Muy habitualmente decimos que sentimos un fuerte dolor, a veces inmenso, inclusive insoportable, pero ¿ese dolor es físico, emocional, ambos o quizás solo uno?
El modelo que solemos llamar cartesiano, por René Descartes, en realidad es el del cuerpo separado de la mente. A medida que los conocimientos en medicina avanzan, así como nuestro sentido común respecto a la salud, cada vez es más evidente algo que siempre lo fue: la mente no es una “sala de control” que maneja un cuerpo mecánico, que responde pasivamente a sus órdenes, sino que las personas tenemos un organismo integrado en el cual todo es cuerpo o todo cerebro a la vez. En realidad todo es uno.
Cuando incorporamos este concepto podemos entender porqué aquello que percibimos en nuestros pensamientos y emociones no es “la cabeza”, sino todo nuestro ser y recíprocamente lo que percibimos en el cuerpo, tampoco es “solo” del cuerpo sino es todo nuestro ser integrado y único.
Esto no es una ideología difusa alternativa, sino algo concreto y tiene que ver con integrar a la clínica el conocimiento actual en cuanto a cómo estamos realmente compuestos.
La conexión entre las emociones y la salud física ha sido objeto de estudio durante siglos. El área de la medicina que se ocupa de ello es la psicosomática, que es esencialmente interdisciplinaria, un área de conocimiento en la que se interconectan aspectos del cuerpo, con comportamentales, sociales e inclusive ambientales.
Actualmente, todo ello está integrado a su vez en la llamada Medicina del Comportamiento (Behavioral Medicine), un criterio más actual y amplio, en el cual la síntesis entre los conocimientos en lo referente a lo biológico se combina con todas las ciencias sociales.
Así, epidemiología, antropología, sociología, psicología, fisiología, farmacología, nutrición, neurociencias, etc., forman parte de un mismo corpus conceptual que reintegra al ser en uno y no multiplicidades ajenas entre sí. Entre todas esas redes conceptuales se va diluyendo el paradigma mente-cuerpo.
Un poco de historia
La medicina psicosomática no es nueva, de hecho fue la forma de todos los abordajes del malestar por parte de las medicinas tradicionales y de la antigüedad. Así, son ejemplos los griegos, Galeno en particular, con sus “enfermedades de la pasión” o la medicina de los países árabes, con Avicena; o la china o la hindú ayurvédica.
Más cerca en el tiempo y en occidente, los trabajos de Franz Alexander o Georg Groddeck, y en general toda la órbita de la escuelas no solo la alemana sino también francesa e inglesa clásicas, abordan este constructo conceptual, de un ser integrado aun con explicaciones diferentes.
Con el auge de la farmacología y las drogas para situaciones puntuales esto se fue diluyendo, quedando a veces esta mirada en zonas de la periferia de la ciencia formal, no siempre bien valoradas o desarrolladas.
Dolor, estrés y emociones
La tristeza es una emoción humana natural y común que todos experimentamos en algún momento de nuestras vidas. Puede surgir como respuesta al estrés, a una pérdida, o inclusive y eso nos preocupa más, sin encontrar razón o causa aparente.
Sin embargo, lo que puede resultar a veces inquietante y fuente de angustia, es cuando la tristeza puede manifestarse físicamente, más aún cuando en principio hemos padecido durante largos periodos de un dolor rebelde a todo tratamiento somático, hasta comenzar a buscar esas otras posibilidades más ligadas a lo emocional.
Parte de la respuesta al menos, no es tan críptica, sin embargo cuando nos sentimos o somos amenazados por algún tipo de factor emocional, como una pérdida real o potencial que genera tristeza, es común que nuestro cuerpo reaccione de manera muy similar a una amenaza física.
Una parte de nuestro sistema nervioso, el sistema nervioso autónomo (SNA), o neurovegetativo, especialmente la rama simpática, se activa, lo que puede aumentar la tensión muscular, la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Esta respuesta de estrés puede tener un efecto directo en nuestros sistemas musculoesquelético y nervioso, exacerbando o desencadenando dolores físicos: los típicos de espalda o cuello, tan emparentados con otras cargas menos físicas y más emocionales.
Para entender la importancia del SNA, puede destacarse solamente la población neuronal en las zonas digestivas (el plexo mesentérico, por ejemplo), que ha dado que se lo conozca como “segundo cerebro” por su importancia.
Por otro lado, una misma estructura cerebral, aun cuando tiene diferentes núcleos, el tálamo, regula la percepción del dolor y así en base a sus conexiones con el exterior y también con la corteza y diversas áreas del encéfalo, aumenta o disminuye la sensibilidad (el umbral) al dolor tanto externo como interno, físico, o emocional.
Así sabemos, por ejemplo, que la tristeza que se prolonga puede aumentar la sensibilidad al dolor. Esta sensibilidad puede afectar diferentes áreas del cuerpo, como los músculos, las articulaciones o provocar cefaleas rebeldes o cuadros de dolor generalizado. Esto, en la medida que se lo mantiene, provoca astenia, agotamiento y cuadros similares a la fatiga crónica y la fibromialgia, que se relacionan o confunden frecuentemente con esta fisiopatología.
El problema es que como todas las alteraciones sobre variables básicas, como el dolor, el sueño, la alimentación, por ejemplo, son caminos de doble vía y la afectación en una parte de ese sistema afecta al todo: problemas digestivos pueden relacionarse con trastornos de sueño, o inmunológico y aumentar así la percepción del dolor y viceversa.
Trastornos de sueño, alteraciones de peso (en más o en menos), dolores difusos a veces muy localizados en una zona, y que ninguno de estas variables parecen responder, es lo que vemos expresado en la práctica con el sobreconsumo de analgésicos, ansiolíticos y antidepresivos, por ejemplo, o como ya hemos mencionado en Infobae, en buscar propuestas regeneradoras, compuestos potenciadores, revitalizantes etc.
En conclusión
Es fundamental reconocer la importancia de abordar todos los aspectos del ser, emocionales, físicos y de sus circunstancias vitales, cuando se trata de dolores crónicos o recurrentes. La tristeza puede tener un rol fundamental que no se debe dejar de explorar.
El sistema nervioso autónomo desempeña un papel vital en nuestra salud, y la relación entre la mente y el cuerpo es evidente en las enfermedades psicosomáticas. Al integrar enfoques médicos y psicológicos, podemos trabajar hacia una salud óptima y una mejor calidad de vida. La conexión entre las emociones y la salud física es innegable, y abordar ambas es fundamental para promover un bienestar integral.
Los abordajes integrados ofrecen enfoques terapéuticos que buscan tratar el origen emocional de los síntomas físicos. La terapia cognitivo-conductual, la terapia de relajación y la meditación son algunas de las opciones que se pueden asociar con éxito a la farmacoterapia, o a diferentes formas de terapia física y cambios vitales como la higiene de sueño.
Quizás la única advertencia es no recurrir a una “pastilla” autoadministrada, que solo hará que se profundicen los males del cuerpo sean del alma o viceversa.
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