Al cabo de una visita de dos días a la capital China, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, declaró que las conversaciones con los máximos líderes de la República Popular habían arrojado el positivo resultado de la coincidencia en la necesidad de “estabilizar” el vínculo bilateral entre las dos mayores potencias del mundo.
Blinken mantuvo reuniones con el líder chino Xi Jinping y las dos máximas autoridades en el campo de las relaciones internacionales: Wang Yi – director de la Oficina de Asuntos Exteriores del PCCH- y el canciller Qin Gang.
Resulta imprescindible recordar que el desplazamiento del jefe del Departamento de Estado a Beijing tiene lugar en el marco del punto de mayor descenso en las relaciones desde el reinicio de las mismas en 1972 y su formalización a partir de 1979. En febrero de este año, Blinken había suspendido una visita a China al detectarse el sobrevuelo de un supuesto globo espía en el espacio aéreo de los EEUU.
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Es en éste plano en que el viaje de Blinken fue interpretado como un “deshielo” en el que coincidieron en la importancia de alcanzar una relación más estable a partir de reconocer las disrupciones de alcance global surgidas de sus discordancias.
El Presidente Xi Jinping dio la bienvenida a los “progresos” en la relación al recibir al enviado del Presidente Joe Biden en el Great Hall of People, el formidable recinto de recepción empleado para homenajear a los jefes de Estado que visitan el país.
No obstante, reconocieron la persistencia de diferencias acaso irreconciliables. Por caso, Beijing rechazó la posibilidad de reiniciar canales de comunicación militar -un punto que genera alarma en países vecinos de China- con el argumento de la subsistencia de sanciones. A la vez que ambas partes mantienen divergencias aparentemente insalvables en temas cruciales como Taiwán, Derechos Humanos, las provocaciones norcoreanas, la guerra comercial y la guerra en Ucrania.
Antes de tomar su avión de regreso, Blinken declaró que tanto su gobierno como el chino reconocieron la necesidad de estabilizar las relaciones y celebró las conversaciones “cándidas y constructivas” mantenidas con los máximos jerarcas del Politburó, aunque admitió que el progreso en las mismas demandará un esfuerzo mayor.
En tanto, el Global Times resaltó que el líder chino había llamado al enviado norteamericano a adoptar una actitud “racional y pragmática” a los efectos de evitar una competencia mayor entre los dos países al tiempo que reiteró la necesidad de que se respeten los legítimos derechos e intereses de Beijing.
De acuerdo con el órgano del PCCH, el resultado de las conversaciones permitió advertir “algún consenso” y recordó que el mundo necesita una relación estable entre los EEUU y China. En ese sentido, Xi observó que “ambos países debemos actuar con un sentido de responsabilidad ante la Historia, ante nuestros pueblos y ante el mundo”.
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Xi reiteró que China respeta los intereses norteamericanos y no pretende reemplazar a los EEUU. Un punto que sería destacado por Wang Yi, para quien el origen del deterioro en las relaciones bilaterales se debe a la errónea percepción norteamericana sobre las motivaciones y anhelos de China. Al punto de pedir a su contraparte evitar insistir en la narrativa en torno a la “amenaza china”.
Al tiempo que el secretario de Estado repitió que los EEUU no buscan una nueva Guerra Fría ni promueven una política tendiente a fomentar cambios en la estructura doméstica de China. A la vez que explicó que el sistema de alianzas norteamericanas no están direccionadas contra China sino en atención a sus intereses de seguridad global.
Pero la rivalidad acaso inevitable entre los EEUU y China parece constituir el signo de la época. Presentando la nota estructural del tiempo histórico que nos toca vivir. En el que los demás actores del sistema enfrentan dicha realidad plagada de desafíos y oportunidades.
De pronto conviene detenernos en un caso puntual. Una expresión de ello tuvo lugar cuando la secretaria de Asuntos Exteriores paquistaní, Hina Rabbani Khar, declaró en una entrevista en Politico que Islamabad no tiene la vocación de “elegir” entre Washington y Beijing. A la vez que advirtió los riesgos del “desacople” y la noción de un mundo que parece dividirse en dos bloques.
Poseedor de un arsenal nuclear y con una población de doscientos cincuenta millones de habitantes, Pakistán es observado como un protagonista clave en la contienda por la influencia estratégica en Asia. Aliado de Washington durante la Guerra Fría y siempre enemistado con India, el país ha profundizado su vinculación con China en búsqueda de financiación para ambiciosos proyectos de infraestructura. Como el del acceso al puerto de Gwadar, ubicado estratégicamente en las proximidades del Estrecho de Ormúz. Al tiempo que conserva la necesidad de contar con la asistencia norteamericana para enfrentar su delicada situación financiera ante el Fondo Monetario Internacional.
Una realidad que no escapa a otras latitudes. La que obliga a la dirigencia de los países del ahora llamado “Sur Global” a explorar caminos pragmáticos frente a los signos de los tiempos. Empleando sus mejores recursos políticos, diplomáticos e intelectuales en el siempre complejo esfuerzo de reconciliar las mayores ambiciones ante los límites de lo posible.
En un mundo que a menudo resulta diferente del que imaginamos y en el que la primera lección a ser observada parece consistir en la imperativa necesidad de interpretar la realidad de los hechos.
Es en éste contexto en que se produjo la visita clave del secretario de Estado a Beijing. En lo que acaso representa un intento por evitar escenarios catastróficos. Toda vez que las módicas aspiraciones de alcanzar un mero deshielo responden a la observación de una realidad de pronto inexorable. En la que la persistencia de las tensiones entre las dos potencias parecen tener las características de lo inevitable.
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