflación descriptos, y hacerlo sin agravar a los otros desequilibrios macroeconómicos, especialmente la recesión, el desempleo y la pobreza, además de resultar en una solución compatible con la inevitable globalización de los procesos económicos.
Se está ante la muy grave situación socioeconómica y el dilema de la necesidad de enfrentar a los tres tipos de inflación simultáneamente.
El autor es miembro de la Fundación Pensar Santiago del Estero
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