Esta semana, Shi Shi Wu, nacido en Fujián, China, en septiembre de 1973, fue detenido por la Policía de la Ciudad junto a otros seis sospechosos, varios de ellos oriundos de China como él, acusado de ser parte de uno de los trucos más lucrativos en el hampa argentina actual.
El juez Pablo Yadarola pidió su arresto por contrabandear cocaína por correo privado a diversos puntos de Europa y Asia, donde la droga puede hasta quintuplicar su valor. La sustancia en los envíos que se les atribuyen no iba en polvo sino líquida, impregnada en varias prendas. A Shi lo allanaron en Moreno, en un supermercadito junto a una clínica: le encontraron una Bersa Thunder 9 milímetros, un fusil Remington, una caja de balas y un millón y medio de pesos.
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Fuentes del caso aseguran que la banda a la que Shi Shi Wu pertenecía podía ser ambiciosa, con casi tres kilos por paquete. Rara vez los traficantes locales se atreven a pasar el kilo: en los últimos 17 meses, la Aduana incautó 92 envíos destinados a puntos como Australia y Hong Kong, con 125 kilos disimulados de formas muy creativas.
Los remitentes, en cierta forma, también eran sus víctimas, ciudadanos argentinos de muy bajos recursos, contratados como prestanombres para la ocasión.
Los detenidos asiáticos en el caso no son delincuentes de carrera. Shi Shi Wu, en cambio, tiene una historia en el delito que es larga y sinuosa.
Vive en la Argentina al menos desde 2011. Sin embargo, los registros oficiales sobre su persona pueden ser desparejos. Hay varias formas de escribir su nombre diseminadas a lo largo de expedientes judiciales y fallos de Cámara. Tiene, por lo menos, tres números de DNI vinculados a su nombre. Dos de ellos los obtuvo cuando estuvo preso en una jaula de una cárcel federal a mediados de la década pasada, los edificios del Servicio Penitenciario se convirtieron en su dirección fiscal. Tiene un alta en la AFIP, curiosamente, en el rubro de los supermercados.
En 2013, tuvo una causa en su contra en la Justicia federal de San Martín por uso de documento falso. En junio de 2014, cuando ya vivía en el supermercadito de Moreno, un juzgado de Quilmes lo condenó a seis meses de prisión y lo declaró reincidente por dos hechos de encubrimiento agravado investigados por la UFI N°3 de la zona y pidió que lo detengan. La pena en su contra, según registros, caducaría el 17 de noviembre de ese año.
Ese mismo año, Shi fue capturado por ordenes del fiscal federal Sebastián Basso en el aeropuerto de Bariloche por un delito un tanto más grave: participar en el secuestro de un compatriota, el hijo un supermercadista, un hecho recordado hasta hoy por fiscales, jueces y conocedores de los movimientos de las mafias asiáticas en la Argentina. La víctima era menor de edad al momento del hecho. El rescate cobrado fue mucho más jugoso que el de cualquier secuestro actual, un millón de pesos, 118 mil dólares de aquel entonces.
Ocurrió en Merlo. Esta vez, al contrario de su nuevo golpe, Shi no actuó con compatriotas, sino con una curiosa organización de otros siete bandidos argentinos. Uno de ellos fue el encargado de contratar a los principales colaboradores de la estructura, entre ellos quien sería el encargado de “manotear” al hijo del supermercadista.
Shi cumplía un rol muy específico. El propio padre de la víctima, que se constituyó como querellante en la causa, lo acusó de ser el organizador del secuestro, de acuerdo a documentos judiciales. Para empezar, lo conocía de antes. Afirmó que era “una persona que conocía perfectamente los movimientos de su familia y sabía de su facilidad para poder juntar una suma elevada de dinero en un tiempo escaso”, afirma un pasaje en el expediente.
La colecta para liberar al hijo del supermercadista fue particularmente dramática. Un investigador del caso recuerda cómo el padre contactó a otros comerciantes chinos de la zona, que cedieron el dinero. Así, tuvieron dos días a la víctima en un aguantadero. El lugar fue allanado tras la liberación. El joven pudo reconocer, por ejemplo, una vieja frazada con la que lo mantuvieron cubierto. Por otra parte, los investigadores constataron dos comunicaciones de uno de los secuestradores con Wu.
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Su defensa peleó por liberarlo, con recursos y planteos en el Tribunal Oral Federal N°2 de San Martín y en la Cámara federal que no prosperaron. Tenían una coartada, decían que Shi no estaba en territorio bonaerense al momento del hecho y que los pasajes a Bariloche ya los tenía comprados.
Así, Shi pasó, por lo menos, dos años encerrado en un penal federal donde trabajó por el sueldo tumbero, el pequeño pago con tareas menores, que le permitió acceder a los únicos aportes previsionales que recibió en su vida.
La pregunta se vuelve obvia: ¿Shi Shi Wu fue o es parte de las mafias chinas que operan en Capital y el conurbano? Es una asunción general decir que ningún asiático opera de manera delictiva sin que una triada lo sepa, pero, por lo menos, el rastro de papeles en la vida de Wu no apunta a ningún mafioso conocido.
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