A principios de marzo de 2018, mientras paseaban por Salisbury, en el sur de Inglaterra, un padre y su hija colapsaron. Pronto se supo que habían sido intoxicados con un poderoso y extraño agente nervioso desarrollado en tiempos de la Unión Soviética.
La trama se reveló mucho más oscura. El hombre, Serguei Skripal, era un ex agente de inteligencia soviético que, tras la desintegración de aquel país, pasó información para el Reino Unido. Cuando lo descubrieron dejó Rusia gracias a un intercambio de espías que dispuso Dimitri Medvedev, presidente luego de que su primer ministro Vladimir Putin no se pudiera ya presentar a elecciones, tras dos mandatos seguidos.
Putin lo criticó públicamente en televisión. Y, dado el reciente envenenamiento al que el ex espía y su hija sobrevivieron, nunca olvidó el asunto. Dado que Skripal no realizaba ya tareas, salvo alguna conferencia de consuelo que le asignaba el MI6, ¿por qué Putin lo querría muerto?
Desde la Guerra Fría no se vivía una crisis diplomática como esta: Londres culpó a Moscú de intento de asesinato, ambos gobiernos retiraran a parte de sus cuerpos diplomáticos y por fin el Reino Unido incluso acusó formalmente a dos rusos de haber entrado al país con Novichok, el agente nervioso que se usó en el ataque, disimulado en una botella de perfume Premier Jour.
El "pequeño" pez que intentaba salir del estanque
Según una investigación de The New York Times, Skripal había sido un agente más que intentaba salir adelante tras el fin de la Guerra Fría, como muchos de sus colegas. Los servicios de inteligencia del Reino Unido lo consideraban un "pequeño pez" y un activo menor; en Estados Unidos era casi desconocido y en Rusia, tras descubrir su traición, le habían dado una pena relativamente leve antes de permitirle mudarse a Salisbury.
Pero Skripal, de 67 años, conservó su importancia en visión de la historia que tiene Putin, quien se las ha arreglado para mantener el poder desde el año 2000. "Incluso aunque no muera, la persona que elija ese camino se va a arrepentir mil veces", dijo el presidente ruso, sin nombrarlo pero hablando del ex espía, y describiendo ese camino como traición: "Cualquier cosa que hayan recibido a cambio, esas 30 monedas de plata que les dieron —dijo, en alusión a lo que hizo Judas Iscariote, según la tradición cristiana—, se van a atragantar con ellas. Créanme".
Nuevos horizontes
Putin y Skripal se entrenaron como agentes de KGB, la agencia de inteligencia soviética cuya heredera actual es la FSB,en la misma época. Putin estaba en Dresden, Alemania, cuando cayó el muro de Berlín en 1989, y Skipal en Madrid, España, cuando se desintegró la URSS. Ambos quedaron a la deriva, como los cientos de miles de trabajadores del estado colapsado.
Putin intentó, en vano, interceder para proteger a su red de informantes en la ex Alemania Oriental, un hecho que lo habría marcado. Skripal en cambio, hizo lo que tantos otros espías desempleados: aceptó pasar información a una potencia enemiga, el Reino Unido, por unos USD 12.500 dólares al año.
Humillado —llegó a San Petersburgo, desde Dresden, con poco dinero y una lavadora vieja que le regaló un vecino— Putin sobrevivió como pudo sobre las ruinas del país —mucho más, para él, que el sistema— desmoronado. De a poco volvió a involucrarse en política, como asesor del alcalde Anatoly Sobchak, y usó sus habilidades de espía para escalar posiciones, presionar a sus contrincantes y crecer dentro del Estado.
Nunca dejó de odiar a los ex agentes de inteligencia que tomaron el camino de la abundancia: informar a Occidente. Como Skripal, a quienes sus amigas describían como un amante los bienes materiales, que gastaba dinero sin problemas y sin ocultarlo.
Putin, mientras tanto, preparaba su venganza contra los "cerdos" y "bestias" que habían caído en la tentación. "Los traidores siempre acaban mal. Como regla general, mueren de alcoholismo o abuso de drogas", dijo el presidente ruso en una entrevista citada por el Times.
Así en 2000, cuando llegó a la presidencia de Rusia por primera vez, entre sus primeras medidas lanzó una persecución contra los espías rusos que se habían pasado de bando. Fue una combinación de escándalos públicos con acusaciones formales. Entonces Skripal fue arrestado y condenado a 13 años de prisión en 2006. Su familia cayó en desgracia y se quedó sin dinero para mantenerse o ayudarlo en prisión.
Pero sólo dos años más tarde, cuando Putin, el ex KGB, debió ceder la presidencia a Medvedev, y ejerció el poder como primer ministro, fue testigo mudo de la libertad que se tomó su hombre de confianza: un acercamiento con el gobierno de Estados Unidos, entonces al mando de Barack Obama, por el cual la CIA ofreció intercambiar a 10 espías rusos capturados a cambio de cuatros agentes encarcelados por Moscú.
Skripal estuvo entre ellos. Tras su liberación, se le ofreció refugio en tierra de sus antiguos empleadores, el Reino Unido.
Putin dijo en una entrevista sobre el intercambio de espías, a los que llamó "bastardos" y "traidores": "¿Cómo pueden mirar en los ojos a sus hijos, los cerdos?". Y en 2012, cuando pudo volver a la presidencia de Rusia, dio por terminado el "deshielo" de Medvedev.
Skripal, por su parte, parecía vivir la profecía funesta del mandatario: en Salisbury, alejado de las grandes ciudades, extrañaba mucho a su Rusia natal. En 2012 falleció su esposa Lyudmila por un cáncer; cinco años más tarde, cuando también murió su hijo, su estado de ánimo empeoró.
Sólo le quedaba su hija Yulia, quien vivía en Moscú junto a su prometido. Había hecho su vida lejos de las aventuras del padre.
Por coincidencia —o quizás no—, la mujer de 33 años viajó a Salisbury para pedirle la bendición para casarse, al mismo tiempo que Alexander Petrov y Ruslan Boshirov, presuntos agentes del Kremlin buscados por el Reino Unido, llegaban a la pequeña ciudad.
Según las autoridades británicas, los hombres esparcieron el Novichok en diferentes puntos de la casa de Skripal, incluido el picaporte, y abandonaron el país. Serguei, el blanco mayor, y Yulia, casi un daño colateral, resultaron contaminados, pero recibieron asistencia a tiempo y sobrevivieron. Ahora permanecen escondidos mientras la investigación sigue en curso.
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