Hace poco más de tres décadas, en el Perú apareció una empresa el panorama financiero con una promesa más que tentadora: altos rendimientos para los ahorros de sus clientes.
Esta entidad, conocida como Centro Latinoamericano de Asesoramiento Empresarial (o por sus siglas CLAE), comenzó como una modesta agencia de asesoría en administración de empresas en 1978. Sin embargo, su evolución hacia una casa de ahorros en 1980 marcó el inicio de una historia que terminaría en tragedia para miles. Y esta es la historia.
El cerebro de todo
El hombre detrás de CLAE era Carlos Manrique, un exprofesor de matemáticas y literatura formado en la Escuela Normal de La Cantuta. Su visión empresarial y su habilidad para cautivar a los inversionistas lo convirtieron en una figura destacada en el ámbito financiero peruano de finales del siglo XX.
Con un enfoque agresivo y una estrategia audaz, Manrique logró atraer a miles de peruanos que buscaban alternativas a los tradicionales sistemas bancarios.
Entre 1989 y 1992, CLAE experimentó su apogeo, aprovechando un momento de inestabilidad económica en el país. Con tasas de interés que superaban con creces las ofrecidas por los bancos convencionales, la empresa se convirtió en una opción atractiva para aquellos que buscaban proteger sus ahorros en tiempos turbulentos. Miles de peruanos depositaron su confianza en CLAE, convencidos de que estaban asegurando su futuro financiero.
La promesa de altos rendimientos atrajo a multitudes de ahorristas, quienes depositaban sus fondos en CLAE con la expectativa de recibir intereses generosos.
La empresa, en sus primeros años, cumplía puntualmente con sus obligaciones, lo que aumentaba su popularidad y su reputación como una opción segura para invertir. Sin embargo, el modelo de negocio de CLAE pronto mostraría sus debilidades.
Comenzaron las dificultades
El problema surgió cuando la empresa dejó de recibir nuevos depósitos. Con el flujo de dinero detenido, CLAE se vio incapaz de mantener los altos rendimientos prometidos a sus clientes.
Los ahorristas, que habían confiado ciegamente en la empresa, se vieron atrapados en una pesadilla financiera cuando los intereses dejaron de llegar y sus fondos quedaron congelados.
La situación llegó a un punto crítico en 1992, cuando la Superintendencia de Bancos y Seguros (SBS) intervino a la empresa tras una investigación que reveló irregularidades financieras.
CLAE fue acusada de incumplir con sus obligaciones y, en abril de 1993, fue intervenida por las autoridades. Para entonces, miles de peruanos habían perdido sus ahorros y estaban desesperados por recuperar su dinero.
Las explicaciones de Carlos Manrique, el fundador de CLAE, no lograron disipar las dudas. Atribuyó el colapso de la empresa a una conspiración del gobierno y de los banqueros tradicionales, argumentando que CLAE representaba una amenaza para ellos. Sin embargo, la realidad era otra: el modelo de negocio de la empresa era insostenible y, eventualmente, colapsó.
Peruanos lo perdieron todo
Tras la intervención de la empresa, miles de peruanos perdieron sus ahorros. Aunque se logró recuperar una parte del dinero, muchos ahorristas nunca recibieron una compensación adecuada por sus pérdidas.
Carlos Manrique fue detenido y cumplió una condena por estafa y delitos financieros, pero su legado dejó una marca imborrable en la memoria colectiva de aquellos que confiaron en CLAE.
A pesar de los esfuerzos posteriores por compensar a los afectados, el daño causado por el colapso de CLAE perdura hasta el día de hoy. La lección aprendida es clara: la promesa de altos rendimientos financieros siempre debe ser evaluada con cautela, y la confianza ciega en una empresa puede tener consecuencias devastadoras para los ahorristas. La tragedia de CLAE sigue siendo un recordatorio de los peligros del exceso de confianza en el mundo de las finanzas.
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