En el Perú, los jóvenes que ingresan a la universidad suelen tener entre 16 y 20 años. Este proceso genera altas expectativas en la comunidad universitaria, que asume que los estudiantes poseen la madurez y competencias necesarias para afrontar con éxito el inicio de su vida académica. Si bien es fundamental mantener expectativas elevadas sobre sus logros, también es crucial reconocer las dificultades que enfrentan, con el fin de acompañarlos a través de estrategias efectivas que faciliten su transición de la escuela a la universidad.
En primer lugar, es necesario comprender que estos estudiantes se encuentran en pleno desarrollo psicológico y en la última etapa de la adolescencia. Desde una perspectiva neurocientífica, esta etapa representa una ventana de oportunidades para que consoliden su identidad, así como hábitos de autocuidado y bienestar. Además, es el momento para fortalecer sus habilidades socioemocionales y fomentar su autonomía en el aprendizaje. La decisión de estudiar una carrera profesional, que conlleva el desafío de insertarse en el mercado laboral a mediano plazo, también se afianza en esta etapa crucial.
En segundo lugar, es fundamental reconocer la diversidad de los estudiantes universitarios y cómo sus contextos sociales, culturales y económicos han influido en su desarrollo. Las brechas de aprendizaje que presentan son reflejo de un sistema educativo que, en muchos casos, no ha brindado una educación de calidad, equitativa e inclusiva. Los resultados de evaluaciones nacionales, como la Evaluación Nacional de Logros de Aprendizaje 2023, muestran que solo el 18,2% de los estudiantes de segundo año de secundaria alcanzaron los aprendizajes esperados en comprensión lectora, el 11,3% en matemáticas y el 16.5% en ciencias sociales. Asimismo, los resultados de la prueba PISA revelan que apenas el 34% de los estudiantes peruanos alcanzaron el nivel 2 en competencias matemáticas, el 50% en comunicación y el 47% en ciencias.
En tercer lugar, no se debe perder de vista el impacto de la salud mental. Según una consulta realizada por el MINEDU-ENEESU en 2019, el 83,1% de los estudiantes de 18 universidades públicas reportó haber experimentado molestias o problemas relacionados con su salud mental. Cuatro de cada diez estudiantes manifestaron haber sentido falta de interés o motivación para realizar actividades, y tres de cada diez señalaron sentirse cansados, desanimados, deprimidos, tristes, sin esperanza o con problemas de sueño.
Este escenario presenta un desafío para los gestores y docentes universitarios, quienes deben tender puentes para apoyar y acompañar a los estudiantes mediante tutorías académicas y atención psicológica desde un enfoque psicoeducativo. Es crucial que se ofrezcan espacios y estrategias que fomenten la reflexión sobre su identidad, sus aspiraciones y sus metas a corto, mediano y largo plazo. La universidad debe ejercer un rol de mentoría, acompañando a los estudiantes en la toma de decisiones sobre su futuro.
Desde la tutoría, es posible cerrar las brechas de aprendizaje y abordar las barreras que afectan el rendimiento académico. Un acompañamiento eficaz puede generar espacios donde los estudiantes aprendan a adaptarse a las exigencias académicas y sociales, al mismo tiempo que desarrollan hábitos de autocuidado. Finalmente, la participación en actividades que favorezcan su integración académica y social será clave para su adaptación, permanencia y éxito en la universidad.
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