Se ha generalizado la idea de que el mayor reto en relación con el Holocausto al acercarse los 80 años del acontecimiento es cómo mantener vivo y relevante el recuerdo a medida que los sobrevivientes fallecen y surgen nuevas generaciones.
Preservar los recuerdos de los sobrevivientes —como ha venido haciendo la Fundación Spielberg— y llevar la educación sobre el Holocausto a las escuelas —como lo hacen la Liga Antidifamación (ADL) como parte de su programa Echoes & Reflections (Ecos y Reflexiones – una asociación de la Fundación Shoah de la USC y Yad Vashem) y otras organizaciones expertas— son dos de las más importantes estrategias para hacer frente a este inmenso desafío.
Al mismo tiempo, para aquellos que saben algo sobre esos terribles acontecimientos, pero los ven a través del prisma de la polarizada política actual, un reto adicional consiste en encontrar el equilibrio adecuado entre particularismo y universalismo en relación con la Shoá.
El particularismo tiene dos elementos: en primer lugar, centrarse legítimamente en los judíos como principal objetivo y víctimas de la arremetida nazi. Y segundo, centrarse en la Shoá como parte de la historia de los genocidios, como un acontecimiento único a pesar de compartir puntos en común con otros genocidios.
El universalismo apunta a la necesidad de no ignorar a otras víctimas, entre ellos los romaníes y las personas de la comunidad LGBTQ+, que también fueron objetivo de los nazis y otros genocidios, ya que el Holocausto no es el único caso de ataque a comunidades —como vimos en Armenia, Ruanda y Bosnia.
A veces parece surgir cierto conflicto entre quienes se centran en los aspectos judíos de la tragedia y quienes se fijan en elementos más amplios. No tiene por qué ser así.
Recordar el Holocausto es vital a muchos niveles —empezando por la necesidad de respetar las vidas de seis millones de judíos, incluidos el millón y medio de niños que fueron bárbaramente asesinados. Existe un imperativo moral de respetar lo que vivieron y pensar en lo que la humanidad perdió con la muerte prematura de esos millones de personas.
Y ellos no fueron atacados por nada que hicieran o dejaran de hacer, sino simplemente porque se los identificaba como judíos. Esto exige que prestemos atención a cómo llegó a suceder que todo un pueblo fuera señalado para ser masacrado simplemente por ser quien era. Y también exige que prestemos atención tanto a las manifestaciones modernas de los odios ancestrales y el antisemitismo que alimentaron ese genocidio, como a los intentos de negar y distorsionar la historia, con el fin de evitar que vuelva a ocurrir u suceda algo parecido.
En este sentido, es coherente centrarse en los elementos particulares del Holocausto, su enfoque en los judíos y lo que lo hace único incluso entre la lamentable historia de genocidios que manchan la historia de la humanidad.
El Holocausto es único por provenir de lo que antaño se presumía era una de las sociedades más cultas del mundo. Es único por el alcance del genocidio y su intención de eliminar a todo el pueblo judío. Es único por el hecho de que los judíos fueron atacados tanto si vivían en los países del Eje como en los que luchaban contra el Eje. Y es único en el sentido de que el Holocausto fue resultado de siglos de antisemitismo en los que se deshumanizó a los judíos, preparando el terreno para el exterminio.
Dicho esto, la necesidad de aprender sobre la Shoá —para asegurarnos de que el odio no acabe convirtiéndose en genocidio— exige extraer lecciones más amplias para la sociedad respecto al asesinato de los judíos: cómo un grupo civilizado puede convertirse tan rápidamente a la barbarie, cómo la ley y la democracia pueden pervertirse para apoyar fines perversos, cómo el odio que tal vez comienza en un contexto limitado puede extenderse hasta apoderarse de una nación.
Entonces, es necesario reconocer tanto el hecho de que los judíos no fueron las únicas víctimas de los nazis, como que el odio —en un sentido más amplio— debe abordarse para comprender plenamente las lecciones del Holocausto.
La conclusión es que no hay nada fundamentalmente contradictorio en centrarse tanto en los elementos particulares de la Shoá como en lo universal.
Sin embargo, al buscar una comprensión universal, nunca se debe ignorar el hecho de que la gran mayoría de los asesinados eran judíos y que solo el pueblo judío estaba destinado a la destrucción total. Y al exigir centrar la atención en la trágica experiencia judía, tampoco se debe ignorar que también otros perecieron y que históricamente el genocidio no se limita al asesinato de judíos.
*Kenneth Jacobson es Director Nacional Adjunto de la Liga Antidifamación (@ADL_es)
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