Tanto deudores como acreedores dentro del sistema bancario son piezas fundamentales para que las entidades financieras puedan hacer su negocio, cobrando por sus servicios y arbitrando entre las tasas de interés pasivas y activas. La primera es la que se paga a los inversores y ahorristas y la segunda es la que cobra a los deudores.
Obviamente que “prestar bien” es fundamental para el resultado del negocio, si un deudor se demora en el cumplimiento de sus compromisos, o peor aún entra en cesación de pagos, el banco debe responder a sus clientes y hacerse cargo de la gestión de recupero del crédito. Para ello, las compañías financieras cuentan con procedimientos, garantías y comités de créditos para evaluar y mitigar los riesgo de incobrabilidad de sus acreencias.
Sin embargo, existen otras variables para tener en cuenta, tan importantes como la solvencia de los deudores de los bancos. Una de ellas se denomina maduración de los depósitos, que representa al plazo en que el banco está endeudado con sus clientes depositantes. Calzar montos, tasas de interés y plazos de colocación forman parte de la denominada gestión de riesgo de liquidez.
En la Argentina, actualmente, el principal tomador de fondos, o deudor dentro del sistema financiero, es el Estado nacional que desde hace bastante tiempo diseña productos de todo tipo para tomar la mayor cantidad de pesos que los inversores coloquen en los bancos. Poco queda para el sector privado, que además de correr con los costos impositivos para sostener a la Administración Central, también lo asiste convalidando tasas de interés activas usurarias.
Calzar montos, tasas de interés y plazos de colocación forman parte de la denominada gestión de riesgo de liquidez
La previsibilidad en el comportamiento de los depositantes es fundamental para que quienes diseñan los productos y ofrecimientos financieros puedan optimizar el uso de los recursos y prevenir corridas o sorpresas.
La dificultad se produce cuando quienes tienen los pesos, en ocasiones, colocan sus fondos a corto plazo, de hecho, según los informes del sector elaborados por el BCRA más del 80% de los depósitos de los bancos están alocados en activos líquidos, es decir aquellos son directamente dinero o que se pueden cambiar por dinero de manera rápida y transparente, como ser títulos, acciones o bonos cuya cotización sea pública.
Los ahorristas e inversores argentinos, conocedores de las vicisitudes cambiantes del país, prefieren instrumentos sumamente líquidos que les permitan entrar y salir rápidamente, incluso a expensas de resignar rentabilidad.
Por estas razones el sistema bancario ofrece Fondos Comunes de Inversión que cuentan con colocaciones de distintos tipos y plazos, algunos de rescate inmediato y otros 24 o 48 horas.
Los plazos fijos, que generalmente reconocen mejores tasas de interés obligan a inmovilizar los fondos, al menos, durante 30 días. Demasiado tiempo para la imprevisible economía.
Otras opciones
Ahora bien, imaginemos si existiera un producto financiero que se pueda transaccionar como el dinero, es decir que pueda transmitirse entre particulares, atesorar en cuentas de personas o empresas, que sirva para pagar consumos cotidianos, y que pueda fraccionarse como si fuera dinero electrónico.
Sin dudas sería una propuesta muy superior al dinero en cuenta, o incluso a los instrumentos financieros tradicionales, pues las potencialidades operativas prolongarán su colocación.
Al final del día, cuando un cajero o comerciante haga su arqueo de caja ¿qué preferirá tener en su saldo?, ¿un peso en efectivo que se desvaloriza?, ¿pesos por cobrar de una liquidación de tarjetas de crédito o débito? ¿o un activo financiero, digital, transferible, fraccionable, que genera una renta permanente? En la descripción del producto está la respuesta.
Un instrumento financiero que además sea un instrumento de pago podrá extender los plazos de colocación de los fondos invertidos o ahorrados y mejorar las condiciones de préstamos
Un instrumento financiero que además sea un instrumento de pago podrá extender los plazos de colocación de los fondos invertidos o ahorrados, mejorar las condiciones de préstamos para los deudores y facilitar los flujos comerciales y financieros del sistema.
En cuanto a la tecnología sobre la cual desarrollo, Blockchain ofrece diseñar ecosistemas transaccionales de pagos específicos para procesar diferentes especies monetarias, es decir que se podrían tener en una misma cuenta pesos, pesos digitales, pesos rentables digitales o cualquier otra alternativa que sirva para pagar. A su vez, las transacciones podrían hacerse desde una solución web, billeteras o tarjetas.
Los altos costos financieros locales, producto de la inflación que permanece en la, alimenta la creatividad e impulsa la formulación de propuestas que protejan los intereses de todas las partes. Indudablemente, quienes más necesitan de este tipo de productos son los pequeños ahorristas y comerciantes que carecen de experiencia o asesores para mantener el poder adquisitivo del dinero que guardan.
El “peso rentable digital” puede ser algo más que el sueño de los bancos para serlo también de los ahorristas
Por esta razón, existen en el país plataformas desarrolladas que rápidamente podrían ofrecer estos productos y servicios. El “peso rentable digital” puede ser algo más que el sueño de los bancos para serlo también de los ahorristas, de los comerciantes, de los fabricantes, de los deudores y de la administración pública, pues también fomentaría mantener en moneda local excedentes que hoy reconocen como único destino de protección de poder adquisitivo a la moneda extranjera.
Quizás el sueño colectivo pueda volverse realidad.
El autor es director en Fundación Iberoamericana de Telemedicina
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