La gestión económica de la administración de Alberto Fernández – Cristina Fernández de Kirchner, desde sus inicios, se caracterizó por vaivenes (zigzags), en parte asociados a shocks inesperados, pero que en una mirada profesional revelan una insoportable inconsistencia.
A la larga, la sucesión de medidas aisladas que chocaban mutuamente no podía dar lugar -salvo que se diera una constelación compensatoria de shocks positivos- nada diferente de un equilibrio de mala calidad. Es así como, al cabo de casi cuatro años, hemos logrado aterrizar en un “equilibrio” bajo que, además, es altamente inestable y puede llevarnos a nuevos equilibrios aún más bajos, o quizás a un mejor nivel en caso de cambiar la “caja de herramientas”.
La suerte (una buena cosecha) parece jugar de aquí en más un papel importante, pero no suficiente como para encaminarnos en un sendero de crecimiento.
Para salir del equilibrio bajo se requiere, desde ya, la decisión política de cambiar. Pero ello no basta, dado que un personaje aislado y no creíble habrá de necesitar una dosis enorme de instrumentos (léase, un nivel eventualmente -desde el punto de vista político- insostenible de ajuste inmediato), ya que sus promesas no entrarán en la función de decisión de los agentes económicos como algo factible.
Es así como un gobierno que prometa resolver desequilibrios, pero cuyo pasado -su curriculum vitae- sea de ampliar los desequilibrios, podría tener los minutos contados antes de enfrentar un escenario de desbande generalizado. La credibilidad tiene importancia para no tener que exagerar ajustes en el corto plazo para comprar estabilidad. Ello algo tiene que ver con la reputación y el eventual pasado de inconsistencias políticas, y por supuesto también tiene que ver con el apoyo que pueda concitar el candidato en términos de votos y -por lo tanto- en términos de capacidad de hacer pasar sus políticas.
Un gobierno que prometa resolver desequilibrios, pero cuyo pasado -su curriculum vitae- sea de ampliar los desequilibrios, podría tener los minutos contados
La macroeconomía ha tenido en cuenta estas cuestiones desde hace unas cinco décadas, por lo que no se trata de un tema nuevo, y no debería serlo, en particular, para la Argentina -país pletórico en vaivenes e inconsistencias, y con una lamentable performance económica-.
Es un argentino, Guillermo Calvo, quien contribuyó decisivamente al análisis del tema, a partir de un primer trabajo publicado en Econométrica en 1978 sobre la consistencia de las políticas en una economía monetaria (On the Time Consistency of Optimal Policy in a Monetary Economy).
Resulta revelador de la inmadurez -por no destacar el bajo nivel profesional- de muchos políticos argentinos, el hecho de que sigan creyendo que todos los problemas se resuelven con una buena cosecha y un poco más de petróleo. Ese es, sin embargo, el mensaje que han emitido desde el gobierno y que muchos empresarios y otros creyentes han adoptado: “se vienen épocas de vacas gordas, tras la época de vacas flacas”. Lamento desilusionarlos.
Aún lejos de las “vacas gordas”
En primer lugar, la llegada de las “vacas gordas” siempre se caracterizó en la Argentina porque, tras un aumento de recursos, se tiene un aumento de las demandas de gasto mucho mayor: en el pasado -hasta mediados de la primera década de los 2000-, los ingresos y gastos en la Argentina se “peleaban” en niveles de 26% a 29% del PBI, y con esos niveles nos íbamos periódicamente a default.
Desde entonces, los ingresos y gastos se pelean en niveles de 36% a 42% del PBI y, cada tanto, entramos en default. O sea, no basta con que los recursos aumenten un poco, si finalmente empezamos con déficit y, además, por cada peso de recursos adicionales se generan 3 pesos de mayor gasto.
En segundo lugar -un tema circunstancial-, no es bueno descontar que se va a tener “buena suerte’, sobre todo en materia climática. Después de tres años de Niña, se viene un Niño cuyas características están cambiando en forma permanente, y lo que parecía una promesa de grandes y generalizadas lluvias, hoy está cambiando hacia un evento mucho más moderado y que puede dejar algunas zonas con menor margen de humedad.
¿Y la guerra? ¿Y el crecimiento y la demanda de China? ¿Y las carreras que estamos perdiendo en energía, minerales y alimentos frente a competidores? El potencial, en caso de revertir esta última situación, es enorme, pero no depende de la suerte, sino justamente de un cambio de muchas políticas. Digamos que depende de un cambio de régimen.
Ahora bien, el cambio de régimen requiere poder político y equipos que den un marco de credibilidad al nuevo escenario. Ello es así porque la magnitud de las reformas es muy intensa y no todos pueden entender el proceso y, por lo tanto, apoyarlo. Los “creyentes” son quienes le dan fuerza a los populistas que pueden engañar a buena parte de su población durante bastante tiempo.
El cambio de régimen requiere poder político y equipos que den un marco de credibilidad al nuevo escenario
La próxima Administración quizás deba iniciarse con pocos creyentes y, por lo tanto, necesita, para facilitar los cambios, dar señales claras desde el inicio de que el cambio de régimen es apoyado por la mayoría de la población, votantes o no del gobierno electo.
Ello requiere un Poder Ejecutivo que actúe consistentemente, sin desviarse en ningún momento de los objetivos que se deben plantear como mandamientos desde el primer día. No habrá margen para políticas inconsistentes como las que nos ha generosamente regalado el Frene de Todos en su gestión 2019-23, y también -aunque en menor medida, pero ello no la absuelve- la mediocre gestión 2015-19 de Cambiemos.
El tema de la consistencia y credibilidad de la política económica estará en el centro de la cuestión, más allá de las PASO y de las elecciones de octubre y noviembre. Por ello, será muy bienvenido escuchar nuevamente a Guillermo Calvo en la Conferencia Anual de FIEL que se realizará el miércoles 8 de noviembre en Buenos Aires. Quien quiera oír que oiga.
Esta columna fue publicada en Revista Indicadores de Coyuntura FIEL 655, agosto 2023
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