“Europa puede morir”, el órdago de Emmanuel Macron en la universidad de La Sorbonne, a pocos días de la celebración del “Día de Europa”, que conmemoró el 9 de mayo los 74 años de la Declaración Schuman, punto de partida político, conceptual y programático de la integración del viejo continente; ha sido el más profundo, dramático, contundente y controvertido discurso apelando al riesgo existencial en que se encuentra Europa.
Según Macron, la UE debe asegurar su “soberanía estratégica”. Una clara alusión a la amenaza que representan Rusia en seguridad y defensa, China en lo comercial y tecnológico y Estados Unidos en la competitividad digital y el proteccionismo, además del posible desacople si regresa Trump.
“La época en que Europa compraba su energía y sus fertilizantes a Rusia, tenía su producción en China y delegaba su seguridad en Estados Unidos ha terminado”, sentencia el presidente francés para proponer una estrategia de cara al nuevo ciclo político que se inicia con las elecciones que celebran los 27 países miembros entre el 6 y el 9 de junio.
De estos comicios surgirá un nuevo Parlamento Europeo, probablemente con un alza de los partidos de extrema derecha, que, si bien no llegarán a tener mayoría, van a condicionar desde su óptica muchas de las decisiones que se deberán adoptar en este nuevo ciclo político. Se constituirá una nueva Comisión (órgano de gobierno ejecutivo) y surgirá asimismo un nuevo Consejo Europeo (órgano de decisión política).
A estas tres instituciones europeas, que dirigen los destinos comunitarios, les tocará gestionar el futuro en un momento de inflexión estratégica, como fluye coincidentemente de todos los estudios y los pronunciamientos de los principales líderes comunitarios. El de Macron, sin duda, es el más estratégico-prospectivo de todos.
Lo que plantea Macron -que tiene sus bemoles, por ejemplo en lo que respecta a rearmar Europa, el tema nuclear, la profundización y la ampliación de la Unión, la reforma de los tratados, o en las políticas de inmigración, todos son temas muy controvertidos- es, en esencia, similar en cuanto al diagnóstico, a lo que vienen sosteniendo la actual presidenta de la Comisión Europea -candidata a la reelección- o Pedro Sánchez y Josep Borrell, todos en línea con el Informe del Consejo Europeo “Forward Look 2023″, del servicio ESPAS (European Strategic and Political Analysis Service), que señalaba que el viejo continente se estaba enfrentando al comienzo de una nueva era, con desafíos y oportunidades, “que pueden exigir una profunda reevaluación del modelo europeo”.
Enfoque reiterado y ampliado en el más reciente informe de ESPAS de abril de 2024 (Tendencias Globales al 2040). Los desafíos globales y sus consecuencias tienen un carácter sistémico, con las tendencias mundiales de largo plazo aceleradas a raíz de la invasión rusa a Ucrania, la crisis de Oriente Próximo, la disputa entre Estados Unidos y China, la repotenciación del Sur Global, de los BRICS y las “mediopotencias”, mientras las amenazas llamadas “existenciales” -como las califica la ONU- emergen abruptamente poniendo en riesgo a toda la humanidad.
El cambio climático, la posibilidad de una guerra nuclear, la inteligencia artificial, la biotecnología y la devaluación de la democracia, son algunas de ellas, que originan una cascada de crisis multidimensionales en distintas partes del mundo, y desde luego en la propia UE.
Los siete desafíos visualizados en los informes anteriores permanecen: 1)fragmentación global, 2) polarización, 3) digitalización, 4) retos ambientales, 5) competencia entre diferentes modelos económicos (claramente una alusión a China), 6) desequilibrios demográficos, y 7) cambios políticos, van generando cuatro consecuencias: 1) escasez de alimentos, materiales y energía (ahí podemos ver a América Latina como necesario socio estratégico), 2) presiones sociales, 3) la militarización de las interdependencias, y 4) la necesidad de preservar la influencia internacional de la UE.
Sobre este último punto, está claro que las decisiones deben tener en cuenta tanto el contexto europeo, con sus objetivos de largo plazo, como el escenario global. En este sentido, se entiende que “la necesidad de preservar la influencia internacional de la UE” es un componente esencial para enfrentar los demás retos y consecuencias.
Una lectura desde América Latina
El momento de inflexión estratégica de Europa es, mutatis mutandis, también de América Latina y el Caribe. Ambas regiones se encuentran atrapadas, en diferente grado y profundidad, en la disputa por la hegemonía entre Estados Unidos y China, con una creciente incertidumbre global de paz y seguridad.
La inflexión estratégica europea y cómo se resuelva, no es algo ajeno ni distante para América Latina y el Caribe. Ni en lo político, lo económico o en la cooperación. La UE es para la región el tercer socio comercial, primer destino de las inversiones (800.000 millones de euros, la mayor parte en el Mercosur) y primera fuente mundial de cooperación al desarrollo, cooperación académica y en ciencia y tecnología.
Un deterioro, un alejamiento o, más aún, un colapso de la UE, generaría un desequilibrio global de gran magnitud y sería un desastre para América Latina en todo orden de cosas. Pero, además, visto de modo pragmático, la inversión que está disponiendo la UE para asegurar su futuro es una oportunidad de crecimiento y desarrollo para Latinoamérica, que no está actualmente en condiciones de aprovecharla íntegramente.
La doble transición ecológica y digital de la UE, y la deseada autonomía en la moderna y altamente tecnologizada industria de la defensa, genera una demanda creciente por productos naturales, minería, el litio y el niobio (objeto de competencia con EEUU y China), las tierras raras, el cobre, el hidrógeno verde, etc. con grandes reservas y capacidad productiva precisamente en América Latina. Asegurarse el suministro de esos insumos es lo que hace China en la región por lo menos desde hace una década.
Para garantizar su autonomía estratégica abierta y en general la soberanía europea de la que habla Macron, la UE necesita de la región como un socio estable, confiable y con capacidades productivas a los estándares actuales, pero la inestabilidad política, el bajo o nulo crecimiento, el atraso tecnológico y la falta de integración, atentan contra un mutuamente fructífero entendimiento en clave de desarrollo.
No parece que los actuales líderes políticos latinoamericanos tengan la suficiente claridad estratégica para darse cuenta de esto, como quedó patente en la última cumbre CELAC-UE. Es necesario que surjan liderazgos en Latinoamérica capaces de poner la mirada en el futuro para superar este presente de desafíos y oportunidades, proponiendo un proyecto común para asociarse sólidamente con Europa, lo que será en mutuo beneficio y una contribución a la estabilidad global.
La próxima cumbre CELAC-UE en Colombia 2025 puede ser el momento si nos preparamos bien, dejamos de lado las disputas menores y ponemos la mirada en lo importante.
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