El triunfo de Javier Milei en las PASO del domingo 13 de agosto intensificó el debate en torno de su principal propuesta económica: la dolarización de la economía para erradicar la inflación y estabilizar la economía argentina
En la semana que pasó, Milei ratificó su propuesta, aunque aclaró que implementarla demandaría entre 9 y 24 meses, porque “antes es necesario el problema de las Leliq”, por las “Letras de Liquidez”, uno de los “pasivos remunerados” o deuda del Banco Central con los bancos comerciales.
Infobae recogió y publicó opiniones, argumentaciones, datos y referencias históricas e internacionales sobre una posible dolarización de jure de la economía argentina. Esto es, que el país adopte la divisa de EEUU como moneda legal y resigne tener una propia, emitida y administrada por el Banco Central de la República Argentina (BCRA), entidad que Milei propone eliminar.
A continuación, un resumen de las posturas, a favor y en contra, de doce economistas profesionales.
Miguel Kiguel, exsecretario de Financiamiento y Director de la consultora EconViews: “Sería mejor curar al enfermo”
La dolarización hoy es inviable. Hablar de dolarización es un concepto abstracto. Hay temas urgentes y temas de fondo. Este es uno de fondo, pero no es urgente ni viable. Los mecanismos que se plantean para financiar la dolarización que propone Milei, como el fideicomiso, son utópicos; armar un esquema con bonos con la tasa que paga la Argentina es anacrónico. La dolarización tendría serios problemas. El primero es el tipo de cambio que se usa para absorber shocks externos, como una caída en el precio de la soja. Cuando ocurre eso hay que devaluar para compensar, algo que no podría pasar si se dolariza. En el patrón oro del siglo 19, el método de ajuste tradicional era el de salarios nominales flexibles. Desde el siglo 20 los salarios son más rígidos. Si no se pueden ajustar los salarios nominales, con dolarización habría recesión más profunda que con un tipo de cambio flotante.
Además, el país pierde el prestamista de última instancia; el BCRA solo sería un supervisor de bancos. Una corrida afectaría la cadena de pagos y eso es más recesión. Los defensores de dolarizar proponen implementar el modelo de la banca Simon, sistema en el que los bancos no prestan, sino que el crédito se brinda a través del mercado de capitales. Suena bárbaro en teoría y podía haber funcionado en los años 30, pero ahora el mercado de capitales es muy sofisticado y la liquidez la manejan los fondos de inversión, no los bancos. Se necesitaría un prestamista de última instancia para bancos y mercado de capitales. Si Argentina no tiene un BCRA que pueda actuar con ese rol sobre la moneda, se exagera el ciclo en caso de caída de las propias materias primas y el pánico financiero, como ocurrió en el pasado. Dolarizar bajaría rápido la inflación, pero dejaría una economía mucho más endeble. Mejor hacer un esfuerzo, como otros países de la región. Luego se podría tener un sistema bimonetario que permita contratos en dólares, como en Uruguay. Si tenemos un país enfermo, es mejor curarlo con flexibilidad en los precios.
Nicolás Cachanosky, economista: “La Argentina está más cerca de la dolarización”
Después de las PASO, la Argentina está más cerca de la dolarización, por dos motivos. En primer lugar, es una de las propuestas más populares de Milei. Para una sociedad cansada de una economía estancada y una inflación en constante aumento, contar con una solución concreta y rápida al problema inflacionario es muy valioso. La dolarización es una novedad en el panorama político. Eliminar la inflación lo más rápido posible es una prioridad para el electorado.
Décadas de mala gestión monetaria han llevado a que la dolarización de jure se vislumbre como la opción menos perjudicial y con mayores posibilidades de éxito a largo plazo. Una parte de esta realidad es el BCRA con reservas netas de libre disponibilidades negativas.
Para entender cómo sería posible dolarizar es necesario clasificar los “tipos” de pesos que podrían dolarizarse: 1) depósitos bancarios; 2) dinero en circulación; y 3) pasivos del BCRA (como Leliq y Pases, entre otros).
Los depósitos se convertirían a dólares al tipo de equilibrio de mercado. Los salarios se depositarían y las transacciones se harían en dólares. Ya no sería necesario recurrir al mercado de cambios para ahorrar en una moneda estable. Como la mayor parte de la oferta monetaria es dinero bancario, dolarizar los depósitos significaría prácticamente dolarizar toda la economía y no requeriría la disponibilidad de dólares físicos.
Respecto al dinero en circulación, una opción es el enfoque ecuatoriano: establecer un plazo determinado para canjear la moneda local por dólares. En Ecuador fueron 9 meses. Otra es hacer como El Salvador, donde el dinero en circulación en moneda local mantiene su validez indefinidamente. En ese caso, el BCRA ni siquiera estaría obligado a canjear la moneda local por dólares. El dinero en circulación se dolarizaría al ingresar al sector bancario. No es necesario contar con todos los dólares el primer día ni tampoco con la cantidad de dólares para canjear todo el dinero en circulación al momento de dolarizar. Las reservas netas del BCRA pueden plantear limitaciones, pero no son un obstáculo insalvable.
La tercera categoría a dolarizar son los pasivos del BCRA. Es la parte más compleja de la propuesta que desarrollamos con Emilio Ocampo. Implica recapitalizar el BCRA y la gestión extraterritorial de activos financieros para canjear las Leliq sin implementar un Plan Bonex ni recurrir a confiscaciones o licuaciones. Esto podría llevar más tiempo, pero protege los depósitos y los contratos y posibilita concluir el proceso reduciendo la deuda pública, sin incurrir en default. No ha habido propuestas alternativas a la dolarización que expliquen cómo eliminarían las Leliq sin confiscar o diluir su valor.
Si Argentina opta por dolarizar, tendríamos un plan revisado para maximizar la probabilidad de éxito y minimizar los errores. Los desafíos monetarios de la Argentina son de gran magnitud. Una dolarización no es ni magia ni panacea, es cirugía mayor para un paciente en serio estado que (salvo en los ‘90s) hace décadas no encuentra salida a su problema inflacionario
Martín Rapetti, director Ejecutivo de la Consultora Equilibra: “Una propuesta inviable”
La dolarización promete eliminar la inflación y que nuestros ingresos sean en moneda dura, pero omite detalles técnicos y de implementación que la vuelven inviable. En ausencia de Banco Central, el sistema financiero carecería de prestamista de última instancia, sería más frágil y propenso a crisis y la economía menos flexible ante shocks externos, al no poder depreciar su moneda si su producción se encarece en relación a la de sus socios comerciales. La depresión económica griega, de más de una década, es un ejemplo. Dolarizar tampoco garantiza responsabilidad fiscal. El Ecuador de Rafael Correa aumentó el gasto público de 21 a 44% del PBI en menos de 10 y sufrió dos default de deuda soberana.
La dolarización tendría además serios problemas de implementación. La eliminación del BCRA y de la moneda nacional tiene altas chances de ser considerada inconstitucional. La Constitución Nacional establece en el artículo 75 como atribución del Congreso la institución de un banco central y de una moneda, cuyo valor debe protegerse. El propio presidente de la CSJ, Horacio Rosatti expresó que la CN prohíbe un cambio de monedas.
Calcular a qué tipo de cambio se dolarizaría exige relacionar el conjunto de activos y pasivos del BCRA, en pesos y en dólares y tener en cuenta que el mayor instrumento de deuda pública del BCRA es una Letra Intransferible registrada a USD 65.000 millones, pero sin valor de mercado, que debería sustituirse por nueva deuda del Tesoro negociable en los mercados. Todo esto implica una compleja ingeniería financiera. Hoy los instrumentos de deuda cotizan por debajo de 30 centavos por dólar adeudado. Los que tendría que volcar el BCRA al mercado para hacer la operación superan a los que los tenedores privados poseen en su cartera. Aun si el mercado estuviera dispuesto a más que duplicar sus tenencias de deuda argentina y si las cotizaciones se mantuvieran, el tipo de cambio para dolarizar sería en torno a los $2.000 actuales. Atravesaríamos algo parecido a una hiperinflación.
Por otra parte, si bien gran parte de los activos de ahorro está en dólares y las transacciones inmobiliarias se hacen en esa moneda, el grueso de la estructura contractual, salarios y alquileres, está pactada en pesos.
En síntesis, un intento dolarizador chocaría con la Constitución Nacional y correría el riesgo de llevar a la economía a una hiperinflación, un nuevo default soberano, una crisis bancaria, un quiebre contractual y una explosión de litigios. En ese contexto, sería muy probable que la economía colapsara y la situación social y política se agravara a niveles que ni queremos imaginar.
Alfredo Romano, director de Romano Group, de la carrera de Economía Empresarial de la Universidad Austral y autor del libro “Dolarizar”: “Es posible y necesaria en la Argentina”
Hay 3 ejes centrales por los cuales la dolarización es posible y necesaria en la Argentina. El primero es el desastre monetario en el que vive hoy el país. En el segundo semestre la inflación estará en dos dígitos y probablemente hacia octubre esté entre 12 y 14% mensual, más de 350% anualizada. Un régimen inflacionario de más de 200% deja muchas menos herramientas para bajar la inflación en pocos años y hace que la gente sufra las consecuencias durante mucho tiempo. No hay espacio para gradualismos y las herramientas son cada vez más limitadas.
El segundo eje es cómo bajar la inflación. ¿Vamos a ir hacia un modelo de respeto e independencia del BCRA como regulador del sistema financiero y órgano que preserva la moneda? Este modelo no depende del gobierno entrante, que probablemente no vería el fruto de sus esfuerzos monetarios. El modelo de banca central independiente requiere de consenso y apoyo de al menos 2 o 3 mandatos, cambio de colores políticos incluido. La política solo quiere tomar decisiones cortoplacistas y beneficios inmediatos. Nadie quiere asumir el ajuste en la Argentina, sobre todo los gobiernos populistas. Es poco creíble pensar en políticas de Estado que respeten la disciplina monetaria y fiscal por más de un periodo presidencial. Por eso la dolarización tiene más adhesión y atractivo frente a modelos como el de Chile y otros países donde sí hay respeto a los bancos centrales y acuerdos de largo plazo.
Hay propuestas de dolarización estudiadas en profundidad, como las de Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky y otras que muestran las herramientas para hacerlo. En la actualidad el BCRA tiene 13.000 millones de dólares de reservas líquidas negativas, pero no hubo un retiro masivo de depósitos en dólares. Cuentas falaces de $4.000 o $10.000 por dólar solo indican falta de conocimiento técnico sobre la dolarización.
Los políticos argentinos, con su indisciplina fiscal y monetaria han estafado a la sociedad argentina con la inflación durante décadas. La dolarización es la bala de plata de la política. ¿Qué mejor forma de recuperar credibilidad que aceptar que no hay más cheque en blanco ilimitado del BCRA y que hay que mantener las cuentas ordenadas? La dolarización es el “maestro exigente”, aquel que no permite desviarse del libreto monetario y limita el accionar de la política. Quien decida llevarla con un plan contundente tendrá un crédito extra de credibilidad en su programa económico.
Martín Lagos, ex vicepresidente del BCRA: “Si es unilateral, estará a tiro de un capricho político, como estuvo la Convertibilidad”
En 1999 participé en la discusión de una posible dolarización. En Convertibilidad, la Argentina venía de 6 o 7 años con inflación tan baja como la de las economías desarrolladas. Se buscaba un acuerdo político con EEUU para unificar la moneda, como estaba haciendo Europa con el euro. Se pensaba que el riesgo argentino y el costo del financiamiento bajaría y se daría mayor garantía institucional a la estabilidad de la moneda. Volver a las andadas requeriría no solo repudiar una ley, sino violar un tratado internacional. No se nos ocurrió hacer algo unilateral, a diferencia de la situación actual, que semeja un náufrago que se hunde y busca un cabo salvador.
¿Cuáles son las condiciones para una dolarización exitosa? En primer lugar, el BCRA debería contar con reservas libres para importar los dólares necesarios y canjearlos por el stock de pesos en circulación. El país debería tener sus cuentas fiscales en equilibrio y los precios y salarios ser flexibles, sobre todo en sentido descendente. Si se pasa por una coyuntura de confianza, con ingreso de capitales desde el exterior, el precio relativo de los bienes exportables caerá porque el salario nominal (en dólares) estará subiendo. Y si viene una malaria y salen capitales, la apreciación de los bienes exportables requerirá que los salarios nominales bajen.
Una dolarización unilateral no asegura, por sí sola, ninguna de las condiciones mencionadas. Al no ser la contraparte de un tratado o acuerdo internacional estará tan a tiro de un capricho político como en 2002 lo estuvo la ley de Convertibilidad. Y si las condiciones equilibrio fiscal y precios y salarios flexibles se cumplen, una moneda nacional podría ser tan estable como el dólar, el euro, el yen o el franco suizo.
¿Por qué en vez de trabajar en una dolarización unilateral no trabajamos para hacer de la Argentina un país serio y no una colección de desmesuras? ¿Por qué no concentrarse en lograr un régimen fiscal equilibrado y devolver flexibilidad nominal a precios y salarios? Nada de esto se podrá lograr en días o semanas. Mientras, convendría aprobar un régimen legal que asegure la libertad monetaria. No solo un mercado donde pesos y dólares se puedan cambiar libremente, sino una norma que permita a las partes pactar en la moneda que elijan y obligue a la parte deudora a cancelar sus obligaciones entregando cantidades de la moneda pactada.
Tener una moneda creíble y no tener que visitar cuevas es lo que reclaman quienes votaron a los partidos que en las PASO lograron los dos escalones más altos. La dolarización unilateral puede ser un camino hacia ello, pero ciertamente no es el único ni creo yo que sea el mejor.
Agustín Etchebarne, director general de la Fundación Libertad y Progreso: “No es una panacea, pero se volvió un paso necesario, urgente y vital”
Tras la primera postguerra en Alemania, Hjalmar Schacht mostró cómo eliminar la hiperinflación, introdujo una nueva moneda, el Rentenmark, cuyo valor estaba vinculado a un patrón de bienes inmuebles y materias primas, proporcionando así una base más sólida para la moneda. Esto rompió con el patrón de impresión monetaria sin restricciones, e implementó controles estrictos sobre la cantidad de Rentenmarks, la nueva moneda, en circulación. El Reichsbank dejó de financiar al gobierno imprimiendo dinero, y la política monetaria se volvió mucho más disciplinada. Además de estas medidas monetarias, se llevaron a cabo reformas fiscales y económicas para estabilizar la economía.
En Argentina, la dolarización no es una panacea, pero se ha convertido en un paso necesario, urgente y vital. Sus beneficios serían una eliminación rápida de la inflación, descenso vertiginoso de las tasas de interés, remonetización y reaparición del crédito, expansión de la economía, reducción de la pobreza. “Son promesas palpables, no utopías”, señaló Etchebarne, aunque reconoció que “por sí sola la dolarización no soluciona todos los problemas del país: necesitamos reformas profundas, liberar todos los precios, eliminar los subsidios y los impuestos distorsivos, reformar el Estado y reforma previsional, para bajar el gasto público y restablecer el equilibrio, desregular, flexibilizar el mercado de trabajo, abrir la economía. Son todas tareas profundas y de largo aliento. La dolarización es la herramienta que facilitará hacerlas. No es una solución mágica, pero en las manos adecuadas, puede ser el comienzo de una nueva era.
Luis Secco, economista y consultor: “Empezar discutiendo el régimen monetario es comenzar por el final”
No existe ningún régimen cambiario que permita alcanzar todos los objetivos que se pretenden. Es así para todas las economías, no sólo para la Argentina. La dolarización aborda desde dos soluciones alternativas. La más extrema es la sustitución total de los pesos existentes por dólares. En ese caso, lo más importante es a qué tipo de cambio se convierten pesos por dólares. La escasez de reservas y la exuberancia de pasivos del BCRA torna impensable este tipo de dolarización si no se cuenta con financiamiento excepcional del sector privado, algún organismo internacional o el Tesoro o la Fed de EEUU. La opción impulsada por Milei de canjear los títulos públicos en poder del BCRA por otros que serían aceptados por el mercado a 25/30% de su paridad, implica endeudarse a tasas exorbitantes. Además, se corre el riesgo de no contar con el visto bueno de las áreas legales de los organismos involucrados y podría ser seriamente cuestionable en sede judicial.
Otra alternativa declarar el curso legal del dólar y permitir que compita con el peso. En tal caso, no sería necesario establecer un tipo de cambio de conversión pues no habría sustitución física forzosa y el tipo de cambio sería el que se determine en un mercado totalmente libre. Esto podría funcionar como punto de partida hacia un esquema de sustitución física del peso por el dólar. Pero la pregunta del tipo de cambio al que aparecerán los dólares privados sigue siendo difícil de responder. Que sea “al tipo de cambio de mercado” implica un riesgo significativo de aceleración nominal inicial difícil de controlar. La clave para evitarlo es hacer de la competencia de monedas una medida más dentro un programa integral de cambio de régimen económico, que termine con la dominancia fiscal y haga de la Argentina una economía competitiva y abierta con eje en el sector privado. Empezar discutiendo cuál será el régimen monetario a partir de 2024 es comenzar por el final. No hay atajos.
Iván Carrino, investigador del Centro Faro de la Universidad del Desarrollo, Chile: “Es un remedio efectivo y rápido contra la inflación, pero no la única salida posible”
Un país que dolariza reduce drásticamente su inflación. En los 20 años previos a la dolarización oficial, Ecuador tuvo una inflación promedio superior al 35%; después la bajó a menos del 10%. La tasa de inflación en El Salvador, cayó de 14% a 2% promedio. La dolarización consiste en que el Banco Central reciba todos los pesos en circulación y entregue dólares a cierto tipo de cambio, que sería el dólar de mercado. En las reservas del BCRA no hay la cantidad de dólares necesario para hacerlo, pero podría vender otros activos en su poder –como bonos del gobierno nacional- o conseguir dólares frescos utilizando estos activos como colateral. Si se consiguen USD 32.000 millones se podrían dolarizar a $780 por dólar. Es importante no generar la expectativa de que la única forma de dolarizar es con un tipo de cambio que sea cualquier cosa. A corto plazo, tras dolarizar el sueldo seguirá siendo el mismo, pero en dólares. Si la dolarización se acompaña de reformas que den previsibilidad y estabilidad, el crecimiento económico hará que los salarios en dólares (y su poder adquisitivo), aumenten.
Al tipo de cambio de mercado la dolarización en sí misma y a corto plazo traería beneficios, por la estabilización monetaria, aunque comparada con esquemas cambiarios más flexibles, puede generar costos en materia de empleo si el país se ve afectado por un shock externo negativo. Por eso es necesario complementarla dotando a la economía de mayor flexibilidad, para adaptarse mejor a esos shocks. La dolarización es un remedio efectivo y rápido contra la inflación, pero no la única salida posible. Muchos países tienen moneda propia e inflación baja y estable. Es importante que el Banco Central sea totalmente independiente y no financie los déficits fiscales. La dolarización es una versión extrema de la “independencia del Banco Central”. Al desaparecer éste, se consigue una moneda totalmente independiente del gobierno de turno.
Emiliano Libman, economista de la fundación Fundar: “En una economía dolarizada los precios pueden subir, pero es muy difícil que bajen”
Dolarizar es una mala idea porque resta flexibilidad a las autoridades para manejar la política macroeconómica, fiscal, monetaria y cambiaria. Todos los países serios de la región que manejan bien sus macroeconomías y tienen mayor estabilidad, como Chile, Perú, Brasil, México y Colombia, aprovechan lo que la dolarización nos quitaría. En el actual contexto, la Argentina no tiene esa posibilidad, por lo mal manejada que está su macroeconomía. Si copiamos a nuestros vecinos, podemos aprovechar la ventaja de tener moneda propia.
La dolarización se promociona como una medida extrema para evitar que el BCRA financie al Tesoro y, así, eliminar rápidamente la inflación. En principio, puede funcionar, debería previamente reformarse el mercado de cambios, ordenar las cuentas públicas, mejorar la política monetaria y corregir los precios relativos. Todo esto es tarea urgente e independiente dolarizar o no.
El riesgo más grande es que la dolarización funcione, se estabilice la macroeconomía y aparezca lo que se llama inflación residual: como los salarios y algunos precios están atrasados, adoptar el dólar podría arrancar con inflación en dólares. En caso de shock externo -una sequía, una devaluación en Brasil, una crisis internacional- la economía quedaría en la misma situación que a fines de los ‘90s. Es la principal razón por la que no es conveniente una dolarización.
En una economía dolarizada los precios pueden subir, pero es muy difícil que bajen. Durante la convertibilidad sufrimos una depresión económica de 4 años y el nivel de precios apenas cayó. La flexibilidad cambiaria hubiera facilitado ese proceso. Claro que, para poder hacer uso de la política cambiaria hay que tener una economía estable; de lo contrario no se puede dejar correr el dólar.
Manuel Adorni, economista: “El peso tiene firmada su sentencia de muerte”
Argentina tiene una muy triste historia en materia monetaria. La inflación y la destrucción del poder adquisitivo y del ahorro fueron devastadoras. Desde la creación del BCRA, en 1935, la destrucción del valor de la moneda ha sido una constante.
La primera víctima del BCRA fue el “Peso Moneda Nacional”, la unidad monetaria que más tiempo sobrevivió al delirio argentino. Dejó de existir en diciembre de 1969 y cedió su lugar al “Peso Ley”. Este duró solo 13 años; fue reemplazado por el “Peso Argentino”, que tiene en su haber dos tristes récords: fue la unidad monetaria con el billete de máxima denominación de la historia –un millón de “Pesos Argentinos”– y la que menos vida tuvo: solo duró unos dos años y dio paso al “Austral”, que también comenzó con quita de ceros, atravesó dos hiperinflaciones y a fines de 1991 cedió lugar al “Peso Convertible”, otra poda de ceros y abrupto final en enero de 2002 cuando se transformó de modo casi imperceptible en una nueva moneda: el “Peso” actual, que en poco más de 21 años acumuló una inflación cercana al 34.600% y perdió casi todo valor.
Esta breve historia marca dos puntos importantes: la gente rechaza la moneda local; la experiencia la hizo dolarizarse de hecho. Muchos bienes se comercian en dólares y otro aspecto importante de la economía ya está dolarizado: el ahorro.
La dolarización tiene una ventaja muy relevante con respecto a un esquema de moneda propia y la convertibilidad de los ‘90s: dar marcha atrás sería muy complejo. Incluso a países dolarizados tomados por gobiernos populistas les ha sido imposible salir de la dolarización, porque la sociedad rechaza volver a una moneda inflacionaria, destructora del ahorro y socia de la política.
El deseo de dolarizarse responde a una historia monetaria que estafó a la sociedad. La dolarización será el último paso de un sinfín de reformas estructurales que necesita la Argentina para salir de su crónica decadencia. Todo lo que implique un paso hacia el ahorro, la inversión y la estabilidad será también un paso hacia el futuro. Ya estamos dolarizados, solo falta terminar de sincerarlo. La sociedad eligió. El “peso” tiene firmada su sentencia de muerte.
Pablo Tigani, director de Fundación Esperanza, Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas: “Lo más grave es su irreversibilidad”
Antes de dolarizar deberíamos saber si EEUU está de acuerdo. Hasta hace poco tiempo, y aun antes de la Convertibilidad, no lo estaba. Es la clave política de tamaña decisión. También deberíamos conversar la estrategia con el Mercosur y con Brasil, el principal destino de nuestras exportaciones.
Desde enero de 2018 la Argentina no tiene fuentes de financiamiento externas, salvo los entes multilaterales de crédito, que nos monitorean de cerca. A ellos también habría que consultarlos.
Lo más grave de la dolarización es su irreversibilidad. Es como cerrar una puerta y tirar la llave, renunciar a todos los instrumentos de política económica para hacer políticas contra-cíclicas. La cantidad de países que dolarizó es irrelevante y las experiencias son de economías de menor tamaño que la Argentina: Panamá, Ecuador y El Salvador.
La Argentina no tiene dólares suficientes para garantizar el éxito de una dolarización. El tipo de cambio al cual se convertirían los pasivos exige una devaluación extravagante, que empobrecería al país más allá de lo imaginable.
Nadie habla del cómo. No lo hacen por razones políticas. Quienes proponen este nuevo experimento descuentan que el equilibrio fiscal se logra mágicamente. Proponen “la motosierra”: reforma laboral, previsional, ajuste feroz. Ya probamos la Convertibilidad, que nos hizo vulnerables a shocks exógenos y al tipo de cambio de EEUU y tuvimos un final de 39 muertos en dos días. Los expertos que antes y ahora emprendieron la función política plantean ahora la dolarización desde la racionalidad técnica, pero están insertos en una realidad que no sólo ayudan a conformar, sino que también los atrapa. La convertibilidad en Argentina fue ejemplo de ello, alzando su reputación primero y dejándolos caer después.
Santiago Casas, economista: “Se trata de una solución extrema, porque estamos en una situación extrema”
Argentina padece un mal poco común en nuestros tiempos: inflación alta y crónica, que pulveriza los salarios de los trabajadores. El debate sobre dolarización sí o no dejó de ser académico; es también social. Se trata de una solución extrema, porque estamos en una situación extrema. No es una solución mágica, debe ir de la mano de otras reformas estructurales. Lo que lograría es bajar la inflación rápidamente, importando credibilidad y apoyo popular para encarar reformas que exigen mayor tiempo y esfuerzo.
El eje del problema argentino es el exceso de gasto público. Los gobiernos recurrieron a emisión monetaria que deteriora el poder de compra de los más vulnerables. La dolarización busca terminar con eso cortando la emisión de papel moneda para cobrarle el impuesto inflacionario al asalariado.
Sería más simple tener nuestra moneda propia y no lidiar con los vaivenes del dólar. Pero hoy lidiamos con el peso argentino, Top 5 de las monedas que más se deprecian, algo infinitamente peor. La política argentina no respeta la restricción presupuestaria y termina por pulverizar el valor del dinero.
El único período de estabilidad fue a partir de la Ley de Convertibilidad, pero se la derogó y volvimos a la irresponsabilidad monetaria. La dolarización es una medida superadora, por su mayor costo de reversión. Que una sociedad con semejante anomia institucional respete la independencia del BCRA es una fantasía.
Los argentinos ya nos dolarizamos de facto. Nadie con capacidad de ahorro lo hace en pesos con una inflación de entre 6 y 10% mensual. Los precios más relevantes se expresan en dólares y pensamos en dólares para saber cuánto vale nuestro trabajo. Nos queda lo más importante: ganar nuestro salario en dólares.
Lo primero a entender es que la dolarización es un término genérico para referirse a la utilización del dólar como moneda. Hay muchos tipos de “dolarización” y casi infinitas formas de implementarla. En el caso argentino, implicaría liquidar al BCRA igualando pasivos con activos a valor de mercado y adoptando el dólar como moneda de forma unilateral. Un miedo usual es creer que se dolariza a un tipo de cambio estratosférico. Hoy es imposible determinar un valor de conversión. Depende del balance del BCRA y el contexto cambiario al momento de dolarizar.
Política y socialmente no tiene sentido dolarizar a un precio que exceda la cotización de los dólares de mercado; generaría un amplio rechazo y erosionaría la gobernabilidad. Para no licuar los pasivos del BCRA y provocar una pérdida de capital a los bancos que destroce la cadena de pagos, confisque depósitos o genere pérdidas a los ahorristas, los autores pensaron cómo capitalizar al BCRA y securitizar sus activos, luego de un período de liberación de precios, salarios y tarifas para no “encorsetar” a la economía en un esquema de distorsión de precios relativos. Si no hallamos una solución a la inflación y los pasivos del BCRA, lo más probable es que terminemos en repudio absoluto de los pesos e hiperinflación. En tal caso, la economía se dolarizaría de facto, como sucedió en Venezuela. Preferible dolarizar por las buenas antes que por las malas.
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