Argentina está viviendo una era de esperanza que no se veía por décadas. Hay razones justificadas para ello al haberse hecho cargo del gobierno nuevas autoridades que creen que las ideas liberales son aquellas que nos llevarán al crecimiento, a la paz, a la prosperidad y a la felicidad. Como se ha dicho, un caso probablemente único en el mundo, una nueva experiencia. La implementación de estas ideas es dificilísima y en muchos casos con beneficios que solo se irán viendo a lo largo de años. Hay muchos mitos, valores, creencias y por sobre todo intereses sectoriales que luchan y se defienden para que los cambios no ocurran. Estos sectores además, están organizados y tienen poder y recursos para defenderse. No así el grueso de la población, o consumidores, que son los beneficiarios, que no están agrupados ni pueden hacer escuchar su voz con la misma potencia.
Pero hay que comenzar a recorrer el camino del cambio sin demoras, aprovechando esta esperanza, que permite hacerlo a pesar de la enorme crisis y efectos negativos de corto plazo que hay y que puedan aparecer. Esta “paciencia” no será para siempre, y celebramos la rapidez con que se han presentado muchas propuestas diversas a través del DNU y de la ley ómnibus a ser aprobadas. Sin entrar en sus detalles, que no es objeto de este artículo, las propuestas son audaces, necesarias y bienvenidas.
Nuestro presidente ha mantenido inalterados sus mensajes sobre su plan de gobierno, comenzando por los que hizo en la campaña, en oportunidad de asumir el poder, en muchos reportajes y en Davos. La defensa de la propiedad privada, el respeto a la ley, el achicamiento del estado, la libertad de comercio y tantos otros han estado y están presentes en sus manifestaciones.
Hay muchos mitos, valores, creencias y por sobre todo intereses sectoriales que luchan y se defienden para que los cambios no ocurran
Pero muy sorpresivamente, sin explicaciones de ningún tipo, y más aún porque son temas que como economista nuestro presidente conoce muy bien, en materia económica, cambiaria, y monetaria, no sólo se mantienen en términos generales las políticas vigentes al momento del traspaso del poder, sino que además se nombró un equipo económico de técnicos, alejados de los valores libertarios, y pasan las semanas sin implementarse los cambios necesarios.
Las cargas y los esfuerzos financieros han caído en el sector privado, quienes pasaron a ser la “nueva casta” que soportaría los ajustes. No se intenta en este artículo entrar en complejidades técnicas, que incluso en su mayoría superan los conocimientos del autor, y pasamos a enumerar algunas de las medidas y situaciones que avalan nuestra aseveración, impidiendo el comienzo de un periodo de prosperidad deseado.
Se aumentaron los impuestos, se subieron las tarifas sin una equivalente reducción de impuestos, sé emitió un bono nuevo, Bopreal, que deberá pagarse en años futuros con recursos del sector privado; se siguen modificando normas contra la estabilidad jurídica, el estado de derecho y derechos adquiridos; para bajar la carga impositiva de los intereses pagados por el estado por su deuda en pesos local se puso una tasa de interés mínima de 9% para nuestros ahorros con una inflación del 25% produciendo la destrucción de los ahorros privados, y el desarrollo de un mercado de crédito y de capitales; se mantienen todos los innumerables tipos de cambio, obligando a vender dólares al BCRA , y al precio que este estipula, y a precios inferiores a su valor ( la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el libre es otro “impuesto” encubierto), además de indexar dicho tipo de cambio al 2% mensual con una inflación vigente de 25% mensual, que produce un extraordinario desajuste que se pagara en los próximos meses, además esta política genera sobrefacturación de importaciones y subfacturación de exportaciones, se sacan algunas trabas burocráticas para importar ( y se publicita con bombos y platillos), pero dichas importaciones no pueden pagarse porque el BCRA no vende los dólares para hacerlo, las jubilaciones han perdido 50% de su poder adquisitivo en términos reales. Pasamos de cerrar el Banco Central a que sea un apéndice del ministerio de Economía, pasamos de sanear su balance a colocarle una letra por 3,5 billones de dólares, y otros. Cada una de estas medidas son cargas para la “nueva casta”, el sector privado.
No sólo se mantienen en términos generales las políticas vigentes al momento del traspaso del poder, sino que además se nombró un equipo económico de técnicos, alejados de los valores libertarios, y pasan las semanas sin implementarse los cambios necesarios
Uno se pregunta por qué persistimos en recetas que no han funcionado por 80 años, que nos han llevado hasta aquí, con 50% de pobreza y ser considerado un país fallido. Como siempre, la explicación es que son temporarias, pero luego viene la regulación de la regulación, y luego la regulación de la regulación de la regulación, y así sucesivamente, obviamente para intentar sanear el perjuicio autogenerado por la regulación pasada.
La explicación es que la prioridad es bajar el déficit fiscal, y, creo, no hay nadie en desacuerdo. Pero la única manera no es poniendo más cargas y esfuerzos al raquítico sector privado. ¿Falta imaginación, audacia? No lo sé. ¡Parecen no faltarle a nuestro presidente!
Sabemos que bajar el gasto, al menos en el corto plazo, es imposible. La receta alternativa para salir de la decadencia es apostar al crecimiento. Pará ello deben realizarse inversiones, y para ello debe haber completa libertad económica, cambiaria, financiera, comercial, estabilidad jurídica, respeto a derechos adquiridos, estabilidad macroeconómica, banco central independiente o inexistente, y estado de derecho. Tenemos que incorporar a la economía formal el 50% de la economía que funciona en forma subterránea (imposible con trabas a la actividad empresarial y con mercados manoseados), y a los trabajadores en situación informal. Para ello no solo hay que bajar las cargas fiscales, sino las regulaciones y la opresión del estado sobre los ciudadanos. En poco más de 10 años, creciendo al 5% anual, duplicaremos nuestro PBI, y si el gasto público queda congelado, quedará reducido a la mitad en términos reales. Algunos dicen que no hay dólares. Si algo sobran son dólares. Los argentinos tenemos 400 mil millones y los extranjeros cifras infinitas, pero solo vendrán cuando existan condiciones favorables. Argentina, con sus políticas económicas actuales está asegurándose no recibir ninguna inversión, y por lo tanto impidiendo su crecimiento y el aumento del salario real para salir de la pobreza. Quién puede invertir, argentino o extranjero, ¿con este mamarracho de políticas económicas fracasadas que hacen de Argentina un país fallido? El crecimiento, la incorporación de la economía formal y con más trabajadores en blanco la recaudación subirá en términos reales. Es cierto que tomar estas medidas supone un riesgo. Pero la alternativa actual es evitar los riesgos a cambio de garantizar el fracaso.
Una explicación de nuestro valiente Presidente es muy necesaria. Demorar los cambios supone, y más pronto que tarde, el fracaso del plan económico actual, con las consecuencias de reducir el apoyo popular a los cambios y terminar con la esperanza. No podemos dejar pasar esta oportunidad!
¡Queremos libertad de una vez, carajo!
El autor es Presidente del Consejo de Administración de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre. Premio a la Libertad 2007, Fundación Atlas para una Sociedad Libre
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