José Nemesio Bravo tiene 102 años y es neuquino, pero vive en Cipoletti, provincia de Río Negro. Recientemente fue el protagonista de un emotivo momento, que en sus propias palabras, “jamás se imaginó”. Fue condecorado por ser el “marinero más antiguo del país”, en una ceremonia donde le hicieron entrega de un escudo y un diploma, además de declararlo decano de la Asociación de Infantes de Marina de la Armada Argentina (AIMARA), y socio honorario. El evento tuvo lugar en la Base Naval Puerto Belgrano, la misma donde él prestó servicio hace más de ocho décadas. Su hija, Ariela Bravo, habló con Infobae sobre el homenaje, y reveló anécdotas de la vida de su padre: la historia de un hombre que siempre hace planes para el día siguiente, que se deja guiar por la curiosidad, y vence obstáculos gracias a su personalidad y fuerza de voluntad.
La vida de Lolo
Su familia lo apoda Lolo, especialmente sus nietos, que fue la primera palabra que aprendieron, incluso antes de decir “papá” o “mamá”. Así lo cuenta Ariela, que tiene el mismo sentido del humor que su papá, risueña y con mucho amor para dar. “Él nació en Barda del Medio, un paraje rural en el centro de Neuquén, su mamá tuvo 12 hijos, y según su documento nació en 1921, pero sus hermanas calculan que tiene tres años más, porque vivían en pleno campo y tardaron en anotarlo; antes esas cosas pasaban”, comenta. Charló muchas veces con sus tres tías, que hicieron cuentas y calculan que José podría tener en realidad 105 años, pero sin importar el número exacto, en su último cumpleaños se mostró muy entusiasmado por haber superado los 100, y con humor aseguró que todos le preguntan cuál es el secreto para llegar con salud.
“Le quiero agradecer a toda mi familia, a todos los que están presentes, los que me acompañan en mi día, porque yo soy un tipo feliz, y así como estoy, aunque me cuesten algunas cosas, yo quiero seguir viviendo”, fueron las palabras del cumpleañero durante la celebración. Hace menos de cuatro años sufrió la pérdida de su esposa, la madre de Ariela, y desde ese momento vive en la casa de su única hija y su yerno. “Yo tuve tres hijos, uno falleció, tengo a mis dos hijas y una sola tiene hijos, pero somos una familia ensamblada con mi esposo; estamos juntos hace 24 años y él tiene cuatro hijos, que también son mis hijos, porque se han hecho hijos del corazón a través de los años, ya tienen sus familias sus hijos y en total somos más de 20, así que todos los nietos vienen a ver a mi papá, y lo miman muchísimo”, detalla.
La sorpresa por el homenaje
Hace 15 años José perdió casi por completo la audición, pero no se rindió y siguió buscando formas de comunicarse con sus seres queridos. Le gusta compartir sus recuerdos, y no falta ocasión en que tiene algo para contar en la sobremesa. “No se adaptó a los audífonos, y al principio lo limitaba mucho porque le encanta conversar, pero después se fue adaptando, y no sé cómo hace, porque él me cuenta todas las noticias a mí, me mantiene actualizada de todo lo que lee en la televisión, en los graph de los noticieros; me dice cuándo hay aumento para los jubilados, que robaron en tal lugar, él sabe más que yo”, confiesa Ariela.
Si hay algo que le ha contado a todos es que cuando era joven quería ir al servicio militar, y el día que lo notificaron que había salido sorteado, y que le tocaba la Marina, estaba desbordante de felicidad. “Calculamos que estuvo entre 1941 y 1943, porque se hacía a los 20 años, y esos dos años que estuvo los disfrutó, porque era un lugar donde quería estar, y ahí aprendió a leer y escribir, porque él no había ido a la escuela, así que tuvo mucho significado esa experiencia para él”, destaca. Y agrega: “Además le tocó un momento histórico, porque estaba en curso la Segunda Guerra Mundial, y se acuerda de cuando Alemania le solicitó ayuda a la Argentina para que colaborara con granos o carnes para la guerra; tiene memoria de algunos nombres de oficiales que estuvieron con él, y de las prácticas que hacían en el mar”.
En ese viaje en el tiempo José suele nombrar a Adolf Hitler, rememora qué se decía en ese entonces, qué alianzas existieron, y entre suspiros suele rematar: “Todo eso pasó en el mundo, todo eso pasamos…”. Hace dos años fue de visita a la Base Puerto Belgrano, en Punta Alta, partido bonaerense de Coronel Rosales, para recorrer los lugares donde estuvo en su juventud. “Como hizo la marina ahí, fuimos a al museo de la base, y la gente que lo recibió estaba muy emocionada, porque todas las cosas que están en exposición, mi papá las había utilizado, desde armas hasta equipos de campaña; y en esa oportunidad gestionaron que pueda ir a las baterías que están sobre el mar, y justo coincidió que la única batería que ellos tienen restaurada como histórica era la batería donde había estado él, entonces les contaba cómo hacían para cargar los cañones, cosas de la práctica que ellos no sabían, porque nunca las habían usado”, relata.
En aquel entonces grabaron varios tutoriales gracias a sus aportes, para que quede registro de cómo se utilizaban determinados cargamentos, y fue a raíz de ese primer encuentro que lo tuvieron en cuenta cuando tuvieron que seleccionar a alguien representativo como el marinero más longevo. “Cada uno de los grupos de la Armada tiene un decano, que es una figura honorífica, pero los conscriptos no tenían uno, y habían decidido que el criterio de selección sería encontrar al conscripto más antiguo”, cuenta Ariela. Uno de los candidatos era de la clase de 1930, pero una de las oficiales recordó la vez que conoció a José Nemesio, y que había servido en la clase de 1921.
Se pusieron en contacto con la hija de Lolo, y le preguntaron cómo estaba su papá. “Les dije que por esas cosas del Universo y de la vida, aunque vivimos en Río Negro, tenemos un negocio turístico en la costa atlántica, y durante la temporada nos quedamos en el balneario Pehuén-Có, así que coincidentemente estábamos cerca, a 70 kilómetros de Puerto Belgrano”, revela. Le pidieron la autorización para postularlo, además de una serie de requisitos de documentación y fotografías, y la aprobación de José para ser tenido en cuenta. “Finalmente ellos decidieron, me dijeron que era el elegido y empezaron a organizar la ceremonia en un acto que fue solo para él, un gesto muy lindo porque lo pudo disfrutar muchísimo, a pura emoción”, cuenta la mujer.
Se tuvieron en cuenta todos los detalles, y dos días antes uno de los excomandantes se acercó hasta la casa de la familia para llevarle el escrito del discurso que iban a pronunciar, para que el homenajeado supiera qué decía, y así comprendía qué estaban diciendo al momento de la condecoración. “Me mandaron toda la organización del evento, para que él entendiera cómo iba a ser y la pasara maravillosamente, lo que me pareció espectacular, porque los homenajes casi siempre son póstumos, y aunque las familias los agradecen, las personas que realmente son protagonistas ya no están para disfrutarlos; y en este caso mi papá lo disfrutó en vida, muy lúcido y consciente de lo que estaba pasando”, celebra.
El día anterior, Ariela le escribió un texto y se lo imprimió, para que lo leyera y supiera la gran noticia. “Mañana vamos a ir a la base del puerto Belgrano, porque te van a realizar un homenaje por haber sido el marinero más antiguo de todos estos años. Vienen los comandantes de Buenos Aires, que te van a entregar un escudo y un diploma, te eligieron para que representes a los conscriptos de la Armada Argentina en todo el país. ¡Estamos muy orgullosos!”, decía el papel que José leyó en voz alta en un video que grabó una de sus nietas, y que luego fue furor en las redes sociales. Lo más tierno de la secuencia es el combo de la sonrisa y la alegría que transmite, mientras le pregunta a su hija: “¿Estás orgullosa de este marinero?”.
Un hombre curioso
Ariela revela que su mamá y su papá estuvieron 60 años juntos. “Lo caracteriza la curiosidad, las ganas de aprender, desde que era un niño, y cuando salió de la Marina trabajó en una de las primeras empresas petroleras de la provincia de Neuquén en el Campamento Sol, donde era ayudante del chofer, y ganaba muy buen dinero, pero dice que se aburría mucho”, relata. José solía contarle a sus amigos que quería ser albañil, que su sueño era construir casas, y aunque sus compañeros le decían que no dejara un empleo estable con el que iba a tener cierta seguridad económica, no dejó que nada frenara su vocación.
“Renunció, no le importó nada, empezó de peón y aprendió el oficio de toda su vida, la albañilería”, revela. Tiempo después se mudó a Cipoletti, y durante la producción de frutas de verano era embalador en el galpón de empaque, y el dinero que juntaba en esos meses le servía para subsistir gran parte del año. “Después se iba a Buenos Aires a trabajar, y así hacía todos los años, hasta que conoció a mi mamá, se casaron y me tuvieron a mí; ahí se asentó y siempre fueron muy compañeros, cada uno apoyaba al otro en sus respectivas responsabilidades, salían a andar en bici juntos, y recuerdo siempre que yo era chica y él era muy metódico, mantenía una rutina con sus horarios, de cuidarse con las comidas, tomar alcohol medido, y siempre muy sociable”, repasa Ariela.
Cuando José se jubiló se propuso nuevas metas, y todos quedaron asombrados, porque siempre se le ocurría algo nuevo por hacer. “Aprendió cosas que no había hecho nunca, como bailar tango y folklore; creó el segundo club de abuelos en la ciudad de Cipolletti junto a sus amigos; viajaron por todos lados con el centro de jubilados, personas que nunca habían hecho turismo; hicieron trámites en la Municipalidad para que le dieran un predio en una isla cerca del río, y generaron un lugar donde se juntaban todos los jubilados los domingos, hacían almuerzos a la canasta, jugaban a las bochas y al truco”, enumera su hija. También participó de la creación del centro de salud de barrio y de las mejoras que se hicieron en las escuelas, siempre dispuesto a colaborar y compartir algunos de sus muchos conocimientos de construcción.
“El año que falleció mi mamá, papá tuvo un ACV, quedó con todo el lado el derecho paralizado, le afectó la parte de la comunicación, no podía hablar, escribir, ni leer, y estaba angustiado porque no podía comunicarse”, revela Ariela. De a poco, primero a través de dibujos como única herramienta para defenderse, y con algunos ejercicios que hacía desde el sillón, ejercitando las piernas y los brazos para rehabilitarse, se animó a dar de nuevo sus primeros pasos. “Empezó a caminar, como cuando sos bebé, yo lo cuidaba de atrás y una de mis hijas lo sostenía de adelante; después empezó a hablar, con palabras sueltas, armaba algunas oraciones, pero ponía palabras en el medio que no tenían nada que ver, hasta que fortaleció el cuerpo y hoy no tiene ninguna secuela”, indica.
El neurólogo de Lolo no podía creer su evolución, y le dijo a la familia que era un caso extremadamente extraño, porque no suele ocurrir que se formen nuevas redes en el cerebro a una edad tan avanzada. “Creo mucho en su fuerza de voluntad, él no se deja dominar por la impotencia o las adversidades, que es algo que tiene desde que era un niño, porque siempre cuenta que él fue el primer varón de sus papás, las seis primeras fueron mujeres, entonces él a los ocho años ya se encargaba de cuidar los animales; tenían chivos y ovejas, y le tocaba subirse al caballo y llevarlas al monte a pastar, a veces se llevaba comida hasta otro campo donde vivía un amigo, y jugaban a la payana mientras cuidaba el ganado”, narra. Y enfatiza que uno de los detalles que más la sorprende, es que aunque es un hombre que trabajó toda su vida, jamás le transmitió resentimiento o tristeza sobre su infancia.
“Lo cuenta como algo que hacía dentro de su rutina, con alegría, y ese es uno de sus secretos, su manera de afrontar la vida, con mucho humor, manteniendo el cerebro activo, aprendiendo cosas nuevas, teniendo proyectos, por más pequeños o grandes que sean, siempre tener algo que hacer para el otro día”, asegura. Ariela confiesa que le preocupaba que cuando perdiera cierta independencia, su padre se deprimiera. Sin embargo, aunque depende de ella en mayor medida, no cambió su actitud positiva. “Aunque tiene más de 100 años, se desviste y viste solo, come solo, va al baño, puede tener cierta vida diaria, y aunque su cuerpo está gastado por los años, no tiene enfermedades; no toma medicación más que para la próstata, por una cuestión lógica de la edad, pero nunca fue hipertenso ni tuvo colesterol; su corazón y sus huesos funcionan bien”, detalla.
La paz con uno mismo
Los guiños del destino hicieron que la playa donde se quedan las temporadas de verano sean las mismas que alguna vez José visitó en sus tiempos de marinero. “Hay una zona cercana donde hacían los ejercicios militares, y después de 80 años viene al lugar donde lo traían a practicar, son cosas locas del Universo”, expresa su hija. El año pasado organizó un encuentro entre los cuatro hermanos -su papá y sus tres tías- para que pasaran un día entero juntos, y mientras charlaban surgió una pregunta que quedó grabada en el corazón de Ariela. “Una de ellas preguntó si estaban conformes con la vida que habían vivido, y me senté a escuchar a ver qué respondía mi papá, y él dijo: ‘Yo estoy muy conforme con la vida que he vivido, porque hice lo que quería hacer, trabajé de lo que quería, siempre fui una buena persona, tanto con mi familia como con mis vecinos, y no quedé en deuda con nadie’”, cuenta.
“Ojalá yo también pueda decir lo mismo, porque saber que fuiste la mejor persona que pudiste ser, que fuiste honesto, que te acostaste sin culpas debajo de la almohada ni con el espejo, y haberte sentido amado, no sé si se puede pedir más en el final de la vida. Creo que ese es un capital inconmensurable”, sostiene la hija de Lolo. Ella lo observa todos los días y va anotando los tips que detecta. Con cada uno de los ejemplos le demuestra que haber salido de la zona de confort, para él siempre fue ganancia. “Siente que es muy importante no quedarse con deudas, y no solo económicas, sino también emocionales, no tener pendientes en el amor ni con los seres queridos, y no postergar cosas que quiso hacer cuando las quiso hacer”, sentencia.
En paralelo con la filosofía que lleva adelante Lolo, en la familia hay una tradición, que se repite cuando hay que tomar decisiones cruciales, que generan cierto miedo y dudas sobre qué elección sería la adecuada. “Siempre nos hacemos la pregunta: ‘¿Qué es lo peor que puede pasar?’, y si la respuesta no es tan tremenda, y vemos que no va a haber riesgo de vida, que no vamos a perder todo lo que tenemos, entonces allá vamos hacia los desafíos”, manifiesta Ariela. Para cerrar la charla, revela que otro de los temas que suele surgir en cada una de las mesas familiares es la longevidad de su papá, y cuando le preguntan cuántos años le gustaría vivir, él responde: “Me avisaron de allá arriba que todavía no hay lugar, así que todavía me pienso quedar”.
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