Cada semana el programa El Hormiguero se esfuerza para acercar al público a algunos de los rostros más conocidos del momento. Sin embargo, en ocasiones logra sorprender y trae al presente a rostros que fueron muy famosos en el pasado y de los que hace tiempo que no se sabe nada.
Para cerrar la semana, el espacio de Atresmedia ha invitado a su plató a Esther Cañadas, quien desde hace más de una década vive ajena al foco público, centrada en su familia. Como si no hubiera pasado el tiempo, la súper modelo de los 90 volvió a dejar a todo el mundo sin palabras. No solo por su belleza, también al desvelar anécdotas de su vida desconocidas hasta ese momento.
Al contrario que otras tops, dedicarse al mundo del modelaje no fue su sueño desde niña porque quería ser detective. Lo de la moda, según ha contado, llegó porque quería saltarse un examen para el que no había estudiado. A partir de ese momento, el trabajo comenzó a llamar a su puerta, aunque los inicios no fueron fáciles.
De hecho, según ha explicado a Pablo Motos, durante años tuvo mucho trabajo, pero aun así no llegaba a fin de mes. El motivo era que “los vuelos eran carísimos entonces y no estaba tan bien pagado”. Pese a eso, hizo todos los esfuerzos posibles para cumplir su sueño y triunfar en las pasarelas.
No fue algo fácil. Como apenas tenía dinero, Esther Cañadas tuvo que hacer grandes recortes. “Tenías un modo de supervivencia que era el arroz blanco”, ha contado a un sorprendido Pablo Motos, que no terminaba de creerse que fuera su único alimento. “Sí, el arroz blanco me queda muy rico, porque era de lo poquito que podía hacer. (…) De desayuno, comida y cena, pero bueno, no siempre, solo algunas épocas. Es que si quieres algo tienes que currártelo”, ha sido su respuesta.
Aunque la comida fue un gran problema, no fue el único al que se tuvo que enfrentar la top catalana. Como tenía que viajar alrededor del mundo, dependiendo del trabajo y las pasarelas, no tenía una residencia fija. Por ello, llegó a vivir en un hostal, una época que ha recordado como “un poco de bajón. No por nada, pero es que empecé en un hostal y cuando acababa ahí otra vez, lleno de gente de la construcción, en la que compartías habitación, baño… Yo tenía suerte de que estaba sola”.
El problema no era vivir ahí, sino que durante una época no logró avanzar en la profesión pese a su trabajo. “Cuando pasan 2 o 3 años y acababas en el mismo hostal decías ‘ostras, algo está fallando porque acabar en el mismo sitio…’”. Y aunque fue una época complicada, no fue la peor, pues tiempo después el hostal llegó a convertirse en su refugio.
“Una de las veces que me fui a vivir a Portugal, tenía unas compañeras de piso y, cuando regresé, resulta que habían decidido irse del piso. Entonces llegué y no tenía casa. No tenía nada. Era Navidad, época en la que podía volver a casa, y acabé otra vez en el hostal sin ropa, sin casa y sin nada”, ha compartido.
Si bien en ese momento llegó a pensar en rendirse, llegó a la conclusión de que “era satisfactorio porque iba consiguiendo pasos y trabajaba mucho, aunque no me diera para la supervivencia”.
Así estuvo durante cuatro o cinco años hasta que en Nueva York, ciudad a la que no quería ir, tuvo su gran oportunidad. “Me pagaron como 30.000 dólares de la época por un trabajo. Me fueron a buscar en una limusina, nunca me había pasado, y me llevaron a uno de los mejores hoteles de la ciudad”, ha recordado Esther, que ha desvelado que en apenas unos días consiguió su primer gran casting. A partir de ahí, todo es historia.
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