Según dijo Aristóteles, el hombre es esencialmente animal, social, racional y político debido a los tres componentes que lo constituyen: su naturaleza, sus hábitos y su razón. De ahí nació la conocida frase que afirma que “el hombre es un animal de costumbres”, y en nuestro comportamiento cotidiano lo podemos confirmar. Nos habituamos a algo, a una rutina, a determinados lugares o a ciertas prácticas. Y las repetimos casi desde el inconsciente. Al momento de manejar un automóvil también nos sucede algo parecido, pero cada tanto, la tecnología nos pone trampas que sacuden esas costumbres y nos obligan a reeducar nuestros sentidos.
Las pantallas han llegado a los autos modernos hace un tiempo, y el modo de accionar mandos a través de ellas es similar al que todas las personas aplican al utilizar un teléfono celular. Tanto ha sido así, que se han generado pantallas intuitivas. Esto es precisamente porque la costumbre a usarlas está adquirida y es más fácil copiar o adaptarse a ese comportamiento adquirido, que crear uno nuevo.
El mejor ejemplo es el de aquella persona que luego de manejar toda su vida en un automóvil con caja de cambios manuales, se sube a un automático y su pie izquierdo busca inmediatamente el pedal del embrague. El lento proceso de desacostumbramiento a acelerar y en determinado momento atinar a pisar el pedal izquierdo como si fuésemos a hacer un cambio, ha generado grandes sustos, porque a diferencia del pie derecho, que se utiliza para acelerar o frenar suavemente, el movimiento del pie izquierdo es brusco y fuerte, entonces al no tener el pedal de embrague es común que se pise con esa misma energía el freno con resultados que van desde la risa hasta un incidente según las circunstancias.
Lo curioso es que en un auto con caja de cambios manual, el movimiento de pies y manos para hacer el cambio de marchas es completamente inconsciente, fluye mientras nuestra atención está en otro lado, en el tránsito o los obstáculos móviles que debemos tener en cuenta al conducir.
Con los espejos retrovisores sucede algo similar. Cuando uno los incorpora como parte del campo visual, algo que todavía le cuesta hacer a muchos automovilistas, simplemente están ahí, y cada vez que los miramos, nos devuelven el panorama que tenemos detrás o a los costados.
Sin embargo, los espejos son elementos de un auto que usan el fenómeno físico de la reflexión sin demasiada tecnología de por medio, y a pesar de su utilidad en la conducción de un automóvil, tienen sus puntos cuestionables.
Los espejos externos son dos obstáculos para el mejor desempeño aerodinámico, generan ruido exterior y también son apéndices que sobresalen del contorno del vehículo, con lo que pueden ser puntos de contacto para peatones o ciclistas, por ejemplo. Por su lado, el espejo interior refleja todo lo que tiene por delante lo que incluye el interior del habitáculo, y esto limita la visión que el conductor puede tener de la parte trasera exterior, que también puede ser mayor o menor de acuerdo al tamaño de la luneta trasera.
Por esa razón es que los diseñadores los han empezado a reemplazar por cámaras, sobre todo en modelos de alta gama. Las ventajas son evidentes. Una cámara de video colocada en la parte trasera del auto con una pantalla que transmite su señal en el interior, permite una visión más limpia por un lado, y elimina las protuberancias en la silueta de un vehículo por el otro.
Pero no todo es tan simple como parece. La perspectiva es fundamental para que el conductor tenga referencias de su propio auto en relación con los demás, ya que entre el asiento que ocupa frente al volante y los extremos de la carrocería, hay una distancia que no se puede ignorar, y una cámara colocada en los límites de la silueta las elimina completamente. Ahí es donde entra en juego entonces la costumbre del ser humano.
El ojo y la mente, naturalmente están adiestrados para tomar en cuenta esa distancia cada vez que mira un espejo. Para comprenderlo, el ejercicio es muy simple. Se puede verificar en los videojuegos de carreras, cuando se coloca una vista diferente a la normal de un conductor, por ejemplo la de una vista desde el paragolpes delantero. La imagen podrá ser muy espectacular, pero la precisión en una maniobra se pierde completamente.
En el espejo retrovisor de pantalla y cámara, al que se lo conoce normalmente como FDM (Full Display Mirror), el ojo humano no ve la carrocería sino los objetos externos. Después de una semana probando el Nissan Leaf en Buenos Aires, las sensaciones coinciden con la teoría. El auto eléctrico de la casa japonesa tiene un espejo retrovisor central de doble tipo, el convencional y el de pantalla y cámara. Se cambian con un botón similar al que tienen los espejos para cambiar el ángulo interno de los cristales y evitar el encandilamiento.
El mismo sistema tiene el Toyota Mirai, el modelo que se propulsa con pila de combustible de hidrógeno, que también pudimos probar en las instalaciones de la fábrica argentina, en Zárate. En ambos casos, la cámara está situada cerca de la luz de freno central trasera, y es diferente a la que se utiliza para estacionamiento.
La experiencia demuestra que la mirada al espejo en función DFM genera dos sensaciones diferentes y algo incómodas: la distancia focal cambia y los objetos se ven menos naturales, pero fundamentalmente, están mucho más cerca, a punto tal que si un auto se acerca desde atrás para abrirse y superarnos, por un instante pareciera que nos va a chocar. Lo mismo ocurre al detenerse en un semáforo, por ejemplo, porque el vehículo que frena detrás lo hace a tan poca distancia que pareciera venirse encima de nosotros.
En la búsqueda de mejorar este tema de la perspectiva y la distancia, Audi ha decidido colocar las cámaras de los espejos exteriores de su modelo eléctrico e-tron en el mismo lugar que habitualmente está el espejo de cristal, con la única diferencia a favor de ser mucho menos voluminosa y por lo tanto, permitir que la superficie sobresaliente sea menor también. Esto, en un auto eléctrico es fundamental, ya que todo freno aerodinámico genera un consumo mayor de energía, de modo tal que un espejo retrovisor de menor superficie contribuye a mejorar el área frontal de un modelo.
Pero el motivo por el que lo hicieron es justamente dar perspectiva al conductor, que no sólo puede ver el auto que viene detrás suyo a la real distancia a la que está, sino que puede regularlo de modo tal de poder ver parte de su carrocería como referencia, del mismo modo que lo hace con un espejo convencional.
La próxima generación de autos quizás tenga más innovaciones respecto a la percepción del exterior desde el punto de los conductores. Probablemente no sean cambios tan perdurables en el tiempo porque cuando los autos sean autónomos ya no se necesitarán los espejos. Quizás la industria tenga que evaluar si es necesario reemplazarlos por cámaras o conservar la vieja forma de mirar para atrás. El actual complemento de sensores como el de punto ciego adicionado al cristal de siempre acaso sea suficiente. No siempre todos los cambios dieron resultado.
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