En la que constituye la segunda visita de un miembro del gabinete del Presidente Joe Biden a la República Popular China en un mes, la secretaria del Tesoro Janet Yellen viajó a Beijing para mantener entrevistas de alto nivel con sus contrapartes chinas en el marco del intento de la administración por distender la relación con el gigante asiático.
Hace pocas semanas, en un viaje marcado como el inicio de un “deshielo”, el secretario de Estado Antony Blinken protagonizó una visita a la capital china en la que mantuvo reuniones con el Presidente Xi Jinping y los máximos jerarcas de la diplomacia del PCCH.
La titular del Tesoro fue recibida por los principales responsables de la política económica china, encabezada por el primer ministro Li Qiang, el jerarca del Banco Popular, Pan Gongsheng, el ministro de Finanzas Liu Kun y el vicepremier He Lifeng. La última visita de un secretario del Tesoro había tenido lugar en 2019, cuando Steven Munchin fue recibido por el propio Xi.
Yellen aseguró que su visita tenía como objetivo establecer y profundizar los lazos con el nuevo equipo económico de China, reducir el riesgo de malentendidos y allanar el camino para la cooperación en áreas como el cambio climático y el endeudamiento.
El viaje de Yellen buscó reconstruir el diálogo entre las máximas autoridades de las dos economías más grandes del mundo. Las que combinadas explican más de un tercio del producto bruto global.
El domingo, en declaraciones a la CBS, la funcionaria afirmó que su propósito era asegurar que ambas potencias no queden atrapadas en una serie de acciones de escalada destinadas a dañar a ambas por igual.
En tanto, el Global Times -órgano oficial del PCCH- celebró la visita de la funcionaria señalando que implicaba una “señal positiva para el mundo” al recordar que la salud financiera global requiere una conversación y un esquema cooperativo entre Washington y Beijing. El periódico del Partido adoptó un tono optimista al citar las palabras del premier Li Qiang sobre “la aparición de un arcoíris después de las lluvias y los vientos” en el vínculo sino-norteamericano.
En tanto, de acuerdo al Financial Times, a lo largo de su visita, Yellen se refirió al potencial de la cooperación comercial y económica en curso, destacando el deseo de Washington de estabilizar la relación, incluso cuando a China le resulta más difícil obtener tecnología estadounidense.
Yellen sostuvo que la administración de Biden está considerando un mecanismo para reducir el riesgo de que la inversión estadounidense ayude al ejército de China. “Hice hincapié en que [la selección de inversiones] estaría muy dirigida y claramente dirigida de forma limitada a unos pocos sectores en los que tenemos preocupaciones específicas de seguridad nacional”, dijo Yellen.
En el transcurso de su visita, Yellen reiteró que era importante tener un compromiso de alto nivel entre Washington y Beijing a pesar de la rivalidad estratégica.
Como es sabido, China y los Estados Unidos mantienen disputas, acaso insalvables, en materias sensibles como la guerra de Ucrania, la siempre tensa situación en torno a Taiwán, la cuestión de los Derechos Humanos, las acusaciones por el avance en materia de telecomunicaciones, el estatus de Hong Kong y los interminables conflictos comerciales.
Antes de regresar a Washington, la enviada exigió “poner fin a la guerra brutal e ilegal de Rusia contra Ucrania” y reiteró que es esencial que las empresas chinas eviten brindar a Moscú apoyo material o asistencia para escapar de las sanciones.
El Financial Times recordó que la visita de Yellen se produjo en el marco de una recuperación económica post-COVID “decepcionante” para los estándares chinos. Y destacó que si bien los jerarcas del Politburó esperan un crecimiento del 5% del PBI para el año 2023, los economistas temen que algunos motores de crecimiento subyacentes, como el sector inmobiliario, estén anunciando el arribo de una recesión prolongada.
Desde el inicio de relaciones en 1972 y su normalización plena en 1979, los EEUU y China han venido desarrollando un vínculo económico y comercial decisivo que explica en gran medida la realidad del mundo actual. Al punto que numerosos analistas sostienen que dicha interrelación económica ha adquirido una envergadura tal que impone un límite a la espiralización eventual de los conflictos que en el plano geopolítico separan a Washington y Beijing.
En cambio, otro observador señaló que -paradójicamente- mientras el flujo comercial entre ambas potencias alcanza los mayores récords, la relación política desciende a su piso más bajo. Una realidad que limita la optimista visión de quienes adhieren a la teoría derivada de los beneficios de la interrelación.
Sobre el final de su vida, en un libro poco recordado titulado “Victory Without War” (1988), Richard Nixon advirtió que si bien el comercio suele contribuir a mejorar las relaciones entre los estados, el mismo no constituye un impedimento para la guerra. Elevado a la categoría de “Elder Statesman”, el antiguo presidente -él mismo el autor de la política de apertura a China en los 70- sugirió a los líderes mundiales no ilusionarse con el mito de que el comercio por sí solo traerá la paz. Recordando, por caso, como naciones sumamente interrelacionadas se asesinaron unas a otras en términos de millones de vidas durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
En síntesis, Nixon enseñó que las relaciones económicas nunca pueden ser entendidas como un sustituto de la disuasión. Palabras que parecen conservar validez en el mundo de hoy, cuando Occidente enfrenta -por primera vez en los últimos 500 años- el ascenso de una potencia no occidental en condiciones de disputar su liderazgo.
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